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Díaz, el héroe de Belvedere al que el abuelo le compraba los zapatos en cuotas

La historia de sacrificio del volante campeón con Liverpool que defiende al club desde la escuelita, que no olvida cuando le daban 100 pesos por día y al que su padre, un obrero de la construcción, lo llevaba a entrenar en moto
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03 de febrero de 2020 a las 05:00

El físico decía basta. Los calambres eran cada vez más continuos y dolorosos. El chiquilín de 16 años no podía más. Hasta entonces su debut en Primera había transcurrido cual si fuera un cuento. Pero ahora lucía tumbado por el dolor en el campo de juego del Campus de Maldonado.

Fue cuando afloró la rebeldía. Por la cabeza de Fabricio Díaz se deben hacer sucedido las imágenes. El sacrificio de su viejo que es obrero de la construcción, los pesitos que juntaba su abuelo para pagar la cuota del crédito con el que le compraba los zapatos. El camino a Belvedere. Aquel recorrido que se hacía en ómnibus o en moto para llegar a entrenar.

En ese momento del juego Liverpool ganaba 2 a 0 la final de la Supercopa, pero Nacional era un huracán de furia contra su arco. El equipo de Belvedere no tenía más cambios. Cuando la sanidad lo atendió, lejos de salir, Fabricio se fue de 9. Y ahí, en el desconocido mundo del área, llegó el regalo del cielo. La última pelota para sentenciar la final y meterse en la historia. La empujó para entrar en la gloria. En un abrir y cerrar de ojos se convirtió en una especie de héroe y vive un sueño del que le cuesta despertar.

La historia de Fabricio Díaz tiene puntos de contacto con la de muchos jugadores. Criado en La Paz, el chiquilín jugó en el cuadro del barrio, el La Paz Wanderers. Siempre de 5. Un buen día, Gustavo Penela, un conocido de la familia, le comentó al padre de Fabricio que Liverpool iniciaba los entrenamientos en su escuelita. Apenas lo vieron, no dudaron. Fue el inicio de un camino cargado de sacrificios que involucró a la familia.

Primero comenzó como una aventura de niños. “Éramos cuatro los que íbamos desde La Paz. Generalmente viajábamos en ómnibus hasta Belvedere o íbamos en la camioneta del papá de un compañero”, contó Fabricio en diálogo con Referí. En la cancha de Liverpool los subían al ómnibus del club que los trasladaba a entrenar.

De aquellos primeros pasos no olvida los 100 pesos que les daban por día. “Cuando íbamos en la camioneta con los 100 pesos me compraba un helado”, rememoró.
Díaz trepó la escalera a ritmo de vértigo. Dos años antes de completar los años en la escuelita negriazul lo ascendieron a Séptima con Gustavo Olivetto como entrenador. De ahí a la Sexta con Guillermo Díaz, luego la sub 16 que conducía Gustavo Varela y el año pasado Osvaldo Canobbio lo ascendió a Cuarta.  “Fue todo rapidísimo. De un momento a otro me subieron de Cuarta a Tercera división”, asumió Fabricio.

Con 16 años a Primera


Los primeros días del año 2020 transcurrían con normalidad para Díaz cuando le sonó el teléfono. “Era Santiago Pedemontti, presidente de juveniles, para comunicarme que el 6 de enero arrancaba la pretemporada con el plantel de Primera. ¡No lo podía creer!”, rememoró.

En su ascenso al plantel principal tuvo mucho que ver Gustavo Ferrín, coordinador de las divisiones juveniles. Lo primero que hizo Ferrín fue llamar a Díaz a hablarle.
“Me dijo que me tenía que acostumbrar a jugar con hombres, que me hiciera fuerte y jugara fácil”.
Pero no resultó sencillo el cambio. Díaz lo sintió y lo admitió.

“Lo sentí sí, la verdad que sí. ¿En qué lo sentí? En lo físico. Me trancaban y me daban vuelta. Pero por el contrario me sentí con más espacio, más tranquilo; es otro juego. En juveniles tenía menos espacios. En Primera me sentí más libre. Se me hace más fácil”.

A entrenar en moto


El ascenso al primer equipo de Liverpool determinó algunos movimientos en la familia. El padre de Díaz, un obrero de la construcción, lo llevaba a todos lados en una motito. Mientras que su mamá, que realiza tareas de limpieza en Urunday, buscaba la forma de estar presente en todos los partidos de su hijo.

“En Liverpool se dan cuenta del esfuerzo de mis viejos. Mi padre me lleva en la moto. Es que, hasta que no podamos cambiar por un autito, nos seguimos manejando en la moto. Ahora mi primo le presta el auto a mi viejo para que me lleve”, expresó el volante de Liverpool.

Fabricio no olvida que les tocaron días de lluvia y tormenta en la moto. “Yo no me olvido los que les costaba a mis padres comprarme los zapatos de fútbol. Mi abuelo sacaba cuotas en una zapatería para sacarme los zapatos”, expresó Díaz.

El chico, que hoy cumple 17 años, comenzó a entrenar con el primero sin percibir lo que le tenía deparado el destino.
Se avecinaba la final de la Supercopa contra Nacional y los negros estaban diezmados. En el medio no contaban con una pieza clave como Nicolás Acevedo. Y a escasos días del partido se bajó Federico Martínez quien emigró a Argentina.
Pero así y todo Fabricio Díaz ni se imaginaba entrando en la final…

La semana previa el técnico negriazul, Román Cuello, no dio pistas del posible equipo titular.
Pero el viernes se terminó el misterio. Cuello reunió al plantel y comunicó la oncena. Díaz no podía caer cuando escuchó su nombre. Con 16 años jugaría una final.

Salió del entrenamiento y lo primero que hizo fue contarle a su padre. “Le mandé un mensaje de WhatsApp y le dije que por favor no le contara a nadie”. Su padre atinó a responder que se sentía orgulloso y le recomendó jugar con tranquilidad. Como si fuera tan sencillo…
“Pah, la verdad que los nervios me invadieron desde el viernes que dio el equipo. Y los mantuve hasta que terminó el partido”, reconoció el botija que aún no firmó su primer contrato con Liverpool.

La noche del sábado, en el pasillo del Campus, antes de salir a la cancha, miró a su alrededor y se encontró parado al lado de Bergessio, el Chori Castro, Luis Mejía, hombres con reconocida trayectoria. “Y nosotros ahí con un equipo nuevo”, expresó. Pese a ello reveló que jamás se achicó. En la cancha el botija de 16 años demostró su personalidad.

Todo marchaba viento en popa con el 2 a 0 a favor del cuadro de la cuchilla hasta que el bolso descontó y se vino el huracán. 
“Pah, ahí yo ya estaba acalambrado. No teníamos más cambios. Nacional llegaba por afuera. No recuerdo el momento preciso de los calambres. Primero siento como un pinchazo en el gemelo y luego no recuerdo. Me empecé a acalambrar los dos, los posteriores, encima tenía dolor por un golpe de Armando Méndez, un rodillazo en la espalda. Estaba completo”, expresó.

En determinado momento del juego Agustín Ocampo le dijo que se fuera de 9. “Lo habrán hablado entre ellos, lo cierto es que me dijeron que vaya de 9 y que hiciera lo que pudiera. Nunca había jugado de 9 y menos rengo”, expresó entre risas.

Hasta que, sobre el cierre del partido, llegó el regalo del cielo. “Camilo (Cándido) pasa entre dos y me mira. Yo por dentro dije es esta. Y me la dejó servida. Me olvidé de los calambres”.

Del gol para acá Fabricio Díaz parece haber dejado la casita del barrio Tiscornia de La Paz para habitar en una nube. 
“Aún estoy pensando si es un sueño o realidad lo que estoy viviendo porque fue todo muy de repente y no sé si caigo. Para mí es algo inédito y nuevo todo esto, es algo que me explotó una bomba que me llenó de cosas que ni yo las entiendo”.

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