Un año de pandemia: ¿qué impacto ha tenido en la salud mental?

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Distancia física, no emocional: la pandemia y su impacto en la salud mental

Un año después de que se instalara la emergencia sanitaria provocada por el covid-19, los impactos de la pandemia en la salud mental no pasan desapercibidos
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24 de abril de 2021 a las 05:04

Pasaron 407 días desde que se declaró la emergencia sanitaria en el país, 407 días en los que nuestros hábitos cambiaron drásticamente y hasta las expresiones más básicas de nuestra cotidianeidad se vieron afectadas: usamos mascarillas, olvidamos los abrazos y apareció la sensación de que cualquier persona puede, potencialmente, ser una vía de contagio. Ahora, además, parece que el tiempo se detuvo. Que estamos en un carrusel que nos devuelve siempre al mismo punto: un lugar donde todos los días son iguales. En este contexto, ¿qué pasa con nuestra salud mental?

El psicólogo Luis Gonçalvez Boggio acaba de publicar el libro Trauma y Pandemia. Efectos psicosociales e intervenciones clínicas sobre los impactos psicosociales del covid-19 donde asegura que “es la primera vez en la historia que toda la humanidad está viviendo una misma situación potencialmente traumática” y que desde sus inicios la pandemia produjo desarreglos energéticos, desbordes emocionales, síntomas de ansiedad y de depresión, reactivación de síntomas postraumáticos y trastornos del sueño y de la sexualidad. 

Después de más de un año de pandemia en Uruguay, asegura además que es correcto hablar de un estado de agotamiento, lo que internacionalmente se llamó “fatiga de pandemia”.

“La persistencia de una amenaza externa permanente por más de un año, la disminución de los contactos afectivos y sociales tan necesarios para nuestra salud emocional, la baja en la movilidad y la desaparición de los rituales comunitarios que mantienen a raya los cambios de humor y amortiguan la ansiedad y la angustia, generaron un efecto acumulativo. Si a ello le sumás el estrés económico por la sobrevivencia, los miedos y las distintas pérdidas que todos hemos tenido, ese efecto acumulativo deviene en una clara sensación de agotamiento físico, energético, psíquico, vincular y social”, dice el especialista en diálogo con El Observador.  “Debimos reconfigurar los rituales que nos permitían tener a raya la angustia y la ansiedad. La ansiedad de no poder controlar lo impredecible. La angustia de lo que resignamos y todo lo que aún podemos perder”, agrega. 

Está claro que la situación no es la misma para todos. Los niños, los jóvenes, los adultos y las personas mayores no sienten de la misma manera los impactos de la pandemia por la sencilla razón de que sus hábitos no fueron modificados por igual. Las mujeres cargan con desigualdades preexistentes que la situación exacerba, ya que, por ejemplo, es en ellas en quienes recaen las tareas de cuidados. Como señala la psicóloga Alejandra López, esa situación "tiene un impacto en términos de la salud mental de las mujeres, en términos de desgaste, de malestar emocional, de postergación personal”. Tampoco es el mismo el golpe que provoca la pandemia en los diferentes sectores socioeconómicos de la población. 

Mantener el contacto social, aún en situaciones de distancia física, es importante para el bienestar

El psicólogo estadounidense Adam Grant publicó recientemente una columna en el New York Times donde se ponía como ejemplo para ilustrar lo que considera “la emoción predominante de 2021”: languidecer. El especialista norteamericano señaló que no se trata de agotamiento, ni depresión: “Solo nos sentíamos sin alegría y sin rumbo”.

La languidez es la hija ignorada de la salud mental. Es el vacío entre la depresión y el bienestar: es la ausencia de bienestar. No tienes síntomas de enfermedad mental, pero tampoco eres la imagen viva de la salud mental. No estás funcionando a toda máquina. El languidecimiento empaña tu motivación, altera tu capacidad de concentración y triplica las probabilidades de que reduzcas el trabajo. Parece ser más común que la depresión, y en cierto modo puede ser un factor de riesgo mayor para sufrir una enfermedad mental”, advirtió Grant. 

Es que cada persona responde, y va a responder, a los estímulos desde su singularidad. “Hay personas que ante altos niveles de estrés responden con mucha resiliencia, hay otros que se ven desbordados y colapsan. Otros se ven desbordados y aumentan patologías ansiosas: los trastornos de ansiedad generalizada, los ataques de pánico, el estrés postraumático y el aumento de agorafobias son lo que más hemos visto en este año de pandemia”, sostiene Gonçalvez Boggio y asegura que el impacto ha sido fuerte: ”vamos a ver sus efectos en un tiempo pospandemia”. 

Depresión y ansiedad

Hay efectos que ya se pueden ver. Un equipo de investigadores de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República llevó a cabo una investigación acerca del impacto de la pandemia ocasionada por el covid-19 en la salud mental en 2020. Con el objetivo de estudiar el efecto de variables como el aislamiento social y el desempleo tomaron una muestra de 1059 personas que convocaron a través de redes sociales, a quienes les pidieron que completaran diferentes cuestionarios entre junio y octubre del año pasado.

Las conclusiones fueron alarmantes. Hugo Selma, doctor en Psicología Clínica y de la Salud y coordinador del estudio, explicó a El Observador que “tenemos un estresor muy grande que está afectando prácticamente a la totalidad de la población desde hace mucho tiempo” lo cual puede hacer que las vulnerabilidades de cada individuo salgan a relucir. “Una de las cosas que nos sorprendió es que no todos los tipos de síntomas aumentaron, que era una de las cosas que se podía suponer, sino que hay un aumento específico de dos tipos de síntomas, que son los de depresión y de ansiedad”, sostuvo. 

Selma explicó que cuando una persona tiene un trastorno de ansiedad tiene una respuesta que es inadecuada relacionada a la sensación de alarma o miedo. “Obviamente en esa situación el miedo está presente en todos los momentos de la vida: el miedo al contagio, a la pérdida del empleo, a contagiar a otros, el miedo a la inestabilidad e incertidumbre económica y social”, señaló, e indicó que al mismo tiempo hubo un cambio muy importante en la rutina y que una de las cosas que observaron es que los síntomas afectan de manera más fuerte a la población más joven. “Probablemente la población joven que habitualmente tenía una vida social mucho más activa haya visto cambiada más drásticamente su rutina diaria”.

El psicólogo explicó que ambos trastornos tienen características distintas, pero hay algo que tienen en común y es la afectación de la vida social

Los síntomas de depresión más comunes son el estado de ánimo decaído, las emociones negativas durante gran parte del día (tristeza, angustia, culpa, ansiedad), dificultad para sentir emociones placenteras, cansancio, pérdida de apetito —aunque en algunos casos aumenta—, alteraciones en el sueño, dificultades para concentrarse; uno se siente una persona poco valiosa, poco querible. 

En el caso de los síntomas de ansiedad, si bien tienen distintos perfiles, persiste la idea de que algo malo va a pasar y eso genera cambios a nivel físico y psicológico. A nivel físico, la persona puede tener palpitaciones, sensación de mareo, sensación de falta de aire, contracciones musculares, temblores, sensación de hormigueo; puede llegar a tener síntomas más intensos como un ataque de pánico y puede tener la sensación de que se está volviendo loca o con miedo a morir, porque muchas veces los síntomas parecen un ataque cardiaco. A nivel psicológico se da una percepción de amenaza o de que algo malo va a pasar, y la preocupación constante respecto a eso o también puede estar unida a lo que se llaman conductas de evitación. Por ejemplo, "si tengo miedo a contagiarme es razonable que me cuide, pero eso, exacerbado, puede hacer que me impida hacer un montón de actividades que sí podría hacer, o que me quede encerrado en mi casa todo día", explica Selma. 

“Hay un conjunto de síntomas, que en general se presentan de forma conjunta que por ahí si alguien los está sintiendo sería bueno que los pudiera identificar y pedir ayuda. Lo bueno en este caso es que la mayoría de los casos tanto de depresión como de ansiedad responden de manera adecuada a los tratamientos", dice el especialista.

Línea telefónica de apoyo emocional frente al COVID-19 (0800 1920)

Una caja de herramientas

Hay hábitos y prácticas que podemos incorporar para alimentar nuestro bienestar. Es verdad que es un tiempo de incertidumbre, pero aún así hay cosas que podemos controlar. 

Gonçalvez Boggio sostiene que “tenemos que apostar a recrear y reinventar estados de conexión afectivos y sociales en el contexto de este distanciamiento físico y del debilitamiento de la experiencia comunitaria”. Esto implica que hemos tenido que reaprender a dar y recibir afectos. 

El especialista sugiere “aprender a desacelerar los ritmos insostenibles, hacer pausas reparadoras, escuchar a nuestro cuerpo y su necesidad de movimiento y de límites energéticos, físicos, emocionales y vinculares”.

Selma por su parte destaca los beneficios de la actividad física y la rutina de sueño para el bienestar. También señala que, si bien la interacción social está limitada, poder tener diálogo o el apoyo de las personas con las que convivimos es importante: “poder contarles lo que me está pasando, cómo me estoy sintiendo, poder usar los medios virtuales para estar en contacto con amigos y familiares”.

Otra de las sugerencias del psicólogo es embarcarse en actividades que generen satisfacción: “Trabajar en proyectos personales, aprovechar el tiempo para estudiar o aprender un instrumento, cualquier cosa que tenga que ver con la satisfacción del desarrollo personal”. A su vez señaló que hay actividades que se vinculan a una mayor prevalencia de síntomas: el uso de videojuegos y televisión o el exceso de redes sociales. 

En cualquier caso es imprescindible estar atentos a las señales que el cuerpo transmite y consultar a un especialista en caso de tener dudas. Si bien se calcula que entre un 1/4 y 1/3 de la población mundial en algún momento de su vida tiene tanto depresión como algún trastorno de ansiedad, Selma enfatiza en que “la enorme mayoría de los casos responden muy bien a los tratamientos disponibles en plazo relativamente breves”. 

El riesgo de ser “grupo de riesgo”

Desde que la pandemia llegó al país los adultos mayores pasaron a convertirse en un “grupo de riesgo” de contraer covid-19. ¿Pero cuáles son las consecuencias de esta calificación a nivel de la salud mental? 

Fernando Berriel, psicólogo e integrante del Centro Interdisciplinario de Envejecimiento (Cien) de la Universidad de la República, señala que “el definir a las personas mayores como grupo de riesgo ha aumentado las connotaciones negativas y las prácticas de discriminación”, y sostiene que ese es el principal factor de riesgo de salud mental en este momento para las personas mayores.

Las personas mayores se ven como personas pasivas que solamente pueden ser cuidadas y no aportan a una situación como la que estamos atravesando, cuando la verdad es lo contrario: las personas mayores está aportando mucho a la situación en la que estamos”. Según indica el psicólogo los adultos transmiten experiencia a sus familias, dan tranquilidad y fomentan sus redes; además sostiene que hay mucho trabajo de las personas mayores en este contexto apoyando iniciativas solidarias. 

Edadismo es como se denomina a la discriminación en función de la edad y la Organización Mundial de la Salud ha advertido que ha aumentado desde la aparición de la pandemia junto con los prejuicios que se tiene sobre las personas mayores. “Tenemos que acostumbrarnos a que la vejez es una etapa de la vida que dura décadas y eso no hace que las personas tengan menos derecho a la vida que las personas más jóvenes”, señala Berriel y sostiene que por el contrario se naturalizan las muertes de adultos mayores en el contexto de la pandemia.

Mantener una red de vínculos y una comunicación fluida con los adultos mayores es importante en un contexto de pandemia

El especialista plantea que el aislamiento es un problema: por más que la distancia sea física no debe transformarse en distancia social ni emocional. “Lamentablemente algunas personas no tienen una red activa y eso puede llevar a un aislamiento, eso en las personas mayores -como en cualquier persona- va a producir efectos negativos. Atacar el problema del aislamiento es una de las primeras medidas que podríamos tomar”, señala.

¿A qué indicadores debemos estar atentos? El psicólogo advierte que cuando baja la frecuencia en la que nos comunicamos hay que prestar atención. “A veces cuando estamos muy ansiosos o un poco tristes hay cambios en la forma en la que nos comunicamos con los otros. A veces para no molestarnos o porque se nos van las ganas de hablar. Esos son elementos que cualquiera puede detectar en otros e incluso muchas veces en uno mismo, y ese es el momento de pedir ayuda o de ver qué está pasando”, señala. 

Berriel señala que la situación de los Establecimientos de Larga Estadía para Personas Mayores (ELEPEM) merecen una mención aparte. "Estamos advirtiendo a lo que nosotros desde el Cien entendemos como una crisis sanitaria pero además una emergencia humanitaria", sostiene. "No solamente por el volumen de personas que murieron en ese tipo de establecimiento en pocos días, que cualquier situación nos tiene que llevar a alarma, sino porque ahí sí que lamentablemente se ha naturalizado el aislamiento de las personas", señala. 

Además de mantener una comunicación fluida, hay otros hábitos que pueden ayudar a los adultos mayores. Salir, por ejemplo, con los cuidados necesarios: "A mayor cantidad de entornos y estímulos que uno pueda visitar, mejor”, señala el especialista. También destaca la importancia de someterse a medios exigentes y actividades difíciles de abordar, como intentar manejar una aplicación o una computadora. “Es necesario someternos a experiencias que también sean exigentes para nosotros desde un punto de vista físico pero también intelectual y afectivo”, dice Berriel, y agrega: “Si nos aislamos lo perdemos todo, y eso genera un declive de exigencia y por lo tanto de nuestras capacidades".

¿Qué va a pasar una vez que todo acabe? Los especialistas apuntan a reforzar la atención actual para afrontar un mundo pospandemia donde advierten que el estrés postraumático apunta a ser uno de los trastornos más acentuados.

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