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El bocinazo que adelantó el gol, las puteadas al juez y los cánticos celestes: así se vio a los campeones en la explanada de la IM

Cientos de personas se reunieron frente a la pantalla del IMPO para ver la consagración de la selección sub-20
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12 de junio de 2023 a las 05:01

Falta una hora para que Uruguay juegue una nueva final del mundo sub 20 y los tambores suenan sin parar frente a la Intendencia de Montevideo. Sin embargo, al lado pasan los autos y nadie los para. La comparsa se llama Valores y Diego Paredes, su director, dice que estaban por tocar en su barrio Palermo y decidieron presentarse en medio de la avenida 18 de Julio. “Sabemos que si salimos campeones no vamos a poder tocar allá”, agrega luego de que los últimos tambores marcan el final de la actuación.

Todo parece comenzar como una fiesta, pero los tambores dan paso a los nervios y ayudan a pasar un poco el frío que se pasa al aire libre en Montevideo. Para ello también están el mate, la cerveza, el vino, el porro con el que empiezan a llegar de a decenas las personas que quieren ver el partido de la selección juvenil contra Italia en la pantalla gigante del Instituto Nacional de Impresiones y Publicaciones Oficiales (IMPO).

Un hombre pinta caras a voluntad. “Las buenas las pintamos, las malas las reparamos”, dice y genera las risas de un par de personas alrededor. Kari, un vendedor de banderitas para el auto, dice que la venta del día va a depender de “si ganamos o no”. Para él Uruguay “debería ganar”, por “la tranquilidad de los gurises” y porque Marcelo Broli, el técnico del seleccionado, “va a tener mucho éxito”. 

Para Marcelo la victoria será por 2-0. Para Juan también. Son varios los que sin decir resultados solo afirman: “tenemos que ganar”. No se conoce el empate ni la derrota. Cada vez falta menos y la gente se empieza a acomodar en la explanada. El “primer piso”, antes de la primera escalera, está repleto. El segundo tiene vacíos. Algunos cantan los primeros “soy celeste”. Salen los jugadores y empiezan los primeros aplausos. El himno se canta, en la gran mayoría de los casos, de a pie.

El frío

18 horas. Empieza el partido. Una patada a Luciano Rodríguez, el más aplaudido por la tribuna desde el arranque, saca el primer “¡Uh!” general. Un centro de Fabricio Díaz arrastra el primer suspiro en forma de “¡Ah!”. Un jugador de Italia pierde una pelota sobre un lateral y surgen los primeros silbidos. Alan Matturro, el otro gran aplaudido, envía un disparo lejos y llegan los primeros aplausos. En los primeros seis minutos el público se saca la modorra.

Del “¡Vamo Uruguay eh!” en el segundo tiro consecutivo desviado de Díaz al primer “hijo de puta” que se escucha en varias bocas por la primera decisión discutida del árbitro sueco Glenn Nyberg solo pasan unos pocos segundos. 

Hay una conexión marcada entre lo que se ve en la tele gigante y lo que hace el público en la Intendencia. Luciano pide aliento al público del Estadio Único de La Plata: la explanada se parte en aplausos. La hinchada en Argentina empieza a cantar, y el ruido alienta a ese público a cientos de kilómetros a hacer lo mismo.

Cerca de los 20 minutos llega el “para ser campeón, hoy hay que ganar” de la hinchada, que precede a un cabezazo de Anderson Duarte que despeja el golero italiano. “Volveremos a ser campeones como la primera vez”, aparece pocos minutos después. 

Dos faltas consecutivas a Luciano Rodríguez hacen que Claudio, en el primer piso de la explanada, pase de decir que al delantero le habían hecho “ocho faltas”, a “quince”. Fue su última queja antes del final del primer tiempo, ya en medio de la noche.

La venta de banderas para Marcelo, otro vendedor, sigue “flojita”, al igual que para otro vendedor de bolas de fraile, quien cree que “el frío no ayudó”. Los almacenes, en cambio, tienen fila: de allí la mayoría de la gente sale con alcohol. Otros, pocos, optaron calentarse con café.

La bocina y la fiesta

“¡Vamo’ arriba negro!”, es lo primero que grita un hincha cuando arranca el segundo tiempo, luego de un encare de Juan Cruz de los Santos. La efusividad de los primeros 60 minutos se calma, y el ingreso de Andrés Ferrari vuelve a mostrar algunos aplausos. Algunos “soy celeste” y un “dale vago” que un aficionado le grita a Daniele Montevago rompen un poco la tensión que genera la falta de gol.

Al minuto 80 cambia todo. Matteo Prati, el 4 de Italia, le pega un planchazo a Fabricio Díaz y el juez le saca la roja directa. La gente grita, salta, se alienta entre ella. Nyberg anula la roja y se siente un quejido general, una mezcla de chiflidos con insultos de todos los colores que quita todo el frío que quedaba en la explanada. “A estos putos les tenemos que ganar”, se empieza a cantar al unísono. Cada tranque pasa a ser un gol, cada falta en contra es roja.

Minuto 85. Uruguay gana un córner. Lo tira Fabricio Díaz y un ómnibus que pasa por 18 empieza a tocar la bocina sin parar, como nunca antes durante todo el partido. Él ya sabía que Matturro la peleó, pateó y el rebote le quedó en la cabeza a Luciano Rodríguez, que la empujó al arco. Abrazos entre desconocidos, saltos, gente mirando al cielo, Uruguay gana 1 a 0, y se festeja dos veces casi de forma idéntica cuando el juez Nyberg avala el gol tras la revisión del VAR.

Se suceden a cada rato canciones de barra: “Volveremos”, “soy celeste”, “esta noche tenemos que ganar”. Nyberg, en este momento enemigo público número uno del pueblo, suma 11 minutos y el insulto más chico recuerda a todo su linaje. Los cánticos dan lugar a gritos nerviosos que piden por un lado despejar cada pelota a cualquier lado, y por otro piden que el tiempo pase más rápido. 

11 minutos de descuento y el juez no finaliza el partido. Ya todo grito es igual o parecido a “terminalo”. Hasta que se termina. Hay ruidos que son difíciles de explicar, pero esa cantidad de gente que veía a Marcelo Broli correr por todo el Estadio Único desde el Centro de Montevideo parece gritar un solo “¡Uruguay nomá’!”. Las banderas que estaban sobre varios hombros empiezan a volar por el cielo. Aparece el tan ansiado “¡Dale campeón, dale campeón!”. Un montón de gente muy joven invade las dos vías de 18 de Julio y salta sin parar. Un joven mira a otro y le dice: “¡Somos campeones del mundo!”.

El “volveremos” pasa a ser “volvimos a ser campeones”. Decenas de adolescentes se turnan en grupos de a tres o cuatro para subirse al techo de la parada de ómnibus de 18 y Ejido y saltar. Cuatro policías bajan a uno de los primeros jóvenes. Uno de ellos le pide a uno de los efectivos que le aguante el vino para bajar y el guardia lo hace.

Los premios individuales no se ven y el público canta “prendé la tele la puta que te parió”. Todavía no había mucha gente cuando Fabricio Díaz levanta el título y la gente se enloquece. Esas banderas que esperaban pacientes ya son decenas y flamean sin parar, junto a las vuvuzelas, las bocinas, y las motos que aceleran detenidas para acompañar el ruido. Una niña pide el “soy celeste” y a los pocos segundos, casi por arte de magia, se empieza a escuchar.

Se acercan las 21 horas y 18 de Julio no tarda en volverse mitad peatonal. Un niño y su padre llegan con una pelota y se ponen a jugar en medio de la calle. Decenas, cientos, miles de personas caminan hacia la Intendencia, acompañadas de una caravana de autos que se alarga por toda la avenida hasta la Plaza Independencia, hoy vacía y vallada, a diferencia de aquellos festejos de 2010. Por primera vez en muchas cuadras se siente algo de silencio. Es domingo y es tarde, pero parece ser más temprano que nunca.

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