Gabriel Pereyra

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El crimen de Carrasco Norte y un argumento antipático

Hay quienes gustan de los mártires siempre que el mártir sea ajeno
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04 de octubre de 2016 a las 12:00

Tengo bien claro que escribir sobre esto no solo no es simpático, sino que se ganará la bronca-porque en estos asuntos manda la bronca- de buena parte de los lectores que con justificada razón están hartos de la delincuencia.

Señalar la responsabilidad de la víctima en el contexto de un acto de violencia mortal y aberrante, puede parecer una actitud fuera de lugar, despreciable para algunos.

Pero cada uno asume su papel en esta tragedia cotidiana y siempre es más fácil sintonizar con la comodidad de decir lo obvio y despotricar contra los delincuentes.

Hilando fino también se podría señalar lo inconveniente, cuando no oportunista y bajo, utilizar la muerte de un ciudadano a manos de la delincuencia para pedir renuncias, criticar al gobierno y hablar de asuntos relacionados al voto y a lo electoral, como lo hizo incluso en Facebook la mujer que fue rapiñada y que al ser defendida por Heriberto Pratti éste fue asesinado en la zona de Carrasco Norte.

Las víctimas de la delincuencia tendrán que dejar de ser tratadas como meras estadísticas y ellas y sus familiares recibir del Estado la atención que se merecen.

Pero al parecer, a quienes están preocupados por cifras les importan mucho ya que están permanentemente aludiendo a la cantidad de hurtos, rapiñas y homicidios.

De las 20 mil rapiñas que se cometen por año, menos de 40 terminan con un muerto, y la mayoría de las veces el muerto se resistió al asalto. Claro que hay casos de personas que no se resistieron e igual fueron asesinadas, pero la mayoría ocurrió ante un acto de resistencia.

La Policía y los expertos en seguridad han recomendado una y mil veces que ante una rapiña no se reaccione. Cuando pasan cosas como las de Carrasco Norte, si uno dice lo que piensa se corre el riesgo de pagar un precio por lo que puede ser considerado una actitud insensible.

En cambio, ganan espacio las voces que dicen, por ejemplo, que no hay que ceder espacio a la delincuencia. Un ciudadano que se deja rapiñar sin resistirse no debería ser cuestionado por este discurso de ribetes combativos. No se le puede pedir al ciudadano lo que corresponde básicamente a la Policía.

Hay un discurso, porque ni siquiera alcanza el estatus de argumento, que ante una voz que cuestiona la posición dominante ante hechos de estos, dispara: "A vos porque no le pasó a tu hijo, sino te quiero ver".

Aunque rechazo este argumento, le pagaré con la misma moneda: quienes aplauden la actitud de los ciudadanos que resisten a la delincuencia, si su hijo hubiese estado en el lugar que estaba Heriberto Pratti ¿habrían querido que reaccionaran igual para pasar el día siguiente de velorio? ¿O meterían en un cajón, no en un ataúd, esos gritos de resistencia y le dirían a sus hijos que el dinero va y viene pero la vida no? O sea, hay quienes gustan de los mártires siempre que el mártir sea ajeno.

En estos casos la suerte del delincuente no me importa en el sentido popular que pide su ejecución sumaria. Más bien me preocupa no lo que hizo y ya no tiene remedio, sino lo que puede volver a hacer.

En sus fallos condenatorios los magistrados le dicen al Estado qué debe hacer con ese delincuente en el terreno sancionatorio: enciérrenlo ocho años. Pero las sentencias nunca aluden a la otra responsabilidad del Estado: la obligación de rehabilitarlo. Si lo hicieran, quizás las familias de las víctimas asesinadas a manos de un delincuente reincidente tendrían más herramientas para accionar contra el Estado, porque la función que no cumplió, de rehabilitar a ese delincuente, terminó costando una vida humana.

En resumen, la rapiña de Carrasco Norte pudo haber sido una más entre las 20 mil que ocurren cada año. Y por respeto a la memoria de la víctima me siento obligado a decir lo que pienso, que es lo mismo que le digo a mis hijos, sin que ello me asegure nada porque en estos asuntos nadie puede asegurar nunca nada.

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