Mathías Olivera siempre fue hincha de Nacional, y el recorrida de su historia, que Referí hizo para el ciclo "Mi primer Mundial", así lo demuestra.
Un día su abuelo le llevó de regalo una plaqueta con su nombre de la reinaguración del Gran Parque Central en marzo de 2005 y una porción de césped de la cancha. Mathías se enamoró de Nacional y cuando su abuelo falleció, se tatuó su nombre. Fue el primer tatuaje que tuvo de los tantos que actualmente cubren su cuerpo. Luego grabó en su piel el año de nacimiento del club y también el escudo.
En la casa de Montevideo, una de las paredes de su cuarto, que ahora pertenece a su hermana Mía, mantiene el decorado tricolor: dos camisetas encuadradas y la inscripción “1899, padre y decano”.
Cuando llegó a Nacional lo recibió el entrenador Rudy Rodríguez, entonces a cargo de la Sub 14. Era de los niños pícaros, de los que ya demostraban mañas y personalidad para jugar al fútbol, destacó el técnico en esta nota.
Recordó Rudy un partido decisivo contra Central Español que Nacional estaba perdiendo. Al final se armó una pelea general, de la que Mathías fue uno de los protagonistas principales. Cayó al piso, lo golpearon y sufrió las consecuencias. Una anécdota que marca el temperamento del lateral izquierdo de la selección uruguaya.
Afuera de la cancha era tranquilo, respetuoso. “Con su picardía era la alegría del grupo y marcaba su impronta en cada una de las diabluras, pero nunca tuvimos dificultades ni rezongos grandes, como sí pasó con algunos otros”, señaló el DT.
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