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El túnel del tiempo y el espacio que llevó a los hinchas de Nacional al Campeón del Siglo

Dos mil parciales tricolores enfrentaron un tortuoso operativo para acompañar a su equipo en una jornada histórica
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13 de mayo de 2019 a las 05:01

La sensación es la de entrar en un túnel del tiempo y el espacio. Dos vallas amarillas y una decena de policías con rostros amenazantes son la primera barrera para ingresar al predio del viejo aeropuerto de Carrasco, que un caluroso domingo de otoño vuelve –tras casi diez años de abandono– a ser el centro de severos controles e interminables esperas.

Los dos mil pasajeros que nos reencontramos con la vieja terminal llevamos ropa roja, azul y blanca y vamos a ser los primeros hinchas de Nacional en ir a un partido en el estadio de Peñarol. Para ello debemos someternos a un operativo demencial que –dicen– es la única forma de llevarnos al Campeón del Siglo y devolvernos a salvo tras el encuentro. 

La entrada y la cédula hay que mostrarla tres veces. Primero a los diez policías que custodian la entrada al predio; más adelante, ya a pie, otros efectivos junto a la seguridad de Nacional hacen el chequeo rutinario de cada partido. 

–¿Trajiste un cuchillo para apuñalar a uno de Peñarol?–, le pregunta un oficial a uno de los parciales tricolores, que, aturdido por la consulta, demora en responder que no. “Es como cuando los yankees te preguntan si trajiste una bomba. Te hacen la psicológica”, le explica después a su amigo. 

A pocos metros, un nuevo punto de control nos somete a las cámaras de identificación facial. Sorteado ese paso, ya estamos técnicamente adentro del estadio. Solo faltan recorrer los 9 kilómetros que nos separan de la cancha, y para eso están los 40 ómnibus que dispuso Cutcsa. 

Entre la Guardia Republicana y los inspectores de la empresa ordenan el abordaje. Los ómnibus se mueven al grito de los hinchas.

A poco de partir, un efectivo pide que desalojemos el ómnibus por completo. 

–Hay uno que entró y está inhabilitado–, da como explicación. 

Bajamos y nos hacen poner en fila india, uno atrás del otro. 

–Vayan allá a asegurar al morocho de Inteligencia que ingresó uno que no podía–, ordena un oficial, y cinco policías se amontonan rápidamente detrás de un hombre de remera oscura y auricular. Piden, otra vez, que nada de gorros, lentes o camperas. Un hincha de gorro, lentes y campera maldice y se queja del chequeo. No sube de nuevo como el resto.  

Ahora sí estamos en condiciones de arrancar. Arriba del ómnibus –el último de la primera tanda que saldrá del aeropuerto hacia el estadio– somos unos 40 hinchas de Nacional, el chofer y un joven policía, que escucha con algo de atención y mucho de apatía los cánticos de la parcialidad. 

“El Señor te protege”, dice una estampilla pegada al volante del conductor. Pero los pasajeros también cantan sus plegarias. 

Solo le pido a dios/ Que se mueran los del carbonero/ Soy del bolso y falopero/ Esta tarde les quemamo’ el gallinero.

En una escena que parece salida de una película –o de una conocida publicidad de otra empresa de transportes que suele aparecer en las transmisiones deportivas–, una hilera de ómnibus se abre camino por la ruta desierta y enfila hacia el estadio de Peñarol. 

Cada unidad es escoltada por dos motos policiales que le avisan al conductor cuánto acercarse. Despejado el tráfico, casi no hay gente siquiera en el camino, salvo escasos vecinos que corren hasta la ruta para saludarnos –o insultarnos, en algún caso–, como si estuviéramos viniendo de Los Céspedes y tuviéramos los botines esperando en el vestuario. 

Viajamos unos 20 minutos hasta que la vegetación le abre paso al novel estadio. Allí otra enorme cantidad de policías asegura la zona exclusiva para la hinchada visitante y, de uno en uno, los ómnibus desembarcan al contingente tricolor, antes de pegar la vuelta al aeropuerto para repetir la operación.

Los baños de la tribuna Gastón Güelfi (la Scarone, tomando como referencia el Gran Parque Central) son la primera víctima de la visita y a los pocos minutos ya tienen los caños rotos y el piso inundado. 

Más allá de eso, todo transcurre con normalidad. Gaspar Valverde alienta a la hinchada carbonera; les respondemos que precisan un parlante para alentar. Nacho Obes canta temas de Queen; les gritamos que son un cuadro inglés. Nos animan a que los llevemos al Parque Central para que lo puedan quemar; les respondemos que a ver si ustedes van. El “Gaucho Bolso”, conocido personaje de la tribuna del Parque Central, despliega al viento su bandera de Artigas –esa que siempre luce en la Abdón Porte– y dice que le pone contento que por fin Peñarol tenga su estadio, aunque sea “cemento y nada más”. 

La adrenalina y la emoción propia de las cosas que pasan por primera vez será lo único que nos llevaremos de la larga jornada. Después vendrá el fútbol y nos hará pensar en lo inverosímil de tanto recurso, esfuerzo y tensión dilapidados en tan aburrido espectáculo. Pero estamos condenados a volver. 

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