Con RED demuestra, una vez más, que el lugar de empezar proyectos le queda cómodo.
Si miro para atrás te digo que es evidente, me he pasado haciendo eso toda la vida. Monté una academia de matemáticas y la dejé; monté una carpintería con un amigo y se la dejé a él; monté una empresa de cartelerías e hice lo mismo. Desde adolescente hago esto. Algunos amigos me dicen: “Sos como un iniciador, te gusta empezar y después que todo anda te aburrís y te vas”. Tiene una parte de cierto; el vértigo me gusta. Y también me gusta la primera etapa de un proyecto, el despegue de la nave y después el esfuerzo y el trayecto hasta que llega a su órbita. Llega un punto en que necesito desacoplarme sin daños. A veces te sale mejor que otras. Poder montar la Sala Zitarrosa e irte y que siga su vida y crezca es muy importante. Íntimamente es muy descarnado, como que te arrancás un pedazo, caés en un bajón, sentís un vacío, todo pierde sentido. A veces digo que hay que saber darse cuenta cuándo se cumplen los ciclos o cuándo los reinventás porque se pueden cumplir ciclos de crecimiento y de desarrollo dentro de una misma institución.
¿Por qué hablar de cultura y de dinero sigue siendo motivo de conflicto?
La cultura es, de alguna manera, fruto de una sociedad. La cultura artística también. Podés mirar el vaso medio lleno o medio vacío. Uruguay tiene todavía una maravillosa generación de talento y de artistas. Después les condenamos el éxito, salvo que vivan afuera. Hoy en música, teatro, danza, o cualquiera de las otras disciplinas artísticas, si buscás, tenés ejemplos formidables de artistas que son de proyección internacional y que son héroes del país. Las políticas públicas no los promueven. Con el afán de la democracia cultural se promueve a los que están empezando y tal vez el que de verdad lo necesita es el que está para hacer una gira para que el mundo lo conozca. Tendríamos que tener un desarrollo de talento y poder financiar carreras para que la única alternativa no sea que se tengan que ir. Esto habla de lo que somos como sociedad: castigamos el éxito, nos gusta esa medianía levemente ondulada que puede llegar a ser por momentos mediocre. Cuando hicimos el Solís nos decían cómo íbamos a gastar plata en eso, lo mismo con el Auditorio, nos decían que para las 50 entradas que se vendían para el ballet no era necesario un escenario nuevo. ¿Cómo te imaginás Montevideo sin el Solís, sin el Auditorio? Nuestro problema está en cómo nos debatimos entre la mediocridad y la excelencia. Si todos hiciéramos un poquito de esfuerzos por sacar lo mejor de nosotros mismos este es el mejor país del mundo. Si todos dejamos que nos gane la mediocridad es el peor rincón del planeta. Esa es la tensión.
Cuando hicimos el Solís nos decían cómo íbamos a gastar plata en eso, lo mismo con el Auditorio, nos decían que para las 50 entradas que se vendían para el ballet no era necesario un escenario nuevo. ¿Cómo te imaginás Montevideo sin el Solís, sin el Auditorio?
Las discusiones se tamizan por otros lados: si sos de Peñarol o de Nacional; de derecha o de izquierda. Pero el debate para mí va en es otro plano que es mucho más transversal. Y lo ves en una empresa privada o en el Estado. Normalmente le echamos la culpa al Estado pero en la mayoría de las empresas privadas pasa lo mismo. Siempre pregunto en las clases del Claeh: ¿cuál es el nivel de mediocridad que estamos dispuestos a aceptar? Al final del día, si somos honestos, tenemos que respondernos eso. Hay que hacerse cargo de esa respuesta y estar dispuestos a dar lo mejor que tenemos. Eso hace que después todo vuele. Pasó cuando vino (Daniele) Finzi Pasca, en la era de (Julio) Bocca en el Ballet del Sodre. Me acuerdo cuando trabajábamos en la Zitarrosa creíamos que estábamos en el mejor lugar del mundo, hacíamos 12 funciones llenas seguidas. En el Solís, lo mismo. Fueron unos años inolvidables. Pero también puede haber fenómenos comunitarios, chiquitos, barriales, de 12 personas que logran sacar lo mejor que sí, contagian al barrio y así pasa el milagro. De repente no nos enteramos, pero vale lo mismo que el Ballet del Sodre. Para mí ese es el estado deseado, es el que busco continuamente en las organizaciones y en los equipos. Hubo momentos épicos en el teatro independiente, en la época del Atahualpa del Cioppo, en los años de Manolo Martínez Carril cuando nos enseñaba a ver cine y a amarlo y a abrir la cabeza al mundo. Cuando lográs sistemas que se ponen en esa dirección, es genial.
¿Cuáles son los otros ejemplos de excelente gestión que se le vienen a la cabeza?
El trabajo de Gabriel Calderón, de Sergio Blanco —aunque no vive acá pero va y viene—, Marianella Morena. Todos están a la altura de los mejores y sin los apoyos que tienen los mejores. El fenómeno de Gen y de Andrea Arobba. Jorge Drexler es un muy buen gestor que no pudo quedarse y se fue. El caso que rompe todos los paradigmas es Jaime Roos, el tipo más crá que hay en gestión de su propia obra. La Trastienda me gusta, este año fue un ejemplo de sala de espectáculos privada muy cuidadita y piola. Acá nos faltan políticas públicas que hagan sostenibles empresas culturales. El sistema político no se da cuenta de la importancia que tiene esto, pero Montevideo sería una ciudad infinitamente mejor si tuviéramos un circuito de tango y candombe; si tuviéramos algunos boliches dedicados a eso y que uno se llame La Cumparsita; si hubiera espacios de talentos jóvenes, que sean sostenibles en el tiempo y que le permita vivir a la gente que se dedica a eso.
Ojalá que ganen plata los artistas, toda la que se pueda, que se hagan millonarios. Pero acá eso nos parece horrible. Solo aceptamos cuando se van.
Hay que hacer click para facilitar que eso pase. Así como se hizo click para facilitar la forestación o para que se instalen hoteles. Hace más de dos décadas el problema de Montevideo es que no tenía hoteles, el turismo era imposible. Y el sistema político hizo click y se corrigieron unas tuerquitas y hoy hay una plaza hotelera espectacular. Y se genera más turismo con cultura. Eso después atrae talentos, efervescencia, masa crítica, inversión. Es un dínamo que se genera. A veces el sistema político es muy mediocre y mezquino y no hace el click. Y ojalá que ganen plata los artistas, toda la que se pueda, que se hagan millonarios. Pero acá eso nos parece horrible. Solo aceptamos cuando se van.
Leonardo Carreño ¿Extraña trabajar con equipos grandes a diario?
Sí. Extraño, sí.
Recordó sus años como espectador de Cinemateca; la semana pasada Búsqueda informó que va a ocupar un rol de asesor en esta nueva etapa del edificio de la Corporación Andina de Fomento. ¿Es, algo así, como una manera de despuntar el vicio?
Estoy ayudando a que pase esta mutación extraordinaria. Cinemateca da un salto triple mortal. Abandona una inercia de estos últimos años que le había hecho mucho daño y se coloca en tres salas nuevas, confortables, con toda la tecnología para volver a cumplir su misión y tener una oportunidad de volver a generar ese amor por el cine y por el arte, de abrir cabezas de jóvenes universitarios que tienen que apropiarse de esos espacios. No sé si es despuntar el vicio. En este tiempo volví a abrir una productora de espectáculos con la que hacemos algunos eventos.
Los de Laura Canoura, por ejemplo.
Por ejemplo. También fui socio iniciador de Landia, en Canelones. Son mundos que van marchando en paralelo. Con distinta suerte, a veces te va bien, y otras te va mal. Yo trato de juntar todo bajo el mismo paraguas; es lo que vengo haciendo hace 30 años y es gestión cultural. Desde lo público o lo privado. Incluso en comunicación, desde RED, tiene un sostén de gestión cultural que es el fundamento de por qué nos gusta esto que hacemos. En el fondo todo tiene sentido si es una construcción colectiva y cultural.
Si me preguntás, yo quería ir hasta la luna. Quería que el teatro fuera el ejemplo mundial de gestión de teatros públicos. Pero bueno hay cosas que están mal y no cambiaron de la vieja cultura del Sodre; más allá de eso fuimos lejos y volamos alto. Y ahora todo sigue funcionando, así que valió la pena.
La llegada de Julio Bocca al Ballet Nacional del Sodre tiene mucho que ver con usted y sé que son muy cercanos. ¿Cómo vivió todo el proceso de renuncia de la compañía el año pasado?
Estuve 100% preocupado. Es una pena que Julio no esté ahí. Bocca es Bocca y es un privilegio extraordinario tenerlo. Pero cumplió un ciclo.
¿Cree que desde el Sodre y desde el gobierno no se hizo lo suficiente como para que él se quedara?
Los ciclos son ciclos y se cumplen. Sí me parece que no se hizo lo suficiente, pero eso es más una visión personal. Visto desde otra perspectiva hay una parte muy valiosa y es que el ballet sigue estando, sigue haciendo funciones, sigue estando lleno y sigue manteniendo el nivel. Por lo tanto hay una construcción cultural e institucional bastante buena. Si me preguntás, yo quería ir hasta la luna. Quería que el teatro fuera el ejemplo mundial de gestión de teatros públicos. Pero bueno hay cosas que están mal y no cambiaron de la vieja cultura del Sodre; más allá de eso fuimos lejos y volamos alto. Y ahora todo sigue funcionando, así que valió la pena.
Que se empiece y se termine el Antel Arena me parece un gesto y esto es más allá del debate político. Si es 80 o 20 o 30 me parece una estupidez, por en frente nos pasan elefantes de pérdidas de oportunidades pero después nos quedamos si se gastó tanta cantidad de dinero. A mí me duelen esas discusiones porque ya las viví y es clarísimo que es una inversión para muchísimas generaciones y que vale la pena.
¿Cómo maneja la tensión entre ambición bien entendida y realidad?
No tengo problema con eso. Voy estableciendo objetivos parciales. Yo sentí que habíamos cumplido con la visión del teatro que teníamos cuando logramos batir el récord de público y de funciones de aquel librito de los años dorados del Sodre. Pero no fue solo eso, porque al mismo tiempo había una exposición de (Ricardo) Pascale y otra de (José) Gurvich y la cafetería funcionaba bien y habían visitas guiadas, conferencias, charlas. Era una efervescencia brutal de gente, de debate, de cultura, iban los políticos, los empresarios. Todo pasaba por ahí. Tuve un momento que pensé: “Más de esto no puedo”. Lo que se hizo ahí fue el campeonato Mundial.
Formó parte de la organización de Gutenberg que se realizó el sábado en el Antel Arena. ¿Fue a la inauguración?
No.
¿Cómo ve el espacio como gestor cultural?
Me gusta. Lo defiendo. Fui parte de la decisión, acompañé, trabajé en el plan de negocios, estuve muy involucrado. Soy harto defensor del Antel Arena y va a quedar espectacular; de arquitectura, de ángulo de visibilidad, de cómo vivís el espectáculo, de sonido. Cuando tenga un poco más de rodaje va a ser un lugar increíble. No puedo más con las ganas que tengo de ver un partido de básquetbol ahí. Que se empiece y se termine el Antel Arena me parece un gesto y esto es más allá del debate político. Si es 80 o 20 o 30 me parece una estupidez, por en frente nos pasan elefantes de pérdidas de oportunidades pero después nos quedamos si se gastó tanta cantidad de dinero. A mí me duelen esas discusiones porque ya las viví y es clarísimo que es una inversión para muchísimas generaciones y que vale la pena.
¿Le hubiese gustado ser su director?
Sí, me hubiese encantado dirigir el Antel Arena. Yo quería, quería empezar de vuelta ahí, no tuve suerte.
¿Fue una decisión política?
No lo sé. Creo que no, más bien tiene que ver con que Antel resolvió darle la operación a una empresa que tiene sus propias políticas y sus propias miradas. No me querían a mí, querían traer a AEG y al escocés (Shane Chalmers). Yo no lo conozco pero tiene una mirada distinta a la mía. Puso unas fotos en la entrada de artistas internacionales que yo ni muerto lo hubiese hecho. Eso habla mucho del modelo de gestión y es un gesto que es muy fácil de ver.
Cinco +
Canción del Darno a la que vuelve incesantemente.
Imposible elegir una. Te digo los discos a los que vuelvo siempre: El trigo de la luna, Sansueña, Nieblas y neblinas y Zurcidor. Y lo hago en ese orden.
Ejemplo de gestión pública internacional.
El caso de Medellín. Jorge Melguizo logró que la ciudad más violenta del mundo se convierta en la más turística de Colombia. Y se hizo con cultura y con inversión pública. Buenos Aires también. En los años 40 se decidió que todo teatro en el distrito central no se puede transformar en otra cosa. Y así armaron la noche porteña y la movida cultural. Y se la creen y exportan. Caminito en La Boca también me parece brutal. Y eso es una acción privada.
Con qué artista vivo Uruguay tiene una gran deuda.
Con Jaime Roos, con Ruben Rada, con casi todos. Somos mezquinos e ingratos. Los poetas tienen que ganarse un premio para que los celebremos. Descubrimos ahora a Ida Vitale, ahora.
Cuál es su momento del día de mayor lucidez.
La mañana y a veces la tardecita noche.
Cuáles son las instancias que guarda para usted mismo.
No tengo una rutina, pero sí los busco todos los días. Cuando salgo a correr de mañana, a veces de noche tomando un vino, otras tomando un té cuando paré cinco minutos.