Cada generación tiene sus traumas y su propia desesperanza. E independientemente de si se crece en un pueblo medieval italiano a orillas del lago Di Bracciano o en una ciudad del interior del Uruguay, hay cosas que se van a compartir. Hoy, una buena parte de las personas que integran el grupo etario que va de los 25 a los 40, y que viven al occidente de este planeta en el año 2023, están vinculados, por ejemplo, por la certeza de que el retiro o la jubilación será cada vez más distante. O que la gentrificación y expansión de las grandes ciudades está aumentando las brechas socioeconómicas como nunca. Que el acceso a la vivienda se hace cuesta arriba. Que trabajar de lo que se estudia es difícil y que los sueldos magros son un problema estructural.
Es normal, entonces, que esas cruces decanten en los discursos de esas generaciones que las cargan, y que las reflexiones se manifiesten en todos los formatos, incluida la ficción. En esa línea aparece El agua del lago nunca es dulce, de la escritora italiana Giulia Caminito, una novela multipremiada que se abraza de la falta de futuro de su protagonista, de su familia, y que la utiliza para darle forma a una historia que alterna entre Roma y sus afueras, y que golpea con la dosis justa de belleza y dolor.
El centro de El agua del lago nunca es dulce es el recorrido vital de Gaia, una niña romana a la que el lector conocerá desde su infancia temprana, hasta sus primeros compases en el mundo laboral. A ella la rodea una familia quebrada por la falta de capacidad para mantener una casa en una capital cada vez más agresiva, una madre de fierro que genera contención y al mismo tiempo mucha violencia, un padre por fuera del sistema, un hermano anarquista, una situación económica que pende de la cuerda floja.
Con ellos en escena, el paisaje de la novela edifica, primero, a una Roma sucia, monstruosa y compleja, y luego pasa al pequeño pueblo de Anguillara Sabazia, muy cerca de la capital italiana, donde Caminito se crio, y que queda a orillas del lago Di Bracciano.
Es allí a donde Gaia y su familia —que su autora aclara que no está basada en la suya, y que le dio forma a partir de las historias de una mujer de ese pueblo— se mudan luego de ser expulsados por la gentrificación romana, y donde la chica crecerá entre la abulia semi rural, las oportunidades menguantes, los amigos y las tragedias del amor adolescente, las carreteras escarpadas y la sombra del agua del lago, cementerio de los sueños que se hunden.
“Quería hablar acerca del hecho de que cada vez tenemos más problemas para encontrar un lugar en el mundo, para tener una idea de futuro, para hacernos la idea de que será posible jubilarnos, comprar una casa o mantener una familia”, cuenta Caminito a El Observador, en uno de los tres días que pasó en Montevideo para presentar su libro en la librería Escaramuza, y a donde llegó tras haber pasado por la Feria del Libro de Buenos Aires. Su novela ha sido un éxito en Italia, ya tiene pendiente una adaptación al cine y empezó, recientemente, su recorrido en los países de habla hispana mediante la editorial Sexto Piso.
“Todas estas ideas eran bastante factibles para nuestros padres o abuelos, pero ahora es completamente diferente. Nos estamos dando cuenta de que quizás no sea posible, que tal vez tenemos que enfocarnos en el día a día, en nuestros proyectos actuales. Por eso, cuando pensé en Gaia quise escribir un personaje que no lograra encajar en el mundo. Y estaba pensando en la sensación de desesperanza y la posibilidad de fracaso que hoy abunda en nuestras sociedades para alguien de mi edad.”
Pese a la nota trágica y la falta de seguridades básicas que sus personajes parecen tener, Caminito se las arregla para que su novela no sea un trago demasiado amargo como para soportarlo, y en cambio examina el tema dejando entrar pequeños resquicios de luz de la mano de una escritura prodigiosa y una protagonista fascinante que, enseguida, queda impregnada en el corazón del lector. Así la ve su autora:
“Puedo entender a Gaia, su agresividad. Por otro lado, puedo entender también la sensación de fracaso que se cruza en su camino, porque muchos de nosotros la vivimos. Es parte de nuestro mundo. Probamos un trabajo y no podemos con las circunstancias. Probamos otro, y lo mismo. Probamos otra cosa y seguimos sin encontrar la manera. Tenemos 30, 35 años, y siempre estamos reiniciando nuestra vida porque algo anda mal”, dice Caminito.
El agua del lago nunca es dulce ganó varios premios en su país de origen, y fue finalista del prestigioso Stega; no es la primera novela de Caminito, pero sí aquella que le dio la plataforma para seguir explorando en la ficción los temas que más le interesan, la que rebatió los primeros comentarios que le planteaban cómo, en este mundo cada vez más complicado y enroscado, ella seguía poniéndo el dedo en la llaga.
Editorial Sexto Piso
La autora italiana Giulia Caminito estuvo en Montevideo
“Me decían: ‘los libros necesitan estimular a las personas, llenarlos de esperanzas.' No creo que sea así. Los libros no tienen necesidades. Solo estás tú, tratando de explicar y contar ese mundo que vivís. Quería escribir algo sobre el mundo que conozco, que está a mi alrededor. Algo que siento. Incluso fuera de Italia conozco personas de mi edad o menores que se sienten así, y en algún sentido siento que estamos juntos como generación en esto. Eso es importante para mí”, explica la escritora italiana.
Todos los caminos te sacan de Roma
Caminito vive en Roma. Ahí nació. Le gusta su ciudad. También conoce su reverso: la ciudad monumental está llena de basura, es cada vez más demecial, expulsa a los inmigrantes a sus márgenes, se generan cinturones enormes de pobreza, está tapizada de turistas, tener una vivienda digna en un lugar medianamente cercano a su núcleo es carísimo y el tránsito es uno de los más caóticos del mundo. La más latina de las capitales europeas es un sitio fabuloso y caótico. También es cada vez más difícil vivir allí para todos los que no pertenezcan al tope de la estratificación social.
Esa dimensión está muy presente en El agua del lago nunca es dulce. La madre de Gaia, Antonia, no puede luchar contra una ciudad que no quiere a su familia allí, y eso lleva a todos a una mudanza obligada a Anguillara Sabazia, que apenas queda a 40 kilómetros de la capital.
“Roma es maravillosa. Amo muchísimo a mi ciudad y está llena de belleza, pero también está llena de basura, de dificultades, hay muchísimas personas viviendo en condiciones muy complicadas y los servicios, para su tamaño, no son muy buenos. Mucha gente se va de la ciudad aunque trabaje en ella porque los impuestos son imposibles y es difícil seguir viviendo allí. Y eso hace que puedas tardar más de dos horas en ir a tu trabajo en transporte público, en la otra punta de la ciudad. Mucha gente se muda a localidades cercanas, pero la ciudad los va a buscar. Posiblemente, en diez años sean parte de Roma también, porque se expande. Es como sucedía en la Antigüedad: Roma puede estar en todas partes. El problema es que no está soportando ser tan inmensa”.
Caminito, que trabaja en el mundo editorial, volverá a revisitar el tema del trabajo y sus pormenores en la actualidad en su próxima novela.
"Algo está cambiando en las generaciones actuales en relación con el trabajo, con cómo lo pensamos, cómo funciona para nuestro futuro y la idea de mantener una familia. Quizás tenemos que enfocarnos más en qué hay detrás de eso".