Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

Inglaterra trabaja y grita gol

El fútbol es parte fundamental de la cultura del país que lo creó
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06 de abril de 2019 a las 05:02

Charlie y Daniel, padre e hijo, se sorprenden cuando les digo que una de las razones por las cuales mis dos hijos y yo hemos venido a Inglaterra es para ver jugar de locatario a un pequeño e histórico club de fútbol. El Luton Town lidera hoy la League One, en la que militan clubes con larga trayectoria y legendarias hinchadas, como el Sunderland, el Portsmouth, el Blackpool, el Wimbledon, y el Barnley, los cuales llegaron a jugar en la Premier League. Por unos segundos se quedan pensativos, como si no entendieran, mejor dicho, tratan de encontrarle sentido al hecho de que estos tres visitantes uruguayos, a quienes acaban de conocer en el tren matutino camino a Luton, vinieran de tan lejos a ver un partido de fútbol que para el 98% de los británicos es totalmente intrascendente. Luego de pedirnos una breve síntesis descriptiva sobre Montevideo, ahora somos nosotros los que preguntamos. Al instante sentimos la misma sorpresa que minutos antes sintieron ellos al oír la historia de nuestro viaje. 


Charlie y Daniel nacieron y viven en Ghillingham, condado de Kent. Hoy sábado van a invertir más de dos horas para ir de su ciudad hasta Luton; harán una hora y pico entre Ghillingham y Londres, y otra hora más entre Londres y Luton. Y serán otras dos horas y pico para regresar. Son hinchas del Ghillingham, único club de fútbol profesional en el condado de Kent. No son hinchas ni siguen –porque no les interesa– a ningún otro club de fútbol. Solo les interesa el homónimo de su ciudad, cuya población es de 100 mil habitantes. Como si estuviera escuchando una historia de Ray Bradbury que sucede en otro planeta, siento a la ficción mezclarse con la realidad. ¿Cómo es ser hincha de un club cuya mayor aspiración cada temporada no es otra que mantenerse sin descender en la League One o divisional C? La mañana está helada. A ratos llueve de manera copiosa. Por lo tanto, el amor y fanatismo de nuestros nuevos amigos queda demostrado por circunstancias climáticas que saltan a la vista. El sueño que les gustaría ver cumplido esta tarde es que el club de sus amores saque un puntito de visitante. Las recientes malas actuaciones lo han puesto al filo del descenso. “El partido va a terminar 0-0”, dice Charlie, quien trabaja en una fábrica y anuncia que la parada que viene es la nuestra. La clase trabajadora va al paraíso, y hoy, a Luton, próxima estación.


Las divisionales de ascenso, que también podrían ser consideradas de descenso, pues ni siquiera aquellos clubes con mayor popularidad y larga historia quedan eximidos del periplo en picada a lo más bajo de las cinco divisiones profesionales de Inglaterra, son dificilísimas. El superlativo cabe. En la League One, entre el puesto 12, ocupado por Ghillingham, y el 22, zona de descenso directo, hay solo 6 puntos de diferencia. De ahí que la dicha de las hinchadas esté asociada al hecho de intentar sobrevivir en el purgatorio de la tabla. El estoico acto de la supervivencia es el único gran triunfo a conseguir al final de la temporada. Para otros clubes, en cambio, como Luton Town, la realidad en ocasiones puede venir acompañada de milagros. Tras haber estado al borde de la desaparición, el club se ilusiona en estos días con emprender el regreso a la Championship, umbral de la Premier.


Apenas llegamos a Luton y caminamos bajo la lluvia las casi 20 cuadras que hay entre la estación de trenes y el viejísimo estadio, empiezo a respirar un extraño tufo urbano que con particular fragancia acompaña el viaje al pasado, cargado de postales de distintas épocas que todas juntas conforman mi vida y lo que soy. A ver. ¿Cuándo me hice hincha del Luton Town, club por el cual pocos dan un cobre? Aunque me esfuerce, y viaje en el tren de la memoria a diferentes estaciones de la infancia y la adolescencia, no consigo saberlo. Sin embargo, en medio de la reminiscencia aparece el vago recuerdo de un artículo leído cuando tenía no más de 15 años, y que relataba la historia del club cuya cancha queda “a dos o tres cuadras” de donde ahora mismo estamos llegando, según nos informa alguien. Llegar a la cancha del Luton Town por primera vez no solo representa llegar a destino tras un recorrido a vuelo de pájaro por mi pasado, sino que es asimismo la conclusión de un viaje hacia el pasado verdadero del fútbol, que es adonde acabamos de llegar. Construido en 1905 y con capacidad para 10.356 personas, Kenilworth Road es el pasado mismo. Si uno ama el fútbol, y su biografía, es como regresar al siglo XIX, a los albores de la creación del deporte que nació siendo popular. Llevó poco tiempo convocar reuniones masivas de entusiastas aficionados. 


El frío en este día gris de marzo resulta a ratos intolerable. Pero la sana algarabía del puñado de hinchas del Luton Town que llegó una hora antes del comienzo del match hace olvidar la cruel dictadura del termómetro. En las afueras de la que es una de las canchas más antiguas del fútbol mundial venden hamburguesas, cuyo único acompañamiento son trozos de cebolla cortados gruesos. Venden también chorizos del tipo Cumberland, que son algo así como el alma inglesa con forma asalchichonada. Mi almuerzo son dos, no, tres, tal vez creyendo que la sobredosis del chacinado puede evitar que me congele por completo. Lo consigo. Además, cosa insólita, venden té, lo cual hace que mi amor por la cultura futbolística inglesa crezca. El mundo está lleno de lugares raros, y Luton es uno de ellos. En mi ranking figura en el top ten, cerca del primer lugar junto con dos o tres sitios que conocí entre las montañas chinas.


Días antes de llegar a esta ciudad con 220 mil habitantes y cuyos orígenes se remontan al siglo VI, vi en televisión un extenso reportaje que informaba que en Luton el 90% de los ingleses nacidos en Inglaterra había votado a favor del Brexit. No quieren saber nada con Europa, o lo menos posible. Uno de los entrevistados decía que su empresa fabrica de manera artesanal algunos de los mejores sombreros del mundo, pero que está al borde de la bancarrota porque la gente hoy compra sombreros de menor calidad y a más bajos precios, fabricados en otros países europeos. No obstante, la realidad que mis ojos descubren es otra muy diferente. Salvo los ingleses anglos hinchas del Luton, y que parecen estar todos aquí, la ciudad está repleta de “extranjeros”. 


El barrio alrededor del estadio cuenta con una de las mayores poblaciones de musulmanes de toda Gran Bretaña. Las calles están pobladas de mujeres con hiyab y hombres con túnicas negras o grises. A ninguno le interesa Luton Town. Las viejas casas similares a las que aparecen en las películas de Ken Loach y que representan el proletariado inglés intentando trepar en la escala social, se han convertido en casbas, en guetos religiosos y étnicos que nada tienen que ver con la tradición del té y muffins a la cinco de la tarde que por siglo y pico ocupó las mismas viviendas. Entro al estadio de Luton Town sin poder sacarme de la cabeza Rock the Casbah, la canción de Clash.


Una enorme pancarta de protesta, que va de una punta a otra de una tribuna, dice: “Luton Town, established 1885, betrayed by the FA 2008” (Luton Town, fundado en 1885, traicionado por la Asociación Inglesa de Fútbol en 2008). Es la forma en que los sufridos hinchas lutonianos muestran su rebeldía ante la injusticia institucional que década atrás casi forzó la desaparición del club. Se fue rápido al fondo de todas las divisionales, pero la lealtad de su hinchada hizo que renaciera de entre las cenizas. El año pasado ascendió de la League Two a la League One, y este año va camino a la Championship (serie B inglesa), con el sueño intacto de poder seguir de largo y llegar a la Premier, en la cual solo 49 clubes han jugado. La historia del Luton Town no es gloriosa. Qué va. En su historia, que tiene ya bastante más de un siglo de iniciada, disputó solo dos finales: la de la FA Cup en 1959 (perdió 2-1 con Nottingham Forest) y la de la League Cup en 1988, en la que derrotó al Arsenal 3-2, y es considerada una de las cinco mejores finales de todos los tiempos en el fútbol inglés. 


Trato de explicarles a mis hijos –quienes disfrutaron la experiencia de haber venido hasta aquí, gritado gol dos veces (el partido terminó empatado 2-2), conversado la tarde entera con ingleses de la clase trabajadora, de excelsa amabilidad (invitaron la vuelta de cerveza y té), más que si hubiéramos ido a Disneyworld (adonde nunca fuimos)– por qué me apasiona tanto Luton Town, cuya hinchada es conocida como los Happy Hatters (sombrereros felices). Hago el intento, sin embargo pronto me doy cuenta de que es imposible. La dosis de locura de cada individuo carece de explicaciones. Además, a las razones del corazón no las entiende la razón. ¿Por qué a alguien le gustan más los helados de frutilla que los de chocolate, una mujer y no la otra, un chivito más que un bife de lomo? La felicidad de ciertas cosas trascendentes solo se explica sintiéndose feliz gracias a ellas.  Ha sido un día de íntima histórica felicidad, la que viene cuando la vida alcanza la perfecta simpleza para la que ha sido hecha, y no necesita de adjetivos para explicarlo. Al salir, uno de los vecinos, un árabe de nacionalidad británica seguramente, nos pregunta por qué hay tanta gente. Ni siquiera viviendo enfrente mismo de la cancha tiene una idea. No sabe lo que se pierde. 

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