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Jornada histórica de la celeste en Houston

Con el apoyo de más de mil uruguayos, la selección goleó a México por primera vez en su historia
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08 de septiembre de 2018 a las 09:52

Desde Houston, Texas

En Houston viven unos 800 uruguayos. Anoche en el estadio NRG de esta ciudad hubo alrededor de 1.300, unos cuantos de ellos venidos de otras partes: Dallas, San Antonio, Austin, Nueva Orleans. Hasta de más lejos. Es lo que tiene la selección de fútbol. No cualquiera, sino esta. La de Óscar Washington Tabárez. Ha creado un espacio de reconocimiento colectivo en el cual todos los uruguayos, sin distinción de edad, raza, género, procedencia o ideas políticas, se sienten mancomunados. Anoche en el estadio había torneros, médicos, mecánicos, ingenieros, cocineros, enfermeros, ejecutivos de empresas petroleras, y unos cuantos que aún no pudieron regularizar su situación inmigratoria, por más que hace años, décadas, que residen en la Unión Americana.

Es tanto el cariño y entusiasmo que genera esta selección, que algunos uruguayos se hospedaron en el mismo hotel donde hasta hoy sábado estuvieron los jugadores, en el Westin ubicado en Galleria, uno de los shoppings estadounidenses de mayor tamaño, y en donde se pueden encontrar las marcas más caras. Versace, Gucci, Louis Vutton, y de ahí en más. Así pues, uruguayos que desde hace años viven en Houston decidieron pasar unos días alojados en el hotel para poder ver a los jugadores a diario, para desayunar con ellos, para encontrárselos en el ascensor e iniciar una conversación que casi siempre terminó en una foto o selfi.

A diferencia de jugadores en anteriores planteles de la selección, los que pertenecen al llamado “proceso Tabárez” son señores en toda la extensión de la palabra y tratan con la misma deferencia al portero del hotel, al que conduce el ómnibus, al mozo del restaurante, o al hincha que se le acerca pidiendo que le firme la camiseta. Siempre tienen tiempo para los demás y para dejar bien parada la imagen de Uruguay. Quizá el resto del país debería aprender. No se necesita demasiado para practicar los buenos modales con los semejantes. Es solo cuestión de intentarlo.

Anoche en el estadio de Houston hubo un millar y pico de uruguayos, contra más de 50 mil mexicanos, quienes colaboraron para que el estadio estuviera casi lleno. La asistencia total de espectadores fue de 60.617 (cifra oficial). El resto del público lo conformaron estadounidenses y gente de distintas partes del mundo, amantes del fútbol que llegaron atraídos por el imán que son algunos jugadores como Luis Suárez y Diego Godín. Si Uruguay califica para el mundial de 2026 podría jugar algún partido en este mismo estadio ultramoderno, con techo retráctil y de fácil acceso.

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Apenas llegaron a Houston, varios jugadores mexicanos se quejaron de lo mismo que se quejó Roger Federer tras quedar eliminado del US Open en Nueva York: de la humedad y del calor. Por parte de los futbolistas uruguayos no hubo quejas al respecto, además, dentro del estadio fue otra la historia. El NRG cuenta con aire acondicionado, por lo que el público sintió que estaba viendo el partido en vivo y en directo en el living de su casa, rodeado de miles de amigos que habían venido a visitarlo. Ese precisamente fue el sentimiento que prevaleció en la hinchada uruguaya, uno de fraternidad y de íntima cofradía en tierras extrañas, como si todos se conocieran de toda la vida aunque se hayan visto por primera vez en ocasión del partido que fue, como digo, más que un partido. Fue una ceremonia para que hinchas y jugadores sintieran el profundo sentimiento de unidad colectiva que generan una pelota y una camiseta color celeste. El patriotismo que a veces falta en otros rubros de la vida nacional resalta magnificado cada vez que la selección sale a defender en una cancha de fútbol la imagen del país. Y de manera ininterrumpida, sin altibajos mayores, lo ha hecho muy bien en los recientes 12 años, mucho más pródigos en satisfacciones continuas que en otras épocas.

El partido comenzó a las 21.06 hora local, pero la fiesta de los uruguayos se inició a las 16.30 del viernes, cuando unos 400 compatriotas se juntaron para hacer lo que en la cultura deportiva de Estados Unidos se llama “tailgate” (sin traducción precisa al español), que es algo así como la previa del partido en uno de los estacionamientos del estadio. Allí se instaló un parrillero móvil y se sirvió en forma gratuita pascualina y choripanes (en lugar de las tradicionales hamburguesas que comen los estadounidenses en el mismo sitio antes de los partidos de fútbol americano). La música la pusieron algunos tamboriles, que en medio de la humedad hicieron  a más de uno recordar alguna tarde de febrero montevideano en días de carnaval. Por sobre todo, la ocasión sirvió para que muchos uruguayos que viven en la misma ciudad, y que sin embargo nunca antes se habían visto, pudieran conversar y establecer un vínculo auspiciado por las circunstancias relativas a la lejanía del país de origen.

Tal como la historia lo dice, entre Uruguay y México no hay partidos amistosos. Cada encuentro se disputa con notoria intensidad, como si algo importante estuviera siempre en juego, porque aztecas y charrúas no nacieron para fumar la pipa de la paz. El partido del viernes no fue la excepción. Un clima de match clásico se vivió en la cancha y en la tribuna. Si bien la oncena uruguaya controló la mayor parte del partido, los tres goles que hubo de diferencia fueron en cierta manera engañosos, pues México contó con varias ocasiones de gol, pero se encontró con un Fernando Muslera monumental, que realizó una de sus mejores actuaciones desde que es el golero inamovible de la selección. Entre los hinchas uruguayos, esparcidos en diferentes secciones del estadio, prevaleció tanto un sentimiento de euforia, por haber visto en acción a un equipo por momentos brillante y apabullador, como de nostalgia por adelantado. Nostalgia, pues dos de los mejores futbolistas en la cancha, dos referentes de esta época dorada del seleccionado nacional, Luis Suárez y Diego Godín, están entrando en el otoño de sus carreras, y jugadores como ellos salen muy de vez en cuando. El viernes de noche, a no mucha distancia de la NASA, volvieron a demostrar que son de otra galaxia.

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