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La autodestrucción argentina y el monstruo mediático que le come el cuello a Messi

Una nación predestinada a la gloria, pero adicta a lastimarse, está a punto de sumar otro fracaso
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21 de junio de 2018 a las 20:09
Había una vez un país elegido para el fútbol: Argentina. Que tuvo a Diego Maradona, el mejor jugador de la historia, que ganó un Mundial y llegó a la final de otro. Un genio futbolístico que padeció todas las decisiones equivocadas que tomó en su vida, pero también sufrió al monstruo mediático argentino, que lo endiosó y lo aplastó según le sirviera.

Ese país produjo otra joya, Lionel Messi. Cualquier nación futbolística del planeta podría considerarse afortunada de sacar uno de esos jugadores en 100 años. Argentina tuvo dos en tres décadas.

Ese país, al que el destino le dio todos los argumentos para la gloria futbolísitca, llegó a una final del Mundo en 2014, que perdió en el alargue. El 90% de las naciones del planeta hubiesen festejado ese logro, y lo hubiesen transformado en la base de un proyecto a largo plazo, liderado por un entrenador serio como Alejandro Sabella, que no promovía un fútbol vistoso, pero sí solidario y efectivo.

Pero Sabella se fue, agobiado por una Asociación del Fútbol Argentino (AFA) que se caía a pedazos, con los coletazos del FIFAgate, la muerte de su eterno presidente Julio Grondona, una intervención de la federación por parte del gobierno y FIFA, y sobre todo, un sistema perverso que le achacaba haber perdido una final del mundo, como si eso fuera una deshonra.

Llegó Gerardo Martino. Apostó a jugar al fútbol. Convenció a los jugadores. Y llegó a otras dos finales de Copa América, las dos perdidas por penales. ¿Bastante bien, no? Pues no en Argentina: otra vez el monstruo mediático, que todo fagocita, lo catalogó de perdedor, a él y a los jugadores, sobre todo Messi. No solo eso: se afianzó la leyenda de que en Argentina jugaban los amigos del 10 de Barcelona. Algunas de las mejores estrellas del futbol mundial, que brillan en Europa, tenían que demostrar su adhesión en cada partido, renovar credenciales como si fueran juveniles, todo bajo una presión insoportable.

A todo esto la AFA hacía elecciones para al menos salir de la parte política de la crisis autoinflingida. Pero no: en la urna aparecía un voto más que la cantidad de votantes. Se bajaba uno de los candidatos, Marcelo Tinelli, el más mediático y acostumbrado a lidiar con ese sistema tóxico.

Escándalo. El monstruo, una vez más, agradecido: más show, más críticas y titulares rimbombantes.
Messi se cansó y renunció a la selección después de que lo trataran como un traidor a la patria por perder la tercera final en tres años. Y otra vez, la bipolaridad, el drama nacional. El show, las críticas, los titulares rimbombantes. La necesidad de recuperarlo. Los programas políticos hablaban del tema. Parecía que a los argentinos se les iba la vida en eso, literalmente.

En el medio renunciaba Martino, porque no le daban los jugadores que pedía para los Juegos Olímpicos. ¿Selección, prioridad? No en Argentina. Ese equipo sub23 quedaba afuera en primera fase. La autodestrucción empezaba a configurarse. Y mostraba que el caos de afuera de la cancha suele tener consecuencias adentro: las selecciones juveniles eran incapaces de aportar nombres de nivel en la defensa, que acompañaran a los cracks de arriba. El granero futbolístico del mundo, el que alguna vez tuvo a Néstor Pekerman como un ejemplo mundial, empezaba a secarse.

Pero la caída libre seguía. Llegaba a la selección mayor el Patón Bauza, ya con la locura instalada. Volvía Messi. Los titulares del monstruo mediático lo trataban de salvador, de hijo pródigo.

Pero no por mucho. Bastaron con un par de resultados malos –siempre bajo una presión asfixiante- para que programas de TV del domingo por la noche, esos en los que lastimar, insultar e inventar es la norma, esos que son los abanderados del sistema perverso, le cayeran a los amigos de Messi. Volvían con la cantarola de citar jugadores del medio local porque tienen hambre, y no llamar a los millonarios de Europa, como si eso solucionara algo. Argentina, llena de estrellas de mitad de cancha para adelante, insistía inexorable y graciosamente en el camino de la autodestrucción.

Se iba Bauzá, llegaba Jorge Sampaoli. La Eliminatoria pasaba a ser un suplicio, al punto que en la última fecha de las Eliminatorias viajaba a la altura de Quito con la misión de ganar para clasificar. Lo salvaba Messi, obvio, con tres goles. Pero no era suficiente. Nada nunca es suficiente en Argentina.

Sampaoli, que asumía la responsabilidad de su vida pero no terminaba de decidirse a liderar, tomaba decisiones contrapuestas. Citaba a Icardi, enojaba a los jugadores referentes, pero al final aflojaba y no lo llevaba al Mundial. Otra vez los titulares con placa roja, las declaraciones de la esposa de Icardi, los programas de chimentos hablando de fútbol y los de fútbol hablando de chimentos. El DT bajaba de la lista al arquero Sergio Romero por lesión, pero la esposa de Romero protestaba. Encima, tenía mala suerte: Manuel Lanzini se rompía los ligamentos, y terminaban citando a Enzo Pérez, que estaba de vacaciones en la playa y dos semanas después terminaría siendo titular.

Apelaba a algunos jugadores del medio local, como le pedía la gente. Pero terminaba con lo de siempre: los cracks arriba, y de mitad de cancha para atrás un equipo bastante limitado. Mientras, los medios le protestaban hasta por el arquero, y pedían a Franco Armani, que nunca había jugado ni un minuto en la selección, en lugar de Wilfredo Caballero quien, carcomido por esa presión, terminaba cometiendo un error grosero, que abrió el camino de la derrota ante Croacia este jueves.

La autodestrucción total está a punto de configurarse tras el 3-0 de Croacia. Aquella generación que en cualquier otro país sería ejemplo y casi indiscutible, está a punto de quedarse afuera en una primera ronda de Mundial. Y nadie podrá mirar para el costado. Claro, ese monstruo mediático impaciente, hiriente, voraz, que volverá a morderle el cuello a Messi y compañía, nunca se va a hacer cargo.

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