Opinión > Economía

La Geopolítica de un virus y el “ombliguismo” uruguayo

En sus inicios, el nuevo año parece anticiparnos que si hay un rasgo que posee, éste es sin duda el de la incertidumbre y la inestabilidad
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17 de febrero de 2020 a las 05:04

Cuando se disipaban las tensiones entre Estados Unidos e Irán, al interior de China se multiplicaba el contagio de una epidemia, cuyos primeros síntomas ya habían sido denunciados por médicos chinos en diciembre en la ciudad de Wuhan, un enclave industrial y logístico con cerca de once millones de habitantes. En un par de semanas durante enero, los efectos del llamado “coronavirus” generaron una ola de reacciones y medidas sin precedentes, tanto por parte del régimen comunista, liderado por el autócrata Xi Jinpin, como también de los gobiernos de diversas naciones del mundo.

La cuarentena aplicada en cerca de quince ciudades con más de cincuenta millones de habitantes, supone que efectivamente, y más allá de la veracidad de los números oficiales de contagios y decesos que entrega el gobierno chino, -en duda a juzgar por como administran los hechos los gobiernos totalitarios- existe un temor mayor al interior del régimen. Esta es la amenaza de un creciente malestar social, atizado por los brutales efectos de la cuarentena, el temor que provoca el propio virus, la falta de información creíble por parte de la ciudadanía y los efectos de otra clase de contagio, el que representa el conflicto existente en Hong Kong, en contra del régimen de Beijing.

La sola posibilidad de un escenario interno como el de su díscolo vecino, con protestas callejeras apaciguadas ahora por la crisis del coronavirus, o la de una situación muy similar a la de 1989 con el desenlace de la masacre de Tiananmen, son probablemente los factores del miedo que ha llevado a la implementación de estos férreos controles internos, independientemente del riesgo definitivo que significa el avance viral.

En este contexto, la comparación con la anterior epidemia del SARS del 2003 es un ejercicio erróneo y fútil, ya que entonces, se trataba de otro escenario geopolítico y económico global -China aún no era la potencia económica mundial actual, ni había iniciado su ambiciosa transformación para ocupar un liderazgo geopolítico como ocurre ahora- y las sociedades carecían de la conectividad de la que hoy disponen.

Esta epidemia, con el potencial de convertirse en una pandemia, una vez que la Organización Mundial de la Salud se anime a declararla como tal y deje de lado las genuflexiones al régimen chino, en su desesperado y nebuloso manejo sanitario, es hoy un agente desestabilizador de la aun frágil economía mundial. China es el pulmón del comercio internacional, plataforma de suministro tecnológico e industrial del capitalismo occidental y mercado fundamental de exportaciones tanto del primer como del tercer mundo.

Mientras que el virus se expandía y asomaba sus primeros casos aislados en otras zonas del mundo, el Fondo Monetario Internacional realizaba su presentación del escenario económico internacional para el 2020, dentro del Foro Económico Mundial que se llevó a cabo en la ciudad de Davos, a mediados de enero. Allí, la propia Kristalina Georgieva, directora gerente del organismo, advertía acerca de los problemas que atraviesa la economía global. Esta viene recorriendo todavía una lenta recuperación, a base de políticas monetarias aplicadas a extremos inéditos, por parte de las principales autoridades financieras del mundo, entre ellas, la Reserva Federal de los Estados Unidos, y los bancos centrales de Europa y el Japón. 

Georgieva no escatimó el recurso del susto, en primer lugar al señalar los inquietantes paralelismos de esta época con la de la década de 1920. Este periodo finalizó con el crack bursátil de 1929, seguido por la Gran Depresión que derivó finalmente en la instalación del nazismo y el fascismo en Europa y Japón, gatillando la Segunda Guerra Mundial.   

Una segunda alerta que lanzó y en la que hizo énfasis Gita Gopinath, la economista jefe del FMI, es que esta incipiente recuperación, al límite en materia de instrumentos de estímulo –la ortodoxia fue abandonada hace ya una década- está expuesta a los impactos negativos de eventuales “shocks” externos. Sin duda alguna, que el virus de Wuhan viene con el ropaje preciso de un evento impensado, con las capacidades disruptivas que ya viene generando.

En el Uruguay, y en medio del sopor veraniego, estos acontecimientos, a juzgar por las prioridades de la agenda política, pertenecen a otro planeta. Nuestro interés colectivo, pareciera ser el de mirarnos el ombligo y ocuparnos en exceso de asuntos tales como el “casting” para las elecciones municipales de mayo y las marchas y contramarchas de una transición hacia un nuevo gobierno, que en su prolongada duración, expone a la coalición en su arranque, a innecesarios desgastes, antes de enfrentar las verdaderas pruebas de acidez a partir del primero de marzo. 

Mientras que al Foro en Davos han asistido en busca de contactos e inversiones, países como Paraguay, Chile y Colombia, nación que será sede del capítulo latinoamericano del Foro en el 2021, fue llamativa la ausencia de altos representantes del gobierno entrante. 

Se trata de una instancia en la cual se reúne la crema y nata del liderazgo mundial, para intercambiar sus visiones y temores. Allí en parte se gestan las posibles decisiones que acaban incidiendo y modificando nuestros planes gubernamentales, sacudiéndonos de nuestra ilusoria autarquía. También es preocupante la inexistencia de un comité de crisis, para evaluar el posible impacto de la epidemia en nuestra economía, tal como lo han hecho otros países regionales. Esta patología aldeana, en el estado del mundo actual, resulta más peligrosa que pintoresca. Nos aísla en lo mental y nos margina de lo trascendente. 

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