Agro > TRIBUNA / LUIS ROMERO ÁLVAREZ

La guerra comercial

"¡Cómo nos cuesta el Uruguay First!”
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05 de abril de 2019 a las 05:00

Por Luis Romero Álvarez, especial para El Observador

La guerra comercial que desató Estados Unidos contra China se acerca a su fin. Nació de la visión del presidente Donald Trump, al frente de un gigante dormido y bonachón que toleró y dejó pasar muchas situaciones donde claramente el interés del país pasó a un segundo lugar, en aras de un futuro bien mundial.

El presidente Trump, estribando en su America First, despertó al gigante y lo hizo mostrar los dientes, empezando por la suba de aranceles, pero listo a aplicar sanciones más severas, por ejemplo la prohibición a la banca mundial de operar con ciertas empresas, países y transacciones (como ya lo ha hecho en otros casos y no hay quien se le resista).

China no tiene chance de ganar una pulseada así y luego de la reacción inicial, indignada por el cachetazo público de las sanciones, ha comenzado a realizar todos los actos necesarios de genuflexión diplomática para aplacar la ira del gigante: acordó comprar dos millones de toneladas de soja americana y otra serie de gestos claros en esa dirección.

China entendió rápido que pierde mucho y ahora en esta confrontación si se escalan las acciones, mientras Estados Unidos pierde menos y más adelante, lo que resulta en una evidente situación de inferioridad para China si decide avanzar en una confrontación que no puede ganar.

Por eso con la sabiduría que dan 6.000 años de historia, China giró y se decidió a terminar rápido con esta guerra comercial; ya le va a costar igual la caída de su crecimiento en 2019 del 6,6% de 2018 al 5% esperado en 2019. Y China necesita seguir creciendo en forma muy fuerte para lograr mover cientos de millones de personas del campo a la ciudad, donde deben llegar a tener trabajo, casa, atención médica, educación, saneamiento etcétera, etcétera.

La estabilidad política está en juego, porque no puede el gobierno permitir un descontento creciente de la población.

Esto no quiere decir que China renuncie a su plan (a largo plazo, tan largo como nosotros los occidentales no sabemos pensar) de elevarse hasta la posición de primera potencia mundial indiscutida en todos los terrenos.

Ese objetivo es clarísimo y ni siquiera se disimula, basta leer el libro China, la edad de la ambición, de Evan Osnos, para entenderlo.

China ya empezó a mudar industrias al sudeste asiático (Vietnam, Tailandia, Cambodia), donde hay menores sueldos y se disimula la fuerza china, que a veces se agiganta incorrectamente. China fabrica el 99% de los iPhone que se venden, pero en realidad sólo aporta el 6% o 7% de su valor, todo lo demás es integrado por otros de la cadena de producción internacional de un iPhone.

Así las cosas, debemos festejar el próximo fin de esta dura guerra comercial. Mientras duró ni siquiera nos ha beneficiado por haber recibido mejores precios al quedar fuera del mercado de abastecimiento chino toda la producción americana y nos perjudicó en varios planos, por enlentecimiento de la economía mundial, aumento de las volatilidades financieras y del mercado de commodities, retracción de inversiones, etcétera, etcétera.

Esperemos que la lección haya sido aprendida. Como dijo Confucio: “hay gobierno cuando el príncipe es príncipe y el ministro es ministro; cuando el padre es padre y cuando el hijo es hijo”... en el mundo de hoy y por varias décadas más el padre es Estados Unidos y el hijo es China. Fue bueno que lo recordaran a tiempo para evitar líos mayores más tarde, que esos sí nos habrían arruinado a todos. La sabiduría para Uruguay habría sido tener un TLC con Estados Unidos, como tienen Chile y México por ejemplo, y como George Bush hijo le ofreció en bandeja a Tabaré Vázquez y otro TLC con China, como tienen Australia y Nueva Zelanda por ejemplo, hacia donde venden su soja, su carne y su leche que compiten con nuestros productos, sin aranceles, para bien de sus productores.

¡Cómo nos cuesta el Uruguay First! Pero no hay caso. Acá la izquierda recalcitrante y los sindicatos prefieren que nos quedemos encerrados en una economía chica, atrasada y pobre. Así, aunque fuésemos grandes, nadie se gastaría en lanzar una guerra comercial contra nosotros. 

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