Nacional > Encontraron sus restos

La historia del "Ruso" Bleier, el día que desapareció y cómo lo recuerdan

Este lunes se informó que sus restos fueron los que aparecieron en el Batallón 13
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08 de octubre de 2019 a las 11:26

“¿Chichita, estás ahí?”, preguntó Eduardo Bleier y la respuesta de Rita Ibarburu no demoró en llegar: “Estoy aquí, Eduardo”. Ibarburu recordó esa pregunta y esa respuesta durante una comparecencia a la Comisión Investigadora Parlamentaria sobre situación de personas desaparecidas hace más de dos décadas. Según su relato, la pregunta de Bleier se repitió dos veces, una en Punta Gorda, 300 Carlos R, y otra en el Batallón de Infantería 13°, donde funcionaba el centro clandestino de detención 300 Carlos. Ambos, conocidos como “el infierno”.

Para los jóvenes comunistas, Bleier era el “Ruso grande”. Era la forma de diferenciarlo del “Ruso chico”, Mauricio Rosencof, con quien compartió días y horas de militancia y activismo. Era la década de 1950 y en la seccional estudiantil del Partido Comunista de la avenida Uruguay y Tristán Narvaja las reuniones políticas se mezclaban con partidos de fútbol. Rosencof lo recuerda como “un antro” que sirvió de puntapié para fundar la Juventud del Partido Comunista y está convencido de que Bleier “sobrevolaba encima” de los demás militantes por su experiencia, edad y mayor vinculación al Partido Comunista, que lo llevó a ser miembro del Comité Central.

A Bleier le costó recibirse de odontólogo por su activa militancia, pero finalmente lo logró. Nació en Montevideo el 12 de noviembre de 1927 y tuvo cuatro hijos de dos matrimonios, dos mujeres (una del primer matrimonio) y dos varones. En 1975, Bleier ya no dormía en su casa y visitaba a su familia cada tanto. A fines de octubre una persona golpeó la puerta de la casa de su hermana y le informó a ella y Carlos Bleier, hijo de Eduardo, que el 29 no había ido a una reunión que tenía prevista. “Esto fue informado por la persona que lo acompañaba en un auto y que lo manejaba, y que no salió junto con mi padre al lugar donde él se dirigía –y donde fue detenido—donde había una ratonera ocupada por efectivos que no puedo precisar si eran militares o policiales”, contó Carlos en mayo de 1985 a la Comisión Investigadora sobre Situación de Personas Desaparecidas y Hechos que la Motivaron. De esa casa no volvió. Había sido detenido.

“Le dieron por bolche y por judío –que en la izquierda éramos un lote–, y se la bancó, porque eran más fuertes las convicciones y la dignidad que las picanas, los tachos, el caballete, los plantones”, escribió Rosencof en el prólogo del libro “(Des)aparecido: Vida, obra y desaparición de Eduardo Bleier” de André Fremd y Germán Kronfled, publicado en 2011.

El testimonio de varias personas llevó a saber que aquel 29 de octubre que faltó a la cita que tenía prevista fue conducido al 300 Carlos R, una casa en Punta Gorda en la rambla República de México que era utilizada por servicios de inteligencia para interrogar bajo tortura a presos políticos. Luego lo trasladaron al 300 Carlos, “el infierno grande” y menos de dos meses después, el 12 de diciembre de 1975, lo llevaron al hospital Militar en muy mal estado, según testigos. Entre el 6 y 10 de febrero de 1976 fue visto nuevamente en el 300 Carlos. De acuerdo a la Secretaría de Derechos Humanos, esa fue la última vez que alguien lo vio. En 2005, las Fuerzas Armadas informaron que sus restos fueron inhumados en el Batallón 13°, exhumados, cremados y sus cenizas esparcidas en el Batallón 14°.

La detención y desaparición de Bleier fue condenada en 1982 por el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas y el Estado de Israel presentó un reclamo ante el Estado uruguayo tras su detención.

Hay quienes hablan de él como un hombre inteligente y carismático. Para Rosencof, tenía “un grado de comprensión poco común”. “Cada dos por tres venía a comer a casa, a lo de mi vieja, y pedía 15 minutos de relax para hacer la digestión y después seguíamos conversando”, contó en diálogo con El Observador.

Pocos segundos después, recordó que a fines de la década de 1960, consciente de que el activismo de Rosencof y de Raúl "Bebe" Sendic junto con los cañeros de Artigas podía traerle problemas, lo miró y le dijo: “Cualquier cosa, ya sabés. Cuidate”. Para el exdirigente tupamaro fue “el corolario de la despedida”. Dos años después de haber sido liberados, Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro dedicaron su libro Memorias del calabozo, entre otros, al “Ruso” Bleier.

Fueron años en los que su familia peregrinó por diversas instalaciones militares intentado dar con él. Las respuestas iban desde que estaba requerido pero sin información hasta que “seguramente se había ido del país”. Pero nadie les confirmaba que estaba detenido.

Los recuerdos de testigos de la época incluyen relatos sobre las torturas que Bleier recibió, al punto de que hay quienes tienen en su memoria verlo con una máscara de oxígeno por la dificultad que tenía para respirar.

El 27 de agosto, Gerardo Bleier, uno de sus hijos, ingresó junto a otros familiares de detenidos desaparecidos al Batallón 13° al enterarse sobre el hallazgo de restos. “Estuvo siempre ahí…hasta que lo encontramos”, escribió este lunes en su cuenta de Facebook apenas se confirmó la identidad de aquel esqueleto. 

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