Es sabido que los reyes y déspotas de todos los tiempos financiaban sus guerras, sus cortes disolutas y sus caprichos, con impuestos e inflación. Con el paso del tiempo los políticos, finalmente herederos del estado monárquico, comprendieron que la inflación era una herramienta mucho más efectiva y fácil que los impuestos, evitaba tomarse la molestia de recaudarlos, rendir cuentas, hacer complicados cálculos presupuestarios y - a medida que se fue imponiendo la odiosa figura de los parlamentos que limitaban el poder real - de conseguir la aprobación de leyes que crearan nuevos impuestos o aumentos de los existentes. La inflación es un impuesto que no requiere ninguna aprobación de las cámaras.
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