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La vida en situación de calle en tiempos de pandemia: menos changas y sin tapabocas

El Mides generó más de 300 cupos en refugios nocturnos con los que llegó a 1.342 plazas pero durante el día están obligados a estar en la calle
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09 de mayo de 2020 a las 05:03

Ramiro Pisabarro

“Así como la ves está un poco gastada, pero todavía limpia”, dice Germán Rojas, mientras frota las manos en su campera. En tiempos en que la higiene es una de las armas más poderosas contra la pandemia, es la forma que tiene de lavarse las manos con asiduidad.

Hay 13º en la explanada de la Intendencia de Montevideo y el viento sopla fuerte a media tarde. El hombre de 52 años de edad y barba canosa se sienta en un banco con sus pertenencias al costado. Está en situación de calle desde hace tres años.

Al ser declarada la emergencia sanitaria en el país, el mensaje del gobierno fue contundente: “Quedate en casa”. Al mismo tiempo comenzaron los planes para atender a aquellos más vulnerables, incluidos los que no tienen un hogar en el que aislarse. Al cabo de una semana se aprobó una partida por $1.000 millones para el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) para hacerle frente a estas realidades. Según datos recabados por la cartera en abril del año pasado, había 2.038 personas en situación de calle. Poco menos de la mitad pasaba la noche en refugios y 1.043 de ellos dormían a la intemperie.

Rojas es uno de ellos. Lleva consigo un cartón que despliega sobre la calle Germán Barbato por las noches.

El hombre gana su sustento a través de “changuitas”, que varían desde lavar el kiosco de la esquina a hacer el recado de ir a buscar mercaderías para los vendedores ambulantes del centro a los mayoristas. Sin embargo, a causa del resentimiento económicos por el arribo del covid-19, la tiene más complicada para acceder a estos encargos.

Por tal razón, son fundamentales las diversas iniciativas que reparten alimentos. Rojas tiene un tapabocas guardado en su bolsillo, que le fue entregado por una de las organizaciones junto con un plato de comida caliente.

En el banco de al lado, dos hombres conversan y fuman cada uno su tabaco. Ambos pernoctan en refugios. No obstante, llegadas las 9 de la mañana deben arreglárselas en la calle por sí solos. Hasta que el centro no abra sus puertas de 18 a 20 horas, no tienen a dónde ir. Uno de ellos tiene a su lado una caña de pescar, que lleva hasta la escollera Sarandí para matar el tiempo.

En un comienzo, el Mides evaluó convertir los 33 centros nocturnos en refugios de 24 horas. Sin embargo, la opción fue descartada para evitar mayores concentraciones de personas. Como estos dos hombres que charlan en el banco, hay más de mil en su misma situación. Según supo El Observador, hoy hay 1.342 cupos para ingresar a refugios, casi 300 más que antes de iniciada la emergencia sanitaria (1.057). Pero por más contención que pueda haber en la noche, durante el día no hay otra opción que estar en la calle.

Sobre este tema se pronunció el subsecretario Armando Castaingdebat el pasado viernes. En diálogo con el programa Doble Click de FM Del Sol, explicó que la cartera busca una herramienta legal para que la persona en situación de calle abandone la vía pública porque “corre riesgo ella, pero también le hace correr riesgos a los que están sanos”. Mientras tanto, el Mides no puede asistir a quienes no desean ser atendidos.

En Plaza Cagancha, Gustavo y Yaquelín recogen sus pertenencias. Solo están de paso por la zona, vinieron a visitar a unos amigos que se alojan en el Hotel Urban Express.

Cuando a mediados de marzo se barajaban distintas cartas sobre la mesa, el Ministerio de Salud Pública sugirió que se aislara a la población de riesgo. Fue así que la primera prioridad del Mides fue alojar a los 300 mayores de 60 años en situación de calle. Algunos fueron albergados en refugios de 24 horas y el resto fueron distribuidos entre varias instalaciones, entre las que se incluye el hotel céntrico al que fueron destinadas unas 70 personas.

Soluciones del Mides para personas en situación de calle

87 adultos mayores están albergados en refugios de 24 horas del Mides. Para atender a la totalidad de 300 personas en esta condición, se dispusieron diversas instalaciones transitorias. Una de ellas fue el Hotel Urban Express, que pertenece a la familia política de la exsenadora nacionalista Verónica Alonso, al cual el Mides paga U$S 7 diarios por cada persona albergada. Los jerarcas del Mides declararon que al momento de consolidar el acuerdo desconocían el vínculo del esposo de Alonso, Marcelo Gerwer con el hotel. También fueron prestados el Palacio Peñarol, un predio en la Rural del Prado con módulos para casos sospechosos y positivos de coronavirus, la sede de CAFO en el Estadio Centenario y gimnasios de diversos clubes deportivos. Hoy la intención del Mides es destinar a aquellos que se han hospedado en gimnasios a soluciones habitacionales más dignas y protegidas térmicamente. La cartera proyecta tener realizados la mayoría de los realojos para el 15 de mayo.
Asimismo, en el marco del convenio firmado con la Agencia Nacional de Vivienda a finales de abril, parte de los realojados serán destinados a estas instalaciones. Según supo El Observador a partir del Programa Calle, ya hay una locación confirmada en Sayago.

A la altura del Templo Inglés, por la Rambla Gran Bretaña, un hombre juega al básquetbol mientras no llegan coches para parar. La copa de un árbol hace las veces de tablero y un banco de plástico colgado patas para arriba es el aro. Walter Molina no es población de riesgo y está convencido de que no está contagiado con el nuevo coronavirus. Para demostrarlo, hace un par de lagartijas con salto en el piso.

A pesar del mayor tráfico por la "nueva normalidad", cuenta que no está haciendo más que $400 diarios con las paradas. "Con eso no da ni para el guiso", afirma Molina. También él confirma la importancia de las ollas solidarias que salen a repartir.

Walter estuvo cuatro veces en la cárcel. En una de sus pasadas por los penales se tatuó el nombre de su hija en el pecho.

El hombre pernocta a la intemperie. Cerca del Cubo del Sur, en plena rambla, armó un rincón propio a partir de un sillón de segunda mano. “Ahí puedo comer, tomar mate, drogarme. Ahí no molesto a nadie”, comparte.

Varias cuadras hacia adentro, por avenida Libertador y Valparaíso, Fernando calienta agua en una olla. El fuego arde con los trozos de madera que pudo requechar de una volqueta. Él y su esposa Olga pasan hace varias noches en este pequeño predio de pedregullo. Cuentan con el cobijo de una carpa para pasar las noches. Al lado hay una obra que hasta ahora se mantiene inactiva. Cuando se retome la producción, Fernando considera que deberán levantar campamento. De todos modos, aclara, ya están acostumbrados.

En las inmediaciones del Parque Batlle, Carlos empuja su carrito, cargado hasta el tope con mantas y pertenencias propias. Lleva también una Biblia, una mochila en su espalda y una bolsa con comida. Tiene además una radio, con la que se entera de informaciones vitales para quien no tiene techo, como un: “no dan lluvia para mañana”.

El hombre, oriundo del departamento de Artigas, cumplió 52 el 1° de mayo. Sin embargo, relata que fue un festejo para el olvido. Por cuatro meses había “parado” junto a un local abandonado en la calle Rivera. Allí había entablado buena relación con algunos vecinos, cuya generosidad consistía en gestos como calentarle el agua para el mate. “Los problemas fueron con gente de mi misma situación”, declara. Cuenta que su carro lleno siempre fue motivo de pedidos. “Yo fui criado de otra manera”, asegura, por lo que siempre trató de ser gentil. No obstante, las consultas se tornaron exageradas, y varias de sus pertenencias tendían a no volver. “Viste cómo es”, señala Carlos, alegando que a causa de los vicios sus cosas iban a parar a las bocas de droga a cambio de dosis de pasta base.

Las rispideces estallaron en la noche de su cumpleaños. Carlos se quita su gorro de lana, y deja ver una herida provocada por una pedrada en su frente, y un rasguño en su nariz. Desde entonces, busca un lugar dónde “parar”. Se niega a pasar la noche en un refugio, a pesar del extracupo de casi 300 plazas generado por el Mides. Confiesa sentirse inseguro en ellos.

“Todo esto lo encontré requechando en la volqueta, muchacho”, sostiene al señalar el bulto de su carro. Carlos sale todos los días a hurgar entre los residuos. También parte de su alimento se basa en lo que pueda encontrar en la basura. Y en esa rutina diaria, reconoce que no puede “andar teniendo siempre limpias las manos”. Tampoco cuenta con un tapabocas.

Comenta que a raíz de la epidemia la gente está más “distante”. Siente el peso del distanciamiento social.

“Gracias por escucharme”, dice al despedirse. Carlos empuja el carro y sigue su camino.

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