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Las campanas doblan por Notre Dame

Quema de un símbolo y planes de reconstrucción
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20 de abril de 2019 a las 05:03

Un techo de más de 100 metros de largo que arde con violencia, una aguja de 93 metros que se derrumba, como un símbolo de libre interpretación: complot, castigo divino, negligencia o mero azar. Son imágenes que el lunes asombraron al mundo. 
Todos saben algo de la catedral Notre Dame de París, con sus venerables 856 años: ella representa creencias, historias y desafía la imaginación.

Una vieja fotografía muestra al general Charles de Gaulle cantando el Magnificat en Notre Dame el 26 de agosto de 1944, mientras en el interior de la catedral ocurría un tiroteo y los presentes se tiraban al piso. Los últimos ocupantes alemanes aún resistían la rendición ante los maquis y  las tropas aliadas que ingresaron a la capital de Francia el día anterior. “Vi más traseros que rostros” mientras De Gaulle continuaba de pie, contó un periodista de la BBC.

Un siglo y medio antes, en fase de Terror y Descristianización durante la Revolución francesa, Notre Dame sirvió de recinto para entronizar a la Diosa de la Razón. La catedral fue saqueada y usada como depósito. Once años después, el 2 de diciembre de 1804, Napoleón Bonaparte se hizo coronar allí como emperador de los franceses, arropado por una enorme capa de armiño, y acabó con la República. El pequeño corso, que despreciaba a París por frívola, hizo viajar desde Roma al papa Pío VII pero no permitió que lo tocara: él mismo puso la corona sobre su cabeza, y luego coronó a su mujer, Josefina.

Todos saben algo de Nuestra Señora (Notre Dame) de París, aunque más no sea por revistas, viejas fotos familiares o por la literatura y el cine. Los jóvenes de hoy saben del jorobado Quasimodo, personaje creado en 1831 por el escritor Víctor Hugo, por la versión en dibujos animados de Walt Disney de 1996.

La catedral se yergue en una isla del río Sena, la Île de la Cité, sobre las ruinas de Lutetia, el pueblo que los romanos levantaron hace dos milenios y derivó en la actual capital de Francia.

Notre Dame no es particularmente grande. Ocupa una superficie que equivale a la cuarta parte de la basílica San Pedro, en el Vaticano, o la de Nuestra Señora Aparecida, en el estado de San Pablo, Brasil. Ni hablar si se la pone al lado de aeropuertos o shopping centers, las prosaicas catedrales contemporáneas. (Un montaje sarcástico que circuló por estos días muestra a Notre Dame de París casi pequeña al lado del proyecto Cipriani en San Rafael, Punta del Este). 

Oriente también contiene mezquitas y monumentos funerarios imponentes, aunque son menos conocidos en Occidente.

Notre Dame tampoco es una iglesia particularmente bella, aunque esta afirmación sea más discutible. Se trata de un macizo gótico antiguo, frugal y desangelado si se lo compara, por ejemplo, con la esbelta catedral de Colonia, en Alemania, la de Milán, en Italia, o la extravagante Sagrada Familia de Barcelona.

Pero Notre Dame es el monumento más visitado de Europa, y uno de los emblemas de una ciudad que en sí misma es una joya urbanística y arquitectónica, destino obligado de casi cualquier viajero.

El incendio del lunes destruyó su techo de madera, una joya de la arquitectura medieval, hecho de robles curados bajo el agua durante 25 años y luego secados durante otros 25. También quemó la aguja y la cruz, que habían sido reconstruidas en 1860, el punto más alto de la catedral. 

El dinero no será un problema para la reconstrucción. Grandes empresas galas, personas comunes y superricos ya prometieron unos US$ 1.000 millones. Y, como suele ocurrir en estos casos, muchos cuestionan esa generosidad selectiva y reclaman que el dinero se destine a otras urgencias sociales.

En Por quién doblan las campanas, su novela sobre la guerra civil española, Ernest Hemingway cita a un antiguo poeta: Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad. Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas: están doblando por ti.

Ahora las campanas doblan por Notre Dame. Pero no será la muerte esta vez. Presumiblemente se reconstruirá en pocos años, con medios técnicos y financieros infinitamente más abundantes que en el medioevo, porque las comunidades requieren mitos y símbolos que contribuyan a darle sentido y unidad. 

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