La Comedia Nacional cumple 75 años este domingo 2 de octubre

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La voz de la platea: una celebración de los 75 años de la Comedia Nacional a través de las obras más queridas por sus espectadores

En el aniversario de la compañía montevideana, 16 espectadores fieles recuerdan algunos de los títulos a los que les tienen más cariño
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02 de octubre de 2022 a las 05:10

La pregunta iba con trampa. ¿Cómo se pueden reducir 75 años de espectáculos, de puestas en escena, de interpretaciones memorables y leyendas arriba del escenario en una única obra elegida? Imposible, pero igual nos atrevimos. Porque para celebrar el aniversario redondo del cuerpo dramático de la ciudad, que se cumple este domingo 2 de octubre, en Luces quisimos interpelar a una serie de espectadores ilustres, de esos que siempre han estado allí, sentados en las butacas del Solís, la sala Verdi y donde sea que la Comedia Nacional haya entregado su trabajo, y abrimos el debate: ¿cuál es el espectáculo que recuerda con más cariño y por qué? En las respuestas hay periodistas, críticos, teatreros, actores, gente que estuvo en la Comedia, que está ahora, personalidades de siempre. Y hay, también, coincidencias, sorpresas, alguna anécdota y la certeza de que la huella de la Comedia Nacional en la retina del público uruguayo es imborrable. Imposible de ignorar. Digno de una celebración.

Javier Alfonso

*Periodista y crítico del Semanario Búsqueda

Variaciones Meyerhold
me dejó un recuerdo muy fuerte por la actuación de Jorge Bolani. El texto es de Eduardo Pavlovsky, la dirigió Lucio Hernández en 2012 y también actuaban Jimena Pérez y Luis Martínez. Es la historia del ruso Vsévolod Meyerhold, uno de los revolucionarios de la técnica actoral. Durante la revolución, como a Stanislavski y a tantos otros, intentaron doblegarlo y controlar su discurso y pensamiento. Quedó señalado como un artista díscolo y fue perseguido, apresado, se intentó censurarlo. Él se resiste hasta que muere víctima de esa represión. Es una historia en la que prevalece el amor al arte en su estado más puro, y la independencia total del artista de cualquier sistema de gobierno e ideológico, o cualquier sistema que opte por cooptar su discurso. La actuación de Bolani fue increíble. Su presencia en esta obra es tan frágil, desgarbada, con una manera de pararse en escena que parece estar a punto de caerse pero que sin embargo resiste, con una plasticidad de bailarín, un dominio de los recursos vocales enorme. Y todo acompañado por una potencia escénica sobrenatural. De los grandes actores que he visto en estos años, Bolani en esa obra es de los que más me emociona.

Jorge Bolani en Variaciones Meyerhold

María Esther Burgueño

*Docente y crítica de literatura y teatro

Hay tres títulos que quedaron en mi lista final. El primero es Bajo el bosque de leche, de Dylan Thomas, dirigida por Omar Grasso en 1996 en El Galpón, porque el Solís estaba en reparaciones. Lo recuerdo como un espectáculo con frescura, con alegría en la reconstrucción de ese pueblo entre gallos y media noche, con la Comedia actuando fuera del estilo tradicional engolado, desenvolviéndose con un talante juvenil, gentil, que contagiaba al espectador. La otra es Caníbales, dirigida por Coco Rivero en el teatro Victoria en 2004, y ahí es donde la palabra “cariño” no me cierra tanto, porque se ubicaba en un campo de concentración, donde los espectadores contemplábamos a los actores desde unas cuchetas. Eso permitía un pathos impresionante, contagioso desde el dolor, con actuaciones fabulosas. Además, en esa función a la que concurrí, en un momento en que los actores se mezclaban con los espectadores se sentó junto a mí Juan Alberto Sobrino, que murió dos días después. Lo vi morir en escena y prácticamente en la vida real. La tercera obra es La cabra o ¿quién es Silvia?, con dirección de Mario Ferreira, que la vi en 2010 en un momento personal muy frágil. Experimenté una sensación que hasta el día de hoy no he vuelto a vivir: el contagio emocional desde la sala a la platea. Lo recuerdo como el espectáculo en el que más lloré en mi vida, y en el que me sentí más interpelada.

Paula Villalba

*Diseñadora de vestuario

En mi doble condición de diseñadora de vestuario, de utilería y de espectadora, recuerdo El hombre inventado, dirigida por Roberto Suárez en 2005. Como parte de la creación fue sumamente disfrutable, ocupamos la Sala Verdi entre que se preparaba la transformación y los arreglos definitivos, trabajamos con la platea levantada, extender el escenario y poner una caldera de barco de la que emergía Levón. Toda la creación, los ensayos y lo que surgió en esa colaboración fue sumamente interesante. En contraparte, fui una espectadora especializada, porque con Roberto nos quedábamos a todas las funciones, no con ánimo de controlar, sino de disfrutar de lo que ese equipo querido había hecho. Y recuerdo una anécdota en la que Soledad Pelayo, que era una de las protagonistas, se metía en un estanque con unas velas, y esas velas paseaban poéticamente por el agua. El estanque tenía a su vez la raíz de un árbol que se extendía desde la platea hasta el paraíso, lo más alto de la sala. En un momento, vimos como por una de esas velas empezó a tomar fuego el árbol, y tuvimos que ir a hablar con el bombero a avisarle. La gente estaba tan involucrada que se pensaban que todo era parte de la escena y pocos espectadores repararon en el inminente desastre que podría haber sucedido de no haber estado atentos. Por varios motivos, El hombre inventado me resulta entrañable. 

El hombre inventado

Sergio Blanco

*Dramaturgo, director, actor

El burgués gentilhombre, de Moliére, puesto en escena por Eduardo Schinca en 1981. Es la que recuerdo con más cariño por una razón: no solo fue la primera vez que entré al Teatro Solís, sino que era también la primera vez que veía a la Comedia Nacional, siendo un niño. Me quedó impreso ese recuerdo en la retina de mi alma hasta el día de hoy. Quedó impreso el acontecer teatral, la Comedia, el Solís. Todavía recuerdo el momento en el que se levantó el telón y apareció ese mundo paralelo, ese mundo de la ficción que venía a anular, a suspender, a detener por un instante el mundo real y, sobre todo, el peso de lo real. De todos los espectáculos de la Comedia Nacional que he visto desde ese momento es el que más atesoro porque fue la primera vez que me enfrenté a la mecánica maravillosa del teatro.

El burgués gentilhombre

Gabriel Calderón

*Director de la Comedia Nacional

Recuerdo distintas obras con distinto cariño. Recordaré por siempre la valentía de la Comedia al poner en escena La cabra o ¿quién es Silvia?, de Edward Albee. Una obra inteligente dirigida por Mario Ferreira, con una actuación soberbia de Isabel Legarra y un tema inteligente e incómodo. Voy a guardar para siempre en mis recuerdos estar en la Sala Verdi escuchando la incomodidad del público frente a esa obra. Luego recuerdo puestas más recientes como El gato de Schrödinger (2016), de Santiago Sanguinetti, o Labio de liebre (2018), en donde más allá de la calidad artística evidente, se conjugaba una comunión con los espectadores, que aún hoy se siente en el público fiel que tiene el elenco estable.

La cabra o ¿quién es Silvia?

Débora Quiring

*Periodista, directora de Promoción Cultural de la IM

De la historia reciente recuerdo, especialmente, La tierra Purpúrea (Anthony Fletcher) y Variaciones Meyerhold (Lucio Hernández), por la fuerza de esa apropiación criolla y energía actoral que volvían a confirmar la naturaleza transgresora de la puesta en escena moderna. Si tengo que elegir un solo título de esta etapa, me conmovió profundamente Constante; ese diálogo tensionado con el clásico y la historia reciente cargado de pliegues, de guiños, que Gabriel Calderón profundizó con un lenguaje propio. Una obra que concentra la esencia del teatro, de los reveses políticos, y que luego deriva en un rezo luminoso y festivo de la escena. Un gesto político, de época, sostenido por los actores con un extraordinario poder expresivo. Algo que, en su gira española, fue aplaudido por el público y la crítica en contextos tan disímiles como un festival de teatro clásico o un teatro de Tenerife.

Constante

César Troncoso

*Actor

Una de las obras que más me impactó es Kaspar, que dirigió Nelly Goitiño en el Solís en 1986, basada en un texto de Peter Handke, y protagonizada por Levón. Él tiene un montón de personajes que están bárbaros, pero ese laburo fue descomunal. Levón hizo un trabajo increíble desde lo corporal, interpretando a un tipo que aparece de la nada y tiene que aprender sobre el mundo que lo rodea. Estaba divinamente dirigido por Goitiño, que todos sabemos que era una crack, maravillosamente actuada por él, y seguramente estaría bien acompañado por el resto del elenco, eso no lo recuerdo tanto; sí recuerdo que tenía una escenografía hermosa y muy adecuada a la obra. Fue un tremendo espectáculo y me marcó mucho a mí y a una generación que estaba generando o intentando ver otras cosas más alternativas.

Levón en Kaspar

Macarena Langleib

*Periodista de La Diaria

Caigo en la cuenta de que soy visitante frecuente de la Comedia desde hace como tres décadas, contando la época en que tenía amigos que cursaban la EMAD (cuando la M era por municipal), y señalaban con recelo postadolescente a “la Medina”, que a mí ya me resultaba incandescente: cómo no atender lo que hacía. Esa capaz que fue la disidencia base: la primera actriz, su supuesto engolamiento, ese decir afectado de la compañía de antes, a mí jamás me molestó, formaba parte del encanto. La siguiente fue descubrir que el elenco oficial podía acercarme títulos igual o más inquietantes que una agrupación independiente. Y, yendo a la pregunta, me pasó a fines de los años 90 con El tiempo y la habitación, un texto del alemán Botho Strauss, enigmático, austero, de algún ismo propio de fin de siglo. Después, por fuerza del calendario y los tiempos de la temporada, me acuerdo de empezar mi festejo de 30 años en el estreno de Las mil y una noches (2004), con Andrea Davidovics en un carismático registro de cine mudo, dirigida por Mariana Percovich, entre muchos, muchos otros. Al poco tiempo —antes o después, la memoria hace lo que quiere— aunque los ensayos fueron largos, la magia de los rituales de El hombre inventado, la intersección de Roberto Suárez en el elenco. Tengo dos o tres cajas con programas de mano y esto lo digo sin abrirlas. Mejor así, desde el recuerdo. Feliz cumple, CM.

El tiempo y la habitación

Fidel Sclavo

*Artista plástico, diseñador y escritor

La que recuerdo con mayor cariño es justamente la que había olvidado hasta hace poco, y pude recordar un par de meses atrás cuando estaba preparando la exposición en homenaje a los 75 años de la Comedia, que se lleva a cabo en el Subte hasta el 15 de octubre. Revisando todas las representaciones que realizó la compañía, reparé en una obra de 1998, La Dorothy y el Mondeja, de Nelson Flores, dirigida por el querido Luis Cerminara, para la que yo había realizado escenografía y diseño del espacio, además del programa y afiche. Por algún motivo se me había olvidado, y entonces me volvió el cariño, renovado y duplicado.

La Dorothy y el Mondeja

Fernanda Muslera

*Crítica teatral, dramaturga y directora

Luego de criarme en Argentina y de haber vivido en Nueva Zelanda y España, vine a vivir a Uruguay a mediados de 2011 para trabajar en el diario El Observador y la Comedia Nacional llamó mi atención al poco tiempo de llegar. Recuerdo especialmente dos obras de la Comedia durante mis primeros años, cuando cubría teatro para el diario. Una fue la puesta de Levón de La dama boba, de Lope de Vega. La otra fue Variaciones Meyerhold, de Eduardo Pavlovsky, con la dirección de Lucio Hernández. Fueron experiencias muy diferentes pero ambas me hicieron sentir un especial interés por la compañía. En La dama boba, que se puso en escena en el Teatro Solís en 2013, recuerdo la potente interpretación de una actriz que admiro, Jimena Pérez, la hermosura de su canto y la cuidada y refinada puesta en escena de Levón, la forma en que los versos de Lope de Vega habían logrado envolverme, recuerdo que salí del teatro feliz. En Variaciones Meyerhold las butacas estaban arriba del escenario de la Sala Verdi, con lo cual los actores se encontraban al lado de los espectadores. De esta obra salí conmocionada, sintiendo que había visto realmente a Meyerhold, que Jorge Bolani había efectivamente logrado la transmutación. Luego tuve la suerte de entrevistar a Levón y a Bolani y me sentí fascinada por los dos: por la mística, el respeto y el ensueño de Levón; por la bondad, la sencillez y el talento natural, sin parafernalia, de Bolani. Haber visto esas obras, haber entrevistado a artistas como ellos, hicieron que quisiera escribir Sin maquillaje. Historias de la Comedia Nacional en el siglo XXI (Penguin Random House 2018, ganador del Premio Nacional a las Letras en 2020 en su categoría y nominado al Bartolomé Hidalgo).

La dama boba

Alejandro Persichetti

*Fotógrafo

Me acuerdo claramente de la primera vez que fui a ver la Comedia solo. Fui a Las troyanas, en 1990, de Eurípides, que estaban Maruja Santullo, Delfi Galbiati y Estela Medina, obviamente. Fue la primera vez que fui solo al teatro, y tengo ese recuerdo de pagar mi entrada y meterme a la sala. Tenía 17 o 18 años. Y fui a ver eso que todo el mundo me recomendaba, y me acuerdo de salir maravillado con Maruja Santullo.

Marianella Morena

*Dramaturga, directora

Las troyanas, de Eurìpides, dirigidas por Eduardo Schinca en 1990. Me impactó el uso del espacio, de una Zavala Muniz transformada, con arena en el escenario, de una modernidad en el clásico que te dejaba sin aliento. Nunca había visto un diálogo tan fluido, impactante y contemporáneo. Ese grupo de actrices potentes, empoderadas actoralmente, me resonó un adelanto necesario. Poéticamente política.

Leonardo Flamia

*Periodista y crítico de Voces

La que recuerdo con más cariño es Variaciones Meyerhold. Un texto que dirigió Lucio Hernández y con una actuación tremenda de Bolani. Meyerhold, que tenía una propuesta estética que iba en contra de lo que eran los lineamientos oficiales de lo que fue el gobierno socialista a partir de Stalin, fue perseguido, se ejecutó a su esposa y terminó desaparecido. Parte de su vida y sus concepciones estéticas eran encarnadas por Bolani en esa obra maravillosa, en donde Meyerhold aparecía como desaparecido en el presente, invitaba a tomar el té al público y defendía con ímpetu esa concepción estética que, lejos de defender la idea de que hay que reproducir una realidad, proponía que hay muchas realidades y que el rol del artista era proponerlas y no representar una sola que estuviera fija o que hubiera que propagandear. 

Variaciones Meyerhold

Gerardo Grieco

*Gestor cultural

Puedo elegir muchas y me impactaron varias. El bosque de leche, por ejemplo. La boda, dirigida por Héctor Manuel Vidal en 1986, que fue una maravilla. Me gustó mucho Cuarteto, de Levón, Estela Medina y Eduardo Schinca, que fue una reposición de la Comedia y un símbolo de un momento importante. La más icónica, para mí, fue Las mil y una noches. Fue algo que inventó Héctor Manuel a partir de un gran espectáculo de nueve partes con nueve directores. Fue un gran éxito, además, y marcó la reapetura del nuevo Solís. Fue una etapa muy linda y le tengo mucho cariño.

Las mil y una noches (2004)

Leonor Courtoisie

*Escritora, dramaturga, directora, actriz

Más que una obra que haya visto, que son muchas y me cuesta elegir una, recuerdo una nota de prensa que me movilizó muchísimo. No sé dónde fue publicada porque la encontré hace poco en el archivo personal de Perla Bottini, una dramaturga que conocí cuando estábamos investigando con Salvadora dramaturgia, escrita entre 1930 y 1973. La nota se titula: Las mujeres escriben y habla de cómo muchas mujeres estrenaron sus primeras obras en los primeros años de la Comedia, y la gran repercusión de público que tuvieron a pesar de la mala prensa, escrita en su mayoría por hombres. Pero lo que más me emocionó fue que confirmó una hipótesis que manejé bastante sobre ese trabajo y tiene que ver con que la mayoría de las veces las primeras obras no son excelentes, pero que, si se les da la oportunidad, las personas pueden profundizar en su propia escritura. Perla habla de la Comedia como un espacio de aprendizaje, me parece hermoso eso también, que lo haya pensado como un lugar de encuentro en el que se acompañan caminos artísticos, aunque después no haya sucedido con las mencionadas en la nota.

José Miguel Onaindia

*Gestor cultural, asesor de la división de Promoción Cultural de la IM

La puesta que recuerdo con más cariño es Bodas de sangre, de Mariana Percovich, en 2008. Yo no vivía en Montevideo en ese entonces. Me enteré que se despedía Estela Medina y viajé para verla. Nunca pensé encontrarme con una propuesta tan rupturista, lejana a los cánones de representación de García Lorca, osada en la lectura del autor y en la estética del espectáculo. La sala repleta, el clima de debate en el público y en la ciudad, la apuesta de un elenco oficial por poner en comunión tradición y vanguardia me revelaron que una sociedad que podía provocar con el teatro un acontecimiento social era un lugar mejor en el mundo contemporáneo. Poco tiempo después decidí vivir en Montevideo.

Estela Medina en Bodas de sangre

(Producción: Emanuel Bremermann y Nicolás Tabárez)

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