En Treinta y Tres, como en todo el país, se había bajado la guardia. El reporte diario del gobierno era optimista porque apenas daba cuenta de una docena de casos. La situación general estaba bajo control. Hasta que de pronto, a partir del 19 de junio, el departamento a orillas del Olimar se convirtió en protagonista de un nuevo brote, el quinto registrado en el país. Pero esta vez se trataba de uno más delicado: la mayoría de los contagiados eran trabajadores de la salud.
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