Opinión > Hecho de la semana / Miguel Arregui

Los vecinos siempre avisan

Dólar más alto, petróleo caro, Brasil y Argentina metidos en un pantano: Uruguay navega aguas heladas
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19 de mayo de 2018 a las 05:00
Argentina, Brasil y Uruguay se han vuelto adictos al financiamiento externo para solventar sus déficits. Vivir en parte a crédito, y mañana Dios proveerá.

Sí: el gobierno de Mauricio Macri parece haber capeado, por ahora, la crisis cambiaria. Pero está tan lejos de una solución como Pehuajó de Humahuaca. Las bases del problema permanecen intactas. Argentina siempre puede ir un poco más allá de lo imposible. Nadie ha podido desmontar sus enredos, que le han hecho rezagarse y empobrecerse. Cuesta abajo: la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.

Muy pocos desean prestarle a Argentina, salvo los adictos al juego fuerte, a cambio de tasas muy altas. Y Brasil, el grandote del otro lado, no está mucho mejor. En 2017 comenzó a salir de la peor recesión en un siglo, pero ahora, en el primer trimestre, el producto volvió a caer, debido a la desconfianza y a la incertidumbre política. El déficit es muy alto y la deuda también. El dólar sube cada día. El desempleo llega al 13% en todo el país, y a 16% en el nordeste: una bomba de tiempo. "El vuelo de gallina de la economía puede terminar en rebote de gato muerto", escribió un columnista de Folha. ("Rebote de gato muerto" es una expresión que usan los economistas para referirse a algo que parece vivo pero no lo está.)

Y Uruguay es un barquito de papel en ese océano turbulento: suficientemente bien armado como para flotar, pero demasiado pequeño para evitar sacudones, y con algún agujero que, si no se tapa, lo puede sumergir.

Históricamente el "contagio" de los males de los vecinos demora en llegar a esta banda. Al principio solo avisan.

Es cierto que Uruguay se ha diferenciado de sus vecinos en lo que va del siglo XXI, y ha podido evitar sus desbarranques económicos y políticos; pero no se ha diferenciado lo suficiente como para ser una perla en el fangal.

Hay demasiados voceros del gobierno uruguayo hablando de desacople, diferenciación, políticas mejor llevadas, qué altas son nuestras reservas, qué geniales que somos. Ese exceso de vanagloria podría caer en la cara tras un corto vuelo. Torres más altas han caído. ¿Recuerdan a José Gil Díaz en 1982 con aquello de que "las reservas del Banco Central son inexpugnables"? Nadie puede revisar sin palidecer muchas cosas dichas en décadas pasadas. Deberían callarse para espantar a los malos espíritus; dejar que, a lo sumo, hable el presidente del Banco Central.

Ojalá Argentina y Brasil encarrilen, y los procelosos mares del mundo se mantengan en relativa calma. Pero al fin el partido para Uruguay no se definirá en la liga sino en la cancha: no con palabras sino según los porfiados hechos.

Uruguay no tiene tantas distorsiones como sus vecinos ni urgencias de financiamiento por este año. No hay vacío político, como en Brasil, ni grieta y guerra abierta, como en Argentina. Pero déficit y deuda seguirán retroalimentándose. Y el Poder Ejecutivo está paralizado, entre el Plenario y la bancada, esperando que pase algo bueno, como UPM o la lluvia.

Una gran ventaja respecto al pasado es que hoy el mercado cambiario es auténticamente libre, más allá de alguna intervención del Banco Central, que poco puede hacer si lo que viene es un ciclón. El dólar tomará el nivel que el mercado internacional mande, y sin dramas. Lo ha dicho Mario Bergara y a casi nadie le pareció mal. De hecho, el peso uruguayo se devaluó más de 8% en la primera mitad de mayo.

"Cuántas décadas y crisis nos costó aceptar que la fluctuación del tipo de cambio es un elemento natural para paliar la entrada y salida de capitales", comentó el año pasado el primer presidente del Banco Central, Enrique Iglesias.

¿Que una suba grande del dólar puede afectar a los deudores en esa moneda? Sí, pero ya se lo han ahorrado en los últimos tres lustros. Y el país no podrá crecer mucho tiempo más en base a consumo. Un dólar más alto hará que se vendan menos autos y teléfonos, pero las agroindustrias o el turismo, que son la piedra angular del sistema, podrán seguir tirando del carro.

Las demandas son infinitas. Los líderes sectoriales del Frente Amplio tendrán que asumir su responsabilidad histórica, y no solo dejar que Danilo Astori ponga su cara y haga el trabajo difícil. En estas batallas se juegan el triunfo o la derrota en 2019. Y algo anda muy mal en la representación. Las bases de Canelones y Montevideo, pura ficción y aparatismo, no deberían fijar la política exterior de Uruguay, como COFE o Fenapes no pueden determinar el gasto de los demás.

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