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Mil de fiebre, el gran experimento salteño de Juan Andrés Ferreira

El periodista y escritor Juan Andrés Ferreira habla sobre su primera novela, que presenta este viernes en la Feria del libro
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12 de octubre de 2018 a las 05:03

Taller de escritura de Roberto Appratto. Es, más o menos, el año 2004. Y esta es la consigna: están en un lugar donde supuestamente están pasando bien, pero están pasando mal. A escribir. 

Encapsulado en esas coordenadas, Juan Andrés Ferreira escribe el cuento Jabón Jabón. Pero una vez que lo suelta, decide quedarse con los personajes. El texto muta, crece de manera incontrolable, ocupa todas las áreas de su vida. Los primeros borradores pasan por manos confiables, que le dicen que tiene potencial; lo corrigen, elogian determinadas partes, machacan otras. Él pule todo lo que puede, todos los días un poco más, hasta que escribe el último punto. Y con el punto, aparece Mil de fiebre, un manuscrito enorme que los sellos rechazan por su extensión. Es impublicable, le dicen. Y el libro queda guardado, pero sigue estando ahí.

Años más tarde, un encuentro pactado propicia un eventual futuro para el texto. Una editorial se interesa, pregunta si todavía quiere publicar. Es 2018 y Ferreira, que está dejando el periodismo por un semestre en el que se internará en un monasterio budista español, dice que claro que sí. Y entonces, cuando aterriza en Carrasco a la vuelta, el reencuentro es con el libro. Mil de fiebre es, ahora sí, tangible. Un rompecabezas salteño ocupando espacio en el universo y que concreta una historia de años.

El libro es una trompada en la cara para el lector. Dos historias salteñas que se entreveran en un mundo plagado de excesos de todo tipo, que a su vez funciona como la cáscara de estos espíritus heridos desesperados por respuestas. Mil de fiebre tiene una contundencia implacable e implica que su lectura sea hipnótica, física, y eso es algo que Ferreira –39 años, periodista de Búsqueda– quería generar.

Ahora lo ve sobre la mesa y está más tranquilo. Dice estar un poco nervioso por la presentación que dará en el marco de la feria del libro –este viernes, 20 horas–, que no sabe muy bien qué va a decir de su primera novela. Sin embargo, tanto él como quienes se adentren en Mil de fiebre saben bien que no es necesario que diga demasiado. Las palabras impresas en el libro son su mejor defensa.

¿Cuándo entendió que estaba escribiendo algo que quería publicar como su primera novela?

Cuando me impuse la disciplina de escribir todos los días una determinada cantidad de horas. Tiene que ver con que yo realmente creía en eso, en los personajes, en mi historia, y necesitaba ir hacía allí. Si bien había planificado muchas cosas, un montón quedó por afuera y otro montón más se fue destilando. Tenía algunas ideas que en su momento me parecían buenas, pero cuando estaba escribiendo no había forma de meterlas y la historia se me iba a otro lado. Simplemente, me dejaba llevar. Incluso hay cosas que hacen los personajes que no me convencían, pero de alguna manera era lo que el personaje requería y me limitaba a observar.

Los dos personajes principales casi no se vinculan ¿Sabía que eran parte de la misma historia?

No, pero sabía que estaban en el mismo universo. Eso tiene que ver con que Salto es para mí como un estudio de cine, una base de datos donde tengo muchos escenarios, donde tengo una cantera de la que picar. A partir del primer cuento que escribí, las puertas que abro me llevan a Salto. Obviamente, es un Salto bastante distorsionado. Algunas cosas existen, porque para que la textura fuera verosímil necesitaba elementos reales. Y esa mezcla de detalles terminó siendo la realidad de la historia.

¿Le costó encontrar el balance justo para ambas historias?

Se fueron retroalimentando. Recuerdo que había hecho una planilla para cada personaje con sus características, y siempre estaba viendo en qué se parecían, qué les faltaba y qué le sobraba. Fue un trabajo de interpretación, en el sentido de que me ponía los lentes de Werner (uno de los personajes principales) y veía al mundo como creo que él lo hacía. Me acerqué a ellos por medio de ese procedimiento y por eso no llegue a sentir que estaba flaqueando con uno o con otro.

Esa rutina de escribir todos los días debe haber sido agotadora.

Sí, pero necesitaba habitar ese mundo todos los días. Era lo que en realidad me daba vida. Yo empezaba el día con eso. Si no escribía, era como no salir a correr o no ir al gimnasio o no desayunar.

Entonces de esa grafomanía del personaje de Werner, la tiene.

La escritura por fuera de mi trabajo me apasiona. La paso muy bien, pero para escribir tengo que estar bien. Si no, no me sale. Tengo que hacer deporte, meditar todos los días. Cuando salgo de eso no escribo, y si lo hago es una porquería. Además, si bien lo disfruto muchísimo, me cuesta mucho. Estoy mucho rato escribiendo. Puedo pasar el día entero escribiendo ficción. Estar todo el tiempo atado a la realidad, que por otro lado no me parece muy real, me limita. 

¿Cómo trabajó los nombres? Se nota especial dedicación en ello.

Ningún nombre está puesto al azar. Para mi es algo importantísimo y no te puedo explicar lo que disfruto inventándolos, desde los medicamentos hasta los lugares y las bebidas. A veces me paso demasiado tiempo pensando en esas cosas. Tengo varios diccionarios de todo tipo en mi casa y los utilicé para crear varios de los nombres. Después, elegí muchos de acuerdo a lo que me podía decir del personaje. En algunos había una cuestión de musicalidad; otros salieron de palabras que oía y me quedaban sonando.

¿Tenía interés en proponer la lectura como experiencia física?

En una de las primeras versiones del libro, había dibujos. Me gustaba la idea de intercalarlos en el texto, porque además tiene que ver con lo que hace uno de los personajes. Cuando empecé a sacar cosas, eso se fue, pero una página completamente en negro que hay sobre el final tenía que estar. La experiencia física de leer es algo que me interesa mucho. Por ejemplo, La broma infinita de David Foster Wallace es una experiencia física. Es gigante, pero además te obliga a ir continuamente hacia las notas al pie. La idea de conectar la emoción con el cuerpo a través del acto de leer implica un compromiso, más allá de que sea buscar una postura, encontrar la luz indicada o lo que se requiera para poder quedarte dentro de la historia. Cuando la lectura implica lo físico, siento que el grado de involucramiento es mayor.

¿Qué lugar tiene la lectura en su día a día?

Leo todo el tiempo. Voy al cine porque es mi trabajo, pero si me das a elegir entre una película y un libro, voy por el libro. Con la literatura es cuando realmente estoy sintiendo que resuena algo dentro de mí. Con la literatura y con la música. Con el cine me pasa con Tarkovski o con Kubrick, pero no mucho más. Con la literatura empiezo a vivir en el tiempo de la novela. 

 

Mil de fiebre

De: Juan Andrés Ferreira
Editorial: Literatura Random House 
Páginas: 670
Precio: $ 890

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