Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

Nostalgia, llévanos bien lejos

Como todos los años en esta fecha, la memoria viaja a lugares felices del pasado
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24 de agosto de 2019 a las 05:00

Hasta no hace mucho, la nostalgia como motivo de celebración colectiva era patrimonio casi exclusivo de la cultura popular uruguaya, e incluso se institucionalizó una noche anual para magnificar la importancia del recuerdo. Sin embargo, algo extraño ha ocurrido en el mundo con la llegada del nuevo milenio. La nostalgia es ahora una vivencia global que celebra la vida hacia atrás, como si el pasado fuera el futuro al que muchos quieren llegar. Ya no es solo la Noche de la Nostalgia, sino los días cuyo después estuvo antes y que auspician el acto de vivir rebobinando. 

A decir verdad, y con diferente repertorio, el hombre siempre ha vivido tratando de recuperar un tiempo pasado que, por anterior, supuestamente fue mejor. O así lo imagina. Ha hecho excluyente esa emancipada resurrección. Sin embargo, en la actualidad la situación se ha radicalizado, presentando síntomas de su injerencia en todos los aspectos de la realidad. Los niveles de reminiscencia han venido en aumento. Ir –y volver– al pasado con frecuencia es bastante más que una fantasía a la cual se le ocurrió ponerse de moda. A esta altura, solo un buen alzhéimer podrá salvarnos de no morir de una sobredosis de nostalgia, la que ahora, hoy –único tiempo a tener en cuenta– confirma que el tiempo dejado atrás nos ha dejado para siempre.

En distintas partes del mundo las radios que emiten música de décadas anteriores, con más notoriedad la de la década de 1980, tienen audiencias altas y la tendencia se ha replicado en otras áreas del entretenimiento. Pero la década de 1980 no está sola en la máquina del tiempo que conduce al futuro de antes de ayer, pues en diferentes extractos de la cultura popular prevalece un interés fetichista por la década de 1960, considerada por muchos la mejor en cuanto a música, y en la cual además de los Beatles y los Rolling Stones se impuso la música negra de Detroit, surgieron el heavy metal y el rock pesado, y la música country pasó a primer plano de popularidad.

Cuatro películas de estreno reciente, Bohemian Rhapsody, Rocketman, Yesterday y Blinded by the Light (que llegó a salas cinematográficas etadounidenses la semana pasada), con música de Queen, Elton John, los Beatles, y Bruce Springsteen, respectivamente, han tenido muy buena recepción, sirviendo para auspiciar la producción de otros filmes en los cuales el pasado también se proyectará influyente y majestuoso sobre el presente, pues en el espejo retrovisor la vida luce mejor, hasta más idílica.

Otro caso peculiar de nostalgia puede observarse en la actual campaña presidencial estadounidense. Cuatro de los candidatos han sido criticados por sus contrincantes más jóvenes por simbolizar una época de la política que según ellos ya cumplió su ciclo. No obstante, esos candidatos, Donald Trump, Joe Biden, Bernie Sanders y Elizabeth Warner, son los que cuentan con mayores posibilidades de triunfar. Podría darse el caso de que si uno de los candidatos demócratas es electo presidente y luego decide postularse a un segundo término, sería el más viejo de la historia en buscar la reelección. 

Vivir rebobinando, creyendo que el porvenir viene detrás y más lento, como si le costara llegar, es la característica de nuestra época, tan preocupada en destacar la importancia biográfica de la realidad

Conviene recordar al respecto que en la campaña presidencial de 2016 Trump ya había exteriorizado sus sentimientos nostálgicos, utilizando el eslogan “Make American Great Again”, traducible como “Que América vuelva a ser grande”. ¿Cuál es la América del pasado que el actual presidente tenía como referencia? ¿La de los tiempos de Dwight Eisenhower, cuando el desempleo era del 7,5%, los negros vivían marginados y la población se despertaba cada día con el temor de un conflicto nuclear, pues eran los tiempos de la guerra fría? ¿Cuál América? ¿La de Eisenhower o la de Ronald Reagan? Trump nunca lo ha dicho, aunque también en política es un error y un peligro creer que todo tiempo pasado fue mejor. Tener una visión idílica del pretérito solo conduce al estancamiento y al inconducente rechazo de lo que podrá venir, o quizá no. Cada época tiene sus horrores y milagros, pero no hay ninguna que pueda considerarse perfecta y capaz de generar deseos colectivos de volver a ella cuanto antes. Se trata más bien de una ilusión, de una aspiración de perfección imposible, que funciona mejor en el mundo del entretenimiento y de la memoria individual, no colectiva.

Así pues, sin preámbulos, el pasado prospera por todas partes. El ayer es un asunto de permanente conmemoración. De lo que se trata es de celebrar la vida hacia atrás, en un entonces psicológico no siempre fácil de precisar, pero que las canciones de cada época recuperan mediante la empatía con ciertos sentimientos colectivos. Hoy el pasado tiene mayor celebridad que antes. Hay una industria de la nostalgia. Su rating viene en alza. Mirándose en el espejo de su propia influencia a lo largo de las épocas, la nostalgia por un rastro irreconocible elige eras y horas para revisitar. Su autosuficiencia, ejercida hasta el hartazgo, genera algo así como un apartheid consumista, aunque no garantiza que la realidad anterior sea honrada. El proceso, tal parece, no tiene vuelta de hoja. 

Vivir rebobinando, creyendo que el porvenir viene detrás y más lento, como si le costara llegar, es la característica –su genoma– de nuestra época, tan preocupada en destacar la importancia biográfica de la realidad. La tendencia en aumento viene por ese lado. El pasado juega a ser real. Es una de las tantas desmesuras inmediatas. Puesto que las cosas en el mundo y en el país generan mayor incertidumbre que antes, la nostalgia se ha transformado en la trinchera donde buscar refugio y ponerse a no pensar demasiado en el hoy de ya mismo. Ante tanta inseguridad sin planes de confort a la vista, obligamos al presente a cobijarse en el pasado, uno que aún no devino pretérito completamente, porque retrocediendo ha quedado en marcha, ya sin poder detenerse. 

Hace unos días, un excompañero del liceo, a quien hace años que no veo, me escribió para decirme que tenía planeado salir a “disfrutar de la Noche de la Nostalgia”, después de muchos años de no hacerlo. Me informó que su regreso a las pistas de baile se debía a sus ganas de escuchar canciones de antes, aquellas que marcaron su existencia de por vida, pues las oyó por primera vez en tiempos de juventud, cuando casi todo era una experiencia inaugural. 

Con más años encima, el viaje bailable y auditivo que se dispone a realizar será de mayor extensión que la última vez que lo hizo –según me dijo, década y pico atrás–, puesto que sus canciones favoritas han quedado cada vez más atrás en el tiempo, aunque la mayoría de ellas no haya perdido vigencia, todo lo contrario. Mientras la vejez se acerca, la juventud va quedando distante en el espejo retrovisor, esperando ser rescatada cada tanto, por la música, seguramente, esa gran activadora de sentimientos nostálgicos cuando no se atreven a ser otra cosa. “No sabés las ganas que tengo de escuchar en un boliche con buena amplificación Long Train Running (largo tren en movimiento), de los Doobie Brothers”, concluyó diciendo, refiriéndose a la canción que bien podría sintetizar los momentos felices que ha tenido en esta vida. La nostalgia es un tren que no termina y que solo detiene su marcha cuando la vida se acaba. 

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