El algoritmo no es nuevo. Lo utilizábamos mucho antes de que existiera Twitter, Youtube, Netflix, Spotify. Aunque a veces no había un término para describirlo, en general estaba marcado por una frase puntual: “si te gustó esto, te va a gustar esto otro”. Y a diferencia de la oscuridad de las recomendaciones digitales que las plataformas hoy nos arrojan a la cara con intereses puramente lucrativos, a nuestro algoritmo humano lo movía el cariño de la recomendación, la generosidad al compartir un trozo de lo que nos había hecho feliz.
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