Hay que reformar la educación “porque en una sociedad envejecida, como la uruguaya, es necesario conseguir la mayor productividad de los futuros jóvenes”. Hay que transformar la enseñanza “porque el sistema desmotiva a los estudiantes y son pocos los que acaban los cursos en tiempo y forma”. O “porque la educación es obligatoria”, o “porque educarse es un derecho”, o “porque una mejor formación permite el acceso a trabajos de calidad”, o “porque facilita la baja de los delitos”.
Entre las razones para reformar el sistema educativo uruguayo cabe de todo, pero un innovador análisis del Departamento de Recién Nacidos del Pereira Rossell suma un motivo que no estaba en el discurso de ninguno de los políticos o pedagogos promotores de la transformación: cuanto menor es la educación de una madre, más riesgo existe de que su bebé tenga defectos congénitos.
Hasta 5% de los bebés nacen con alguna alteración morfológica que se originó durante la gestación. Los médicos le llaman deformaciones congénitas. Pero, ¿cuáles son los factores de riesgo que llevan a que algunos pacientes tengan más chances de nacer con deformaciones que otros? Esa pregunta se hizo el equipo de 12 investigadores que analizaron al menos 476 recién nacidos con malformaciones en el Pereira Rossell entre enero de 2017 y diciembre de 2021. Y entre sus novedosos hallazgos está que una madre analfabeta tiene ocho veces más chances de que su hijo tenga una deformación que aquellas madres más formadas.
De hecho, “tener el liceo completo o haber llegado a la universidad es un factor protector, porque existe una clara correlación entre el nivel educativo materno y la presencia de defectos congénitos”, explicó a El Observador el profesor asistente Álvaro Dendi.
Por ejemplo: hubo 12 madres de niños con deformaciones que eran analfabetas. Es decir: 2,5% de las madres de bebés con alteraciones registrados en el período. Mientras que, entre aquellas analfabetas cuyos hijos no tuvieron deformaciones, el porcentaje cae a 0,5%.
El peso de la variable educativa es, a priori, más relevante que las enfermedades crónicas que pueda tener la madre, o su edad a la hora de gestar, o el sexo del recién nacido. Incluso más que si el bebé es prematuro o nació con bajo peso, dos factores que sí tienen relevancia estadística asociada a las chances de tener una deformación congénita.
¿Por qué? “En un siguiente trabajo analizaremos los motivos que explican esa correlación entre nivel educativo y deformación congénita, pero, a modo de hipótesis, sabemos que las madres más formadas tienen una mayor percepción del riesgo: a más percepción de riesgo, más cuidados durante el embarazo, más controles, más cambios hacia hábitos saludables, menos consumo de estupefacientes y de fármacos”, dijo Dendi.
Entre las conclusiones a las que llegan los investigadores —que contaron con el seguimiento del equipo de defectos congénitos del Pereira Rossell— se destaca que Uruguay tiene que mejorar los registros porque “conocer los factores de riesgo asociados a la presencia de defectos congénitos resulta fundamental para generar políticas públicas orientadas a disminuir su incidencia e impacto”.
En esa línea, dijeron en el congreso de Neonatología de Uruguay, la semana pasada, “todo indica que es necesario mejorar el nivel educativo de las futuras madres como medida protectora”. Eso incluye el considerar la edad materna como un factor de riesgo, en especial cuando se es mayor de 35 años.
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