Este fin de año encuentra al gobierno y a la oposición enfrentados a raíz de una discusión que va más allá de lo semántico: Tarifazo sí o tarifazo no. Ciertamente debemos ponernos casco porque el que nos castiga, sin lugar a dudas, es el deficitazo.
El aumento de las tarifas que regirá en enero representa un ajuste prácticamente pegado a la inflación y es la referencia para el ajuste de precios en toda economía. El asunto es que este incremento encubre, en algún caso, aumentos superiores a los costos y la necesidad de tapar el agujero negro de Ancap, que como los gigantes estelares se traga todo los dineros del público, aun cuando el petróleo estuvo en baja. Seguramente también tiene que ver este ajuste con la necesidad de que las empresas estatales transfieran dinero al gobierno central, en un volumen que la oposición calcula en más de US$ 400 millones.
Tarifazo sí o tarifazo no permite alineamientos en función de simpatías políticas y buen o mal humor. El segundo estado de ánimo va ganando, creo.
Pero el número que parece más importante es el del déficit fiscal. Y ese número, ubicado en 3,5% del presupuesto, significa que el Estado gastó más de la cuenta y ahora es necesario apretar el cinturón. Y como todos sabemos, la única forma de solventar este desequilibrio es con más impuestos –el explícito fundamento del adicional del IRPF que regirá en enero- o la deuda, que aumenta a paso largo.
Entonces, veamos los moretones que deja el deficitazo. El gobierno hace bien en tratar de recaudar más para equilibrar las cuentas. No hay otra. Y es mejor que las tarifas públicas aumenten en tiempo real, aun cuando el precio de los servicios sean más caros en atención a la relación calidad/precio y encubran vicios viejos y de los nuevos. Es del todo preferible a los subsidios electorales de la Argentina K, que ahora explotan en el cuarto de máquinas de un buque escorado con agua sucia en la sentina.
Este deficitazo se traga el ingreso del público y además el deseo de emprender ya que los impuestos se transforman en una pesadísima carga que provoca el éxodo hacia Paraguay, donde el IVA, el impuesto a la renta empresarial y el impuesto a la renta de las personas físicas conforman el triple 10%.
Ah, el Estado podría recortar gastos. El Estado es todo y se lo lleva todo, buena parte para financiar una burocracia que salió tan campante de la crisis del 2002, aquella época en que los empleados y empresarios privados sufrimos y mucho. Faltaban los fardos de heno de los pueblos fantasmas por la avenida 18 de Julio, repleta de comercios cerrados mientras esa burocracia gozaba de una privilegiada protección. Y cuando el país todo todavía celebra el modelo seguido para salir de aquel atolladero, incluida la total preservación y restauración de la estructura estatal, digo que hubiese sido una buena oportunidad para aplicar la piqueta fatal del progreso y poner el dinosaurio a dieta.
Los números rojos y la economía en un entorno difícil (Argentina y sobre todo Brasil están pasándolas feas) determina que no hay dinero para inversión en conocimiento e infraestructura de todo tipo. El desapego a cuidar los dineros públicos tiene en el Fondes una expresión emblemática, cuya expresión más triste es la de Alas Uruguay.
Pero el déficit es mala cosa, padre de males mayores como la inflación, endeudamiento, más impuestos y otros monstruos de la familia.
¿Es un tarifazo? Capaz que sí, capaz que no.
El que pega duro es el déficit.
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