hay una pequeña comunidad que se llaman a sí mismos "guerreros de la selva"

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Una comunidad originaria se defiende en la Amazonia contra narcos, cazadores y pescadores furtivos

En el Valle del Javarí, en el noroeste brasileño, indios de distintas etnias decidieron defenderse después de los asesinatos ocurridos el año pasado de los que fueron víctimas el indigenista Bruno Pereira y el periodista Dom Phillips
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10 de junio de 2023 a las 05:03

En el territorio indígena del Valle del Javarí, pescadores ilegales, cazadores furtivos, madereros y narcos aprovechan los confines amazónicos del noroeste de Brasil para saquear y traficar de todas las formas posibles.

Se trata de uno de los territorios selváticos habitados por indígenas más extensos de Brasil. Está cerca de la frontera con Perú y su nombre proviene del río Javarí, que es el principal de la región y que además marca la frontera entre Brasil y Perú desde 1851.

El área indígena de este valle es de unos 85.444 kilómetros cuadrados en los que residen alrededor de 3.000 habitantes de diferentes etnias. Algunos no tienen contacto con personas ajenas a sus comunidades, salvo cuando aparecen predadores de la naturaleza o bandas narcos que usan los ríos y la selva como parte de su logística.

Un año después de los brutales asesinatos del indigenista Bruno Pereira y el periodista británico Dom Phillips, una nueva generación de activistas, los "herederos" de Bruno, ha tomado el relevo para defenderse de los invasores, según un extenso reportaje de la agencia AFP.

En la pequeña comunidad de Sao Luis, en la frontera con Perú y a orillas del río Javarí, hay una pequeña comunidad que se llaman a sí mismos "guerreros de la selva". Navegan a bordo de piraguas motorizadas, con lanzas, arcos y flechas en mano. Esta cuadrilla de "vigilancia territorial" está integrada por kanamaris, uno de los seis grupos étnicos del segundo mayor territorio indígena de Brasil.

En esta selva impenetrable, que tiene el tamaño de Portugal, vive la mayor concentración de indígenas en aislamiento voluntario y los forasteros están vetados. El territorio kanamari está en el extremo norte del Javarí. A orillas del río homónimo, en una maraña de lagunas, viven a merced de invasores.

Especialmente pescadores ilegales en busca del emblemático pirarucú, uno de los peces de agua dulce más grandes del mundo, cuya carne es un manjar que se cotiza alto en el mercado negro.

"Como medida de precaución, patrullamos con nuestras armas tradicionales", explica Lucinho Kanamari, jefe de los voluntarios. "Cuando vemos intrusos, uno de nosotros va y habla con ellos. Los demás se quedan atrás con cautela, listos para reaccionar si algo va mal", añade.

Fueron pescadores ilegales quienes el 5 de junio de 2022 asesinaron a "Bruno y Dom", como se les recuerda aquí. El crimen atrajo la atención internacional hacia este remoto rincón, donde se juega el futuro de la gran selva amazónica.

"Siempre hay que estar preparado para lo peor. Pero no queremos violencia. Estamos aquí para educar, para disuadir pacíficamente", dice Lucinho, con el rostro pintado con una franja roja. "A menudo intentan sobornarnos con gasolina, arroz, azúcar. Tenemos que mantenernos en contacto con ellos para saber qué traman", añade.

Instalaron dos puestos de vigilancia, pequeñas casas de madera construidas sobre el agua a lo largo del río lleno de mosquitos. Una fue atacada a balazos. También acechan los narcos, quienes cultivan coca en el lado peruano de la región y la transportan río abajo hasta la triple frontera que comparten Brasil, Colombia y Perú.

También hay quienes van a hacer tala ilegal y en abril pasado fueron sorprendidos un grupo de taladores de una etnia vecina. Decidieron desterrar al cacique de una comunidad kanamari que habría estado al frente de esa actividad ilegal y perjudicial para la región amazónica.

Frente a la criminalidad, el gobierno federal brasileño hace muy poco, según los indígenas. La Funai (Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas), responsable de la gestión de estos territorios originarios, apenas se repone del desinterés de la presidencia de Jair Bolsonaro que fue partidario declarado de la explotación del Amazonas.

"Durante el gobierno de Bolsonaro, y la pandemia -que llevó a los indígenas a refugiarse en el corazón de la selva-, estallaron las invasiones", explica a la AFP Varney da Silva Kanamari, vicepresidente de la Unión de Pueblos Indígenas del Valle del Javarí (Univaja), una organización clave en la región.

"El Estado nos había abandonado, así que nos tocó a nosotros asumir la responsabilidad. Creamos grupos de vigilancia para proteger nuestra tierra y recursos", recuerda. Por eso, en el Javarí Medio patrullan los "guerreros de la selva" del pueblo kanamari, inspirados en los "guardianes de la selva guajajara", que operan de manera similar para defenderse de traficantes a casi 3.000 kilómetros de distancia en el estado nororiental de Maranhao.

Por la extensión y lo frondoso de la selva, la tarea de vigilancia es muy compleja y los medios escasos. Los guerreros de Sao Luis sólo disponen de dos lanchas y una cantidad limitada de gasolina. "Su misión es muy delicada. Porque la amenaza está muy cerca, en la orilla opuesta del río, del lado peruano", señala Da Silva.

El trabajo de los kanamari tiene el respaldo del "Equipo de Vigilancia" de Univaja. Conocido por las siglas EVU, es una especie de comando indígena que interviene "cuando la situación es más tensa", según el coordinador general de la organización, Bushe Mati. "Los guerreros sensibilizan. La EVU recoge pruebas de intrusiones y saqueos", resume.

Barcazas motorizadas, GPS, drones, telefonía por satélite e Internet. Gracias al reciente apoyo de generosos donantes, la EVU usa tecnología de punta. Son 30 miembros, en su mayoría jóvenes de las comunidades del Javarí, formados en "cómo confiscar equipos o embarcaciones y qué protocolos de seguridad seguir" en caso de sorprender a un invasor, cuenta Cristóbal Negredo Espisango, alias Tatako, uno de los fundadores.

Su misión es "atrapar a los intrusos in fraganti, antes de que desaparezcan o regresen a Perú", relata. Los miembros del grupo trabajan bajo anonimato y encapuchados. Varios han sido amenazados. "He recibido amenazas de muerte. Tengo miedo, por supuesto, pero no hay otra opción", dice Tatako.

Se presentan como "herederos" de Bruno Pereira, el defensor de los indígenas asesinado junto al periodista inglés Dom Phillips. La puerta de su sede en el puerto de Atalaia do Norte está protegida por una verja de hierro y una cámara de vigilancia.

Frontera entre dos mundos, Atalaia do Norte y sus vecinas Benjamin Constant y Tabatinga tienen fama de ser fortín de traficantes. También albergan comunidades pesqueras a menudo hostiles con los indígenas. "Recogemos información y pruebas. Y las transmitimos a las autoridades competentes. Luego, que el Estado haga su trabajo", dice el coordinador de Univaja.

También cifran esperanzas en que “el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, simpatizante de la causa indígena, la policía federal y la Funai por fin les ayuden de verdad".

"Los indígenas están haciendo el trabajo que debería hacer el Estado brasileño", insiste Bushe Mati. Sin embargo, no deja de estar alerta, porque "en cualquier momento puede haber una tragedia".

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