Opinión > ANÁLISIS

Venezuela: cuando el diálogo es agonía

En vez de propiciar una salida a la crisis, le da tiempo a Maduro
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16 de febrero de 2019 a las 05:02

La reunión en Montevideo convocada por Uruguay y México estuvo lejos de sentar las bases para un nuevo mecanismo de diálogo que coadyuve a devolver paz y estabilidad a Venezuela. Su principal propuesta es la de establecer un proceso de mediación en cuatro fases previamente acordado por las partes.  

Escudándose en el llamado del secretario general de la ONU de apostar por el diálogo frente a quienes niegan que exista esa posibilidad; y en virtud de la posición “neutral” que México y Uruguay han adoptado frente a la comunidad internacional, ambos países han decidido encabezar una iniciativa que lejos de ofrecer una salida práctica a la crisis en Venezuela, se enfila al cementerio de propuestas  de diálogo fallidas que la preceden. 

Sin duda el diálogo es y será siempre la principal herramienta en la resolución de conflictos, pero siempre y cuando exista disposición de todas las partes involucradas. He aquí el primer obstáculo. A estas alturas, la oposición venezolana está cansada de llamados a diálogos que no hacen más que darle oxígeno a un régimen que reprime a quienes salen a las calles a manifestase. 
Si los antecedentes sirven de augurio, el Mecanismo de Montevideo se sumará a la lista de esfuerzos de mediación internacional que bajo el principio de neutralidad han sido infructuosos. Justamente hace un año, el proceso de diálogo entre el gobierno de Maduro y la oposición, representada bajo la Mesa de Unidad Democrática (MUD), fue suspendido y jamás reanudado. En aquel entonces, fue la República

Dominicana quien asumió el papel de país anfitrión y mediador en aras de su neutralidad. ¿El resultado? Como lo advirtió el escritor venezolano Alberto Barrera Tsyka, el esfuerzo ya traía fecha de caducidad dado que el régimen jamás se mostró dispuesto a ceder.

Abusando de la buena fe de las contrapartes latinoamericanas y el desgaste de la población en protesta, Maduro utilizó el proceso para comprar tiempo, adelantar unas elecciones ilegítimas y perpetuarse en el poder. 

Por otra parte, y quizás el hecho más significativo es que en Venezuela el diálogo a oídos sordos no significa más que perpetuar la agonía de un pueblo oprimido. Según datos del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, al menos 40 personas perdieron la vida y 850 mas fueron detenidas en el marco de una semana de protestas a partir del 23 de enero. Setenta y siete de los presos son niños. Para cuando la primera de las cuatro fases concluya seguramente y muy desafortunadamente la cifra de víctimas y presos aumentará. 

Ante un estado con una política económica fallida, migración masiva de 5 mil personas a diario, niveles de desnutrición infantil exorbitantes, represión constante de libertades de expresión y muerte de inocentes a mano del régimen, llamar a un diálogo hueco amparándose en una postura que dista mucho de la neutralidad no hará más que extender la agonía del lado mas débil de la ecuación.

¿Qué hacer entonces? Los diálogos para la resolución de conflicto que funcionan no son aquellos que ponen al represor y al pueblo oprimido en pie de igualdad. Si se pretende que este diálogo tenga al menos algún gramo de esperanza, debe adjetivar de forma clara a las partes. Cuando los diálogos realmente funcionan es cuando la parte débil del proceso sabe que el convocante percibe al represor como tal. El peor escenario en este tipo de casos es la diplomacia de medias tintas.  

La agonía de Venezuela se ha extendido al punto que hoy cuesta distinguir entre la real oposición política y el pueblo de a pie. Ya cuentan por miles los políticos exiliados o muertos en las cárceles. Lo que queda, es un pueblo desesperado y un puñado de lideres políticos luchando contra un régimen que los sigue reprimiendo cada vez que salen a manifestarse a las calles. Incluso ahora que la ayuda humanitaria ha comenzado a fluir con mayor respaldo internacional, el régimen se ha enfrascado en bloquearla con tal de no ceder un solo paso, aún cuando eso signifique extender la hambruna y la agonía de los más inocentes. 

La forma en que Uruguay trata al régimen dista mucho de arrinconar a Maduro. Por el contrario, le aporta exactamente el tiempo y la legitimidad que los dictadores necesitan para sobrevivir. No habrá esperanza si el intento de mediación no tiene como único eje el compromiso de llamar a elecciones en un tiempo razonable ante la comunidad internacional, sin presos políticos, sin represión y con observación internacional. 

En definitiva, solo se podrá alcanzar un diálogo esperanzador que motive al pueblo en las calles a negociar, si los convocantes se deciden identificar a las dos partes tal cual son: un pueblo oprimido por un lado y un régimen opresor por otro. Los regímenes que en la historia han negociado una salida, lo han hecho más bien intentado acortar el extenso ajusticiamiento que saben que les espera. Y el pueblo que es oprimido solo accede cuando hay mediaciones legítimas que puedan dar pie a elecciones libres y democráticas. 

 

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