Ruben Silva nació en en el Paso de las Duranas, cerca del Prado, pero su barrio es el Buceo. Ahí, en las viviendas de Santiago Rivas, vivió desde los cuatro años. Creció jugando al fútbol en una zona donde abundaban las canchas de baby y los futuros cracks: Gerardo Miranda, Daniel “Coquito” Rodríguez, él y su hermano Andrés, son algunos ejemplos.
Coquito Rodríguez jugaba en el Terremoto, Miranda en Uruguay Buceo y Ruben Silva en Unidad Buceo, el más humilde de todos los cuadros. “Estábamos todos los gurises de las viviendas, pero apenas llegábamos a formar el equipo. No nos daban nada, apenas la camiseta, y por eso los gurises se repartían en otros equipos. Había mucha gente laburadora”, recordó Ruben en la charla con Referí, en la que repasó su historia que increíblemente tuvo a un campeón del mundo como referencia.
Vivió un año en Ciudad Juárez y a veces, cuando mira películas o series de narcos mexicanos que no faltan en los servicios de streaming, recuerda vívidamente aquella experiencia. Fue campeón uruguayo tres años seguidos con tres clubes diferentes, nunca descendió como futbolista aunque estuvo cerca en varias oportunidades, y jugó un partido en la selección nacional.
Si bien se le recuerda por sus inicios en Huracán Buceo, no fue en ese club donde comenzó las formativas: “Como todos los gurises yo jugaba los campeonatos de barrio con otros más grandes. Un día me llevaron a jugar al Cerro Norte porque Liverpool organizaba campeonatos de donde sacaba juveniles. Salimos campeones y tres o cuatro, la mayoría del Cerro, quedamos en Liverpool”.
Se inició en la Sexta división de los negriazules en 1980, jugó en Quinta, pero tras un año Liverpool perdió la categoría. “Llamé, llamé, llamé, pero no me dieron bola. Entonces volví a jugar en el barrio como siempre”.
En un partido amistoso contra Huracán Buceo, el técnico Oreja Ibarra lo vio y lo invitó a jugar en el tricoplayero. Se sumó a la Quinta división y al año siguiente, en 1982, debutó en Primera división. El técnico era Roque Gastón Máspoli, campeón mundial de 1950. “Me acuerdo que me llevan al Castillo y Máspoli me pregunta, ‘¿cómo está para debutar en Primera?’ con aquella voz ronca que tenía”.
Alternó algunos partidos hasta que se afirmó en 1985. Silva jugaba de 5, volante central, hasta que el técnico Luis Ayala le dijo que si quería quedar en el equipo tenía que jugar de zaguero. Actuó en los dos puestos, pero por lo general se desempeñó como central.
Así empezó su camino en Huracán. “Era bravo, empecé con jugadores a los que no les pagaban y sin embargo nunca descendimos. Era impresionante lo que se metía y lo que se dejaba. Y mirá que ibas a cobrar y te decían, ‘vení el martes’ y así todas las semanas. Pero ese amor a la camiseta, jugársela siempre, uno lo recogió de esa gente con la que tuvo la suerte de jugar: Leone, Peña, Machado, Pitongo Delgado, Marcos Aguiar. Transmitían eso; está bien, lo jugamos por plata porque es nuestro medio de trabajo, pero a la hora de entrar a la cancha está el prestigio, el orgullo y te olvidás. Y el hecho de ser del barrio y defender el club de ahí es muy especial. Tuve la suerte de jugar en muchos equipos, en todos los grandes de acá salvo en Peñarol, y no es lo mismo cuando jugás en tu equipo, en tu barrio, tiene otro gustito”.
Tras un breve pasaje por Nacional con Héctor Núñez en 1989, Silva se fue a jugar a Cobras de Ciudad Juárez. “El régimen era bastante estricto para los deportistas, había lugares donde no podíamos ir. De por si, en invierno a las 6 de la tarde en las calles de Ciudad Juárez no anda nadie. Está en el medio del desierto y era complicado, había que cuidarse, es una ciudad fronteriza y teníamos que andar con precaución”.
Recordó que una vez vio a unos hombres discutiendo en la calle: “Uno sacó una escopeta y disparó como cinco veces”.
El dueño de su equipo entraba al vestuario con guardaespaldas armados hasta los dientes: “Yo miraba esas armas y pensaba, ‘¿dónde estoy?’”.
Con su esposa cruzaban El Paso a Texas, donde hacían las compras y paseaban, porque en Juárez “después que lo recorrías una vez, no había muchos entretenimientos. Además no te podías regalar”.
Era, según cuenta, como las películas de narcotraficantes que están de moda. El equipo, por su parte, hizo una buena campaña ese año. “Era un equipo para salvarse del descenso y estuvimos a un punto de clasificar al octogonal. Fue una muy buena campaña pero terminó clasificando el Necaxa donde estaban Maño Ruiz, el profe Paz y jugaba Wilmar Cabrera. Lamentablemente estuve solo un año y me hubiera encantado seguir, pero no pude”.
En julio de 1990 regresó a Uruguay. “Podía quedarme a entrenar, pero no me quería el técnico, que era el uruguayo Héctor Heguy. Iban a traer un delantero y querían sacar un zaguero y me tocó perder. El otro era muy bueno, después jugó el Mundial de Estados Unidos”.
Durante un mes de receso en el campeonato Uruguayo por el Mundial entrenó en River Plate con Voltaire García, que lo había dirigido en Huracán, pero terminó arreglando en Bella Vista. Debutó en la sexta fecha.
“Bella Vista estaba en la misma situación que River, tenía que sumar puntos para no descender. En el campeonato Preparación no le había ido bien y la idea era hacer puntos para no bajar, pero se formó un cuadro muy bueno. Se fueron Tilico y Falero y llegamos con el Mellizo Morales. Debuté contra Defensor y hasta que salimos campeones no perdimos”
De aquel equipo recuerda el grupo que se formó. “Fue espectacular, y el hecho de que fue partido a partido, cada vez nos sentíamos mejor. Nosotros quedamos primeros cuando terminó la primera rueda que le ganamos 2-0 a Progreso en el Pantanoso y durante la segunda rueda siempre estuvimos en punta. Había miedo de decir que podíamos salir campeones, sabíamos que era el próximo partido y que como todo, la gente estaba esperando que perdiéramos, pero el grupo estaba unido”.
Además había muy buenos jugadores. “El Beto Acosta, el Pocho Navarro, el Mellizo Morales, mucha experiencia en la defensa con Martillo Aguiar, Umpierrez, el Tierno De León, el mediocampo ni hablar, con López Baez y el Flaco Gutiérrez y adelante el Banana Rodríguez, que anduvo muy bien pero que después no tuvo una gran trayectoria en Montevideo”.
El papal también clasificó a la Copa Libertadores, pero Silva no continuó. “Fui a arreglar el contrato, estaban que si, que no, y al final me fui. Yo pretendía un dinero y no me lo iban a dar, además habían traído a Rafael Villazán, otro zaguero, y me fui para casa”.
Aún tenía contrato con el club mexicano, pero surgió la posibilidad de jugar en Defensor Sporting, que había tenido un año complicado en lo deportivo.
“El técnico era Ahuntchain, un cuadro muy ordenado, una mística muy importante y cuando quisimos acordar, faltando tres o cuatro fechas estábamos peleando el campeonato. Dependíamos de nosotros, porque le ganamos a Nacional en la segunda rueda en el Franzini, yo jugué de volante ese partido, y faltando tres fechas seguía todo dependiendo de nosotros. Le ganamos a Danubio, a Huracán Buceo y empatamos con Central. Salimos campeones del Uruguayo y de la Liguilla. Recuerdo que Darío Silva había tenido una suspensión del Mundial juvenil y pudo jugar la Liguilla y voló, le hizo goles en todos partidos”.
Para el año siguiente llegó Óscar Aguirregaray a Defensor y ya estaba Héctor Rodríguez, por lo que resolvió salir. Y volvió a Nacional, donde había estado en 1989. “El técnico Roberto Fleitas me dijo, ‘a usted no lo pedí, pero salió campeón uruguayo dos años seguidos así que no hay problema’. Había un cuadrazo. Estaban Revelez, Canals, Milton Gómez se fue a préstamo, Moncecchi, Hugo De León, adelante, Dely Valdés, Wanchope, José García, Fabián O’Neill, Wilson Núñez, el mediocampo con Lemos, Miranda, Suárez, Gutiérrez, Gustavo Méndez”.
Un plantel que salió campeón anticipado tras ganar el clásico ante Peñarol con un inolvidable gol de Julio Dely Valdés. “Después de eso dije me tengo que ir, no puedo jugar más. Ahí tenías todo, no te faltaba nada”.
El siguiente paso, tras coronarse tricampeón uruguayo, fue Deportes Temuco, donde jugó cuatro temporadas. “Es un equipo del interior y las potencias están en Santiago. Jugué con Marcelo Fracchia, Carlos María Morales y Nelson Tapia. Nos fue bien porque en cuatro años jugamos dos liguillas”.
Tras volver de Chile, en 1997, fue convocado a la selección: “Fue increíble porque en la época de fines de 1980 y principios de 1990 la prensa decía que tenía chance de ir a la selección, pero ni Cubilla ni Tabárez me citaron ni a una práctica, no tenían mi número, no existía. Había grandes zagueros, Tano Gutiérrez, Revelvez, De León y competir con esos nenes era difícil, pero me había ilusionado por las campañas que había hecho”.
El técnico era Roque Máspoli, el mismo que lo había puesto en Primera división en 1982. “Cuando estaba pensando más en el retiro, me citaron para un partido contra Ecuador por las Eliminatorias. Nos habían goleado en la primera rueda y en el Campus le ganamos 5-3. Yo entré faltando 10 minutos por Samanta Rodríguez; hacía rato que estaba rengueando, yo lo miraba y pensaba, ‘¿por qué no sale?’”.
Una experiencia de la que Silva rescata unas palabras de Osvaldo Giménez, integrante del cuerpo técnico celeste: “Giménez me había dirigido en Huracán y antes del partido con la selección dijo: ‘Acá traje jugadores que no les gusta perder a nada, por eso están y le tenemos que ganar a Ecuador’. Como debut y despedida de la selección para mi que ya tenía 33 años, fue muy bueno, porque el reconocimiento que significaban esas palabras”.
Terminó su carrera de futbolista en 2003: “Lo que más me dejó fue la experiencia de que mucho pasa por el grupo, por los jugadores si se conforma un plantel con un objetivo claro. Me sirvió más transmitirlo como técnico que como jugador, porque a veces tener ascendencia sobre los grupos es difícil. Creer en un objetivo y ser consecuente en eso, muchas veces da la posibilidad de lograr el objetivo. Obviamente que cuando tenés buenos equipos es mucho más fácil lograr objetivos”, expresó.
Sin embargo, “lo de Bella Vista y Defensor no fue porque fuéramos mejores sino porque se dio en el momento exacto y en el tiempo justo para salir campeones”.
Con orgullo expresa que nunca descendió en los equipos que defendió, aunque peleó varios descensos con Huracán: “Desde que me formé hasta que clasificamos a la Liguilla con Pedro Cubilla en 1986, siempre peleando, a veces salvándonos en la última fecha como en 1983 y 1985. Porque hay que salvarse en la última fecha, una cosa es contarla y otra estar en el día a día, en el vestuario, escuchar ‘vamos arriba porque tenemos que ganar porque nos vamos a la B’, ‘hay que meter, es este partido’, sin cobrar, es algo que no es fácil de llevar”.
Eso, y los conocidos, es lo que rescata de su carrera. “Eso me dejó el fútbol, porque plata no me dejó”, expresó.
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