Estamos ante un mundo incierto, con turbulencias cruzadas por la transición energética, desastres ambientales, revolución tecnológica, tensiones geopolíticas y crisis demográfica. Y además, con un auge de la extrema derecha como reacción de las capas medias del norte a la competencia asiática y al declive de Occidente.
Asistimos a un escenario mundial con guerras de trincheras por doquier y un creciente debilitamiento del multilateralismo. Y lo hacemos.
Desde muy al sur y en una región complicada, en un país de desarrollo frágil, que tiene medio millón de trabajadores desocupados o informales, y cuatrocientos mil que registran como unipersonales o trabajadores precarios de las mismas. Ante este panorama la opción electoral no es una cuestión liviana.
No venimos de un desarrollo seguro y prometedor. El crecimiento económico apenas ha superado el 1%, el déficit fiscal registra guarismos similares a los que provocaron la gran campaña opositora del 2019, la baja de la inflación se ha realizado con base en el ancla cambiaria y por consiguiente afectado duramente al sector exportador y al que produce para el mercado interno y encuentra la competencia abaratada. Además, ha existido cero avance en inserción internacional y a la hora de recordar promesas es claro que las decenas de miles de viviendas que se iban a construir en las zonas deprimidas quedaron en unas pocas. La pobreza, fundamentalmente la infantil, aumentó al igual que la desigualdad, los empleos crecieron sobre la base de la informalidad, se invirtió en carreteras pagando caro y a futuro, se entregó el Puerto y no se avanzó en riego, cuando un próximo desastre climático está siempre a las puertas.
Pero además, el país se fragmentó aún más y la inseguridad aumentó al igual que el narcotráfico, los sistemas sociales de sostén infraestructural, como la salud y la educación o la inversión en ciencia y tecnología se debilitaron y se perdió en ingresos salariales y pasividades durante varios años.
El clientelismo se desmelenó por doquier. El gobierno que termina no tiene logros importantes para exhibir pero sí un collar de escándalos que han afectado al propio presidente y horadado a la democracia uruguaya de modo tal que aquello de "plena" provoca una cierta sonrisa.
Frente a este presente urge cambiar. Reiniciar el ciclo progresista, admitiendo los errores cometidos, e ingresando en una segunda generación de reformas.
Para ello se necesita conducción, diálogo, participación y discurso claro.
¿Acaso no necesitamos políticas de Estado en todas las políticas públicas de las que se puede esperar un retorno recién a los 15 o 20 años?
En la nueva arquitectura del FA ello es posible con Yamandú. En primer lugar porque existirá una nueva intermediación entre la fuerza política y la sociedad, la que se inició con la Presidencia de Fernando Pereira.
No más aquello de que el gobierno hacía las obras y la oposición el (contra) discurso que las interpretaba en solitario. En segundo lugar, porque la Presidencia jugará un rol clave en el impulso a las políticas públicas estratégicas en un país en el cual el corporativismo transversaliza a la sociedad entera.
En tercer lugar, porque no hay mejor garantía de la cohesión de la fuerza política y de unidad que contar con un espectro interno de apoyo directo muy poderoso. Y esto viabiliza, entre otras cosas, el respaldo parlamentario.
En cuarto lugar, porque sabe que la comunicación social se diversifica cada vez más y se convierte en un campo de disputa entre los paradigmas clásicos de bien/mal y verdadero/falso versus brutalismo y anti-igualitarismo, posverdad y fake news. Y no ignora que llegar a cada ciudadano, cada vez más solitario e indefenso frente a los engañosos mecanismos del control, es esencial.
Y en quinto lugar, porque no le resultará fácil decir siempre que No al lacallismo que aspira a volver sobre la base del monocomando (que incluye hasta al ganador digitado del PC) con un frente de intendencias blancas que dependen en forma importante del gobierno nacional.
Orsi representa la identificación con el programa del Frente Amplio y la buena gestión. Y esto porque durante 20 años, junto a Marcos Carámbula supo transformar y modernizar el departamento de Canelones, que es un Uruguay en escala reducida. Si allí se hizo la mejor política ambiental del país ello no es casualidad.
Sabe escuchar, pero cuando llega a conclusiones las dice y no mide costos políticos.
Es firme y directo y lucha permanentemente. Y, algo muy importante en este país, es un político de izquierda que sabe buscar y lograr acuerdos con los que no lo son.
Por otra parte, es él quien nos asegura la victoria en octubre y eventualmente noviembre, porque tiene las menores resistencias de los que dudan e incluso de los que no piensan arrimarse a la política por un rechazo que tiene diversos orígenes.
La clave de esta elección de junio es elegir bien, y elegir bien es votar FA y a Orsi.