El fútbol son once inmortales contra otros once intentado embocar una pelota dentro de un arco. Veintidós superhéroes terrenales corriendo en una cancha, mientras las cámaras buscan sus mejores gestos, las hinchadas alientan, los rivales insultan y los niños idolatran. Hasta que, de pronto, uno se desvanece. Cae justo en la mitad de los 7.000 metros cuadrados de césped. Y recuerda que al fútbol juegan mortales.
Desde que Juan Izquierdo sufrió la arritmia, el posterior paro de su corazón y el daño cerebral en la noche del pasado jueves, sus compañeros de Nacional entrenaron solamente una mañana, sin exigencias. Han intentando volver a la actividad, pero les fue imposible.
“Hace un tiempo está metida en parte de la sociedad la idea de la muerte fast: no transitar los ritos, no hacer velorio, no hacer entierro, no hablar mucho del tema pensando que se puede sortear. Pero la vida implica la muerte. Por más que intentemos pensar que no existe, la muerte está. Por eso hay que habilitar un espacio para hablar de ella, para transitar el duelo”, dijo a Referí Patricia Domínguez, docente responsable del primer posgrado en Uruguay de Psicología en el Deporte, e insiste con que no es momento de hablar de competencia, sino “de los inmortales que se vuelven mortales”.
La Asociación de Psiquiatría Americana estima que el duelo por una muerte dura en promedio entre uno y dos años. La aflicción se vuelve menos intensa con el paso del tiempo, aunque puede durar décadas. Pero, ¿cuánto dura un duelo en momentos en que “todo es ya”? ¿Cuando es un hecho tan público? ¿Cuando incluso quienes nunca conocieron a Izquierdo le dedican un mensaje en redes sociales como siendo parte de un velorio colectivo?
No existe una regla matemática. Domínguez explica que, a partir de la muerte de Izquierdo (e incluso un poco antes, cuando en los días previos se iba madurando la idea de lo irreversible), “queda de manifiesto un duelo colectivo y uno individual”.
El fallecimiento del defensa de Nacional “impacta por el rol que el fútbol tiene en nuestra identidad, porque asistimos en vivo a cómo esos seres endiosados son humanos, porque despierta los temores, porque permite empatizar con quien fue padre un 17 de agosto y pocos días después tenía que viajar a un partido en el exterior, por la juventud”.
Los encuentros colectivos de tristeza no son nuevos. “Cuando murió Gardel, Evita o Tabaré Vázquez hubo esas expresiones en el mundo de los átomos, por fuera de las redes sociales. La diferencia es que acercarse a un velorio físico es costoso: hay que tener tiempo, dinero para trasladarse y estar dispuesto a pasar ese rato viendo las caras. La digitalización baja el costo de ese velorio público… por eso muchos comparten su duelo por el jugador de Nacional”, cuenta Eugenia Mitchelstein, doctora en Medios, Tecnología y Sociedad.
Es una forma moderna de contar la vida. “En las redes sociales narramos nuestras experiencias más allá de un duelo: antes uno no se comía una tostada con palta, le sacaba una foto al plato y la estaba mostrando por ahí. Ahora se sube a Instagram lo que comemos, lo que sentimos, donde veraneamos, e incluso que la partida de un futbolista nos afecta”.
Pero hay otro efecto de la muerte que recae en los más allegados, en aquellos que compartían vestuario, un llanto, la alegría de esa paternidad.
El fútbol, cada tanto, repite un lenguaje bélico. Hay defensas y atacantes. Hay cánticos en los que se “daría la vida” por los colores. Los jugadores hablan de “cuidarse las espaldas”. Y hasta el capitán del equipo, Diego Polenta, despide a su compañero como un soldado caído.
Pero detrás del camuflaje, del escudo en el pecho, de las estrellas de campeonatos cual condecoraciones y los zapatos con tapones, yacen el compañero de equipo con el que los jugadores comparten mucho más que unas horas de trabajo. “La alta competencia deportiva implica la convivencia, emociones muy intensas que es probable que casi nadie pase con un colega de oficina”.
Y para procesar esos sentimientos no hay tácticas, ni 4-3-3, ni alargue o penales que valgan.
Aunque no siempre se dan en un orden exacto, ni en su debido tiempo, el duelo suele transitar cinco estados: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación.
Cada mortal, con su caja de herramientas, va intentando transitar esas etapas. “Algunos lloran, otros prefieren entrenar porque se expresan con el cuerpo en movimiento, otros se aíslan, otros cuentan anécdotas”. Y a fin de cuentas, “en un momento se acepta la pérdida que no es tal: porque la persona no está, pero deja sus enseñanzas, sus momentos”. Domínguez vuelve al principio: a la muerte no hay que esquivarla, sino habilitar el espacio para abordarla.
“Lo peor que puede pasar es que un equipo de fútbol diga: ‘no nos vemos por una semana’. Es cierto que la competencia no es lo relevante ahora, no importa quién entra de titular o no, pero sí es clave que pueda existir el espacio para intercambiar con los otros, como sucede en una familia sin que nadie les indique cómo procesan su duelo”.
Mucho después de haber sido campeón del mundo con Argentina, Jorge Valdano sentenció: “El fútbol es un estado de ánimo”. Y en estos momentos el fútbol, con sus inmortales-mortales, está de luto.