Con Estefanía Canalda, editora de Fin de Siglo, decidimos ponerle "novela para adultos" por las dudas, para que no se confundiera. Casi todo lo que escribí es para niños y adolescentes, y podía despistar. Pero la verdad es que hay veces en que no entiendo bien las diferencias entre las novelas, sobre todo las juveniles y las de adultos. Las infantiles sí, porque la voz narrativa es distinta. Pero después el límite es un poco borroso. Este es un libro para el público en general. Y además no siento que sea un paso, algo evolutivo, porque libros buenos y malos hay para niños y adultos en la misma proporción. No me parece que escribir un libro o una novela para adultos requiera más formación o talento.
No lo sentís como un "rito de paso", como también se aduce, en ocasiones, de los cuentos frente a las novelas.
Sí, los cuentos también están ninguneados de forma incomprensible. Acá hay ciertos géneros y formatos que están bastante ninguneados. Si escribís humor sabés que te van a dar menos pelota que el resto. Si escribís cuento, va a ser menos importante para la consideración general. Y si escribís infantil también. Pero si después te pones a mirar la gente que "cruza", los que en Uruguay hicieron "el salto" para la literatura de adultos o que hizo las dos cosas alternativamente, fueron muy exitosos. Virginia Mórtola ganó el premio nacional de literatura, Horacio Cavallo siempre gana concursos, está Federico Ivanier, hay muchos ejemplos de gente que escribía para niños y que cuando escribió para adultos siguió siendo igual de buena.
En las librerías la oferta de libros nuevos es gigantesca para todos, inabarcable. ¿Cómo se logra llamar la atención del lector infantil en un rubro donde, además, se compite con libros cada vez más vistosos y ambiciosos?
De hecho, creo que ya se está notando que publicar narrativa para niños y que no sea en el formato libro álbum está siendo complicado. A muchos autores les está costando publicar, a mí me pasa, que no hago libros álbum. En Uruguay también hubo un empuje grande de este formato y parece haber funcionado. Eso está siendo una complicación para los autores de literatura infantil y juvenil en Uruguay que no escriben ese tipo de libros. Hace 20 años Roy Berocay, que sigue vendiendo mucho, vendía más, Sebastián Pedrozo agotaba veinte ediciones. No sé si hoy existe una novela infantil o juvenil que pueda hacer lo que hicieron libros de Pedrozo, de Roy Berocay, de Armand Ugón, de Ivanier hace algunos años.
En el final del libro hay un texto de la editora que relata la fe que le tenía Edmundo Canalda, fundador de Fin de Siglo, a este libro, al que consideraba que no había leído una novela uruguaya mejor que esta en los últimos años, a excepción de Todo termina aquí, de Gustavo Espinosa. ¿Cómo se vincula su figura con tu vida en la literatura?
Que apareciera ese texto en el libro me hizo dudar. Estefanía me tuvo que convencer, porque le dije que sentía que podía ser demasiado. No es que no le crea a Edmundo, pero creo que es una locura que diga eso. Obviamente me hace sentir bien porque le tenía mucho aprecio y fue un gran editor en Uruguay. Él editó mi primer libro, buena parte de mis libros los publiqué en Fin de Siglo con él. Incluso a este último, que lo editó Estefanía, Edmundo fue la persona que lo hizo posible, fue el primero que lo leyó y el que dijo "a este libro hay que publicarlo". Yo fui muy claro cuando lo mandé de que no había compromiso, que vieran si funcionaba y si no, no pasaba nada. Él insistió y me dejó muy feliz.
Él ya estaba retirado, ¿no?
Ya estaba retirado. Él leyó el libro en agosto de 2024, por ahí, y murió en enero de este año. Creo que el libro resonó en él de algún modo, aunque yo nunca diría eso que dice él en el libro (se ríe).
La novela gira en torno a lo que la aparición de un diagnóstico de demencia frontotemporal en un hombre ocasiona para su familia. ¿Cómo aparece esa enfermedad en tu horizonte y cómo decidís que sea lo que vehiculiza el relato?
Hace algunos años me enteré que Terry Jones, integrante de los Monty Python y un ídolo para mí, se había agarrado una enfermedad rara. Me dio mucha pena, pero también me parecía rarísimo lo que decían sobre él, describían unos síntomas que no había oído antes en ninguna enfermedad. A él, un tipo tan bueno con las palabras, tan inteligente y tan rápido, de repente se le estaban escapando las palabras, pero además estaba teniendo actitudes sociales completamente inadecuadas. Averigüé qué enfermedad tenía y empecé a pensar que esos síntomas tenían potencial para la ficción. Vi que no había muchas cosas similares, sí mucho libro documental, testimonial, y leí un montón. Esta es una enfermedad que además tiene muchas variantes, está muy subdiagnosticada y es un factor de estrés increíble para las familias. Ahí había algo con lo que quise trabajar.
¿Cómo se aborda una enfermedad que causa tantos estragos en una familia y que resulta tan dolorosa para todos sin que la novela se convirtiera en algo demasiado deprimente? Porque sigue manteniendo el "espíritu Otheguy" del humor y cierta luminosidad que la atraviesa.
Es algo muy oscuro esta enfermedad, pero por otro lado, por las cosas que le pasan al personaje, era factible que se generaran episodios que podían ser incluso graciosos, vistos desde una óptica alejada. Lo que sí me di cuenta es que tenía que haber un personaje que equilibrara, que fuera más luminoso, que tuviera una mirada más inocente o tierna, y ahí es donde aparece este adolescente, el hijo, que también tiene sus problemas. Al principio fue una forma de no espantara al lector, de tener algo que compensara toda esa cuestión jodida, pero luego entendí de que en realidad eso existe. No es una ficción que uno inventa simplemente para tener un lado luminoso que compense al otro. Hablando con familiares de pacientes que sufren esta enfermedad entendés que también hay momentos de encuentro con las personas enfermas, porque ellos siguen siendo quienes son. Tienen un montón de problemas, pero a veces se desactivan o algo los hace volver. Hablando con los familiares supe que, si bien es una situación horrible, en realidad no es todo el tiempo tan oscuro.
La familia tiene que aprender o adaptarse a una nueva forma de vivir también.
Una neuróloga a la que entrevisté me decía que en esto precisa ayuda la persona afectada pero también la familia. Pero sabía que había algo del valor familiar y del valor de los afectos que quería que estuviera en el libro y no se perdiera. Obviamente esta enfermedad desintegra a las familias, las deshilacha, y lo único que puede unirlas son esos lazos familiares, esos vínculos.
¿Cómo fueron esas charlas con los familiares?
Súper buenas. También leí libros, blogs de gente que contaba sus experiencias. Encontré que había una mujer de Estados Unidos que filmaba a su padre, paciente de esta enfermedad, una vez por año, para mostrar cómo avanzaba. Me contacté con ella, tuve dos entrevistas largas por zoom, fue muy abierta, fue una de las que me dio la mano más grande. Dijo que lo mejor que puede pasar es que se hable del tema, porque uno de los problemas que tiene la demencia frontotemporal es que es muy desconocida, ni siquiera los médicos a veces tiene idea de que se trata. Ella me explicó que siempre sucede que el primer diagnóstico es errado, me explicó la tensión que se genera entre los familiares que quieren que el afectado siga haciendo vida normal y quienes se sienten tan incómodos que prefieren que no. Eso quería que estuviera en el libro.
¿Uruguay tiene algún índice de diagnóstico de esta enfermedad?
No está cuantificado, que yo sepa. Está la Asociación contra el Alzheimer y enfermedades afines, y en "afines" hay una bolsa de enfermedades parecidas al Alzheimer, entre las que está la demencia frontotemporal. A ellos les escribí y en su momento no me respondieron.
La voz narradora del hijo, como lo mencionaste, es clave para la novela. Es una mirada peculiar, muy analítica y racional, pero a la vez tierna e inocente. ¿Cómo la construiste?
Quería que fuera un adolescente extravagante, al que le pasaron cosas raras en su vida, alguien que hoy en día sería neurodivergente, pero no quería que fuera autista. Una vez leí a Nick Hornby hablando de la novela de Mark Haddon El curioso incidente del perro a medianoche, que me encanta, y entre otras cosa él, que tiene un hijo autista, decía que la novela le parecía buenísima pero que había una especie de romantización del autismo. Como que el autista era simplemente alguien que memoriza cosas raras y es extravagante, como Sheldon Cooper que tiene a Asperger. En realidad el autismo tiene una parte súper compleja y también varía mucho. No quería meterme en ese terreno, no quería hacer que ese adolescente fuera un personaje gracioso que tenía autismo, quería mostrar también que puede pasar que los adolescentes sean peculiares. Todos los adolescentes están de cierta forma medio desajustados y son peculiares, al final.
En entrevista con el programa de radio Oír con los ojos, Estefanía Canalda elogiaba la luminosidad de esta novela contraponiéndola a una tendencia a la oscuridad que ella identifica en la literatura nacional y regional. ¿Estás de acuerdo? ¿Notás esa tendencia también?
Creo que no tanto. Capaz lo notaba más hace un tiempo. Sí, obviamente, hay toda una generación que empezó a publicar en los 90 y sí era un poco más oscura, más cerca del realismo sucio, que me gusta también. Pero no me da la impresión de que las voces nuevas de los últimos tiempos estén exentas de luz, digamos.
Es cierto que ciertos nombres pesados de la literatura regional están vinculadas a historias de género, más oscuras, a veces brutales en la forma de retratar las historias. Ella apuntaba a esos autores y autoras también, entiendo.
Puede ser. Yo pensaba en los autores nacionales. Esa literatura también me gusta, fui un lector de género toda mi vida, leo horror, ciencia ficción, me sigue atrayendo. Aunque no me interesa tanto escribirlo. En el caso de este libro me era necesario tener una voz un poco más luminosa, en primer lugar porque me parecía que daba el mensaje incompleto en caso contrario. Es verdad que está toda esa parte oscura de la enfermedad, pero también están los otros momentos en las familias. Creo que este libro apunta a decir "ok, ya sabemos que nos vamos a morir, que las personas que más queremos se van a morir y que tu cuerpo se va a degradar, pero si hay un lugar donde podés encontrar sentido a las cosas es en los afectos personales, en saber estás rodeado de un montón de gente que a pesar de que sabe todas esas mismas cosas espantosas, hace lo posible por mejorarte la vida, que te ayudan a tolerar tu paso por el mundo". Eso me parece relevante y algo que vale la pena. Saber que todavía podés encontrarle un sentido a las cosas. O sea: no le vas a encontrar un sentido a la vida, porque la vida en sí no está programada para ninguno de los seres minúsculos que estamos en este planeta, pero sí que lo vas a encontrar en relación a las otras personas que te rodean y que pasan por lo mismo. Y que están ahí para ayudar.