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27 de septiembre 2025 - 5:00hs

El libro italiano más traducido de estos tiempos no es ninguna novela de Elena Ferrante. Son los relatos de Francesca Cavallo, que en 2012 empezó su proyecto Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, hoy disponibles en 49 idiomas. Un proyecto que empezó en una plataforma de financiamiento colectivo, Kickstarter, y que hoy es un fenómeno editorial global.

Aquel proyecto, creado ante la percepción de la escritora y emprendedora italiana de la necesidad de nuevos modelos de rol para niñas, tiene ahora su contraparte, que Cavallo también describe como la conclusión y el elemento que lo completa definitivamente: Cuentos del espacio para hombres del mañana.

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El libro reúne doce relatos, cada uno ambientado en un planeta donde los varones protagonistas emprenden viajes de exploración y autodescubrimiento y se dan cuenta que pueden sentir (y demostrar que sienten) otras cosas con respecto a las que les imponen, que pueden hacer otras cosas o se dan cuenta que algo en la estructura del mundo en el que viven está fallando.

La autora italiana llegó a Montevideo por primera vez para presentar este nuevo libro en la Feria del Libro, este sábado a las 15 horas, en la edición en la que Italia es el país invitado de honor. En el marco de esa visita, Cavallo conversó con El Observador sobre la necesidad de dar nuevos ejemplos también a los varones, por qué decidió escribir para ellos, y cómo se construyó este viaje espacial en busca de un nuevo mundo por fuera de sus páginas.

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Hay un elemento del título del libro en italiano que se pierde parcialmente en la traducción al español: el uso de la palabra maschi, que se tradujo como hombres, pero que podría adaptarse también como masculinidades o varones. No usaste uomini o bambini, como en Niñas rebeldes. ¿Por qué elegiste esa palabra?

Cuando empecé a trabajar en el libro, probé varias combinaciones. Sabía que quería hablar de masculinidades, pero tenía miedo de que maschi fuera una palabra muy fuerte, muy cargada. Pero la terminé eligiendo porque pensé que era la única palabra que expresaba lo que quería decir. Cuando hice Niñas rebeldes, me preguntaban “¿por qué Niñas rebeldes si es para todos?”. Este también lo es, pero sabía por aquella experiencia que si el título es un poco más provocador, por lo general funciona mejor que uno que no ofende a nadie, sobre todo cuando tiene el respaldo del proyecto. Me pareció que uomini, que también puede usarse para referir a la humanidad, como pasa con “el hombre” en español, aunque hoy sea menos común ese uso, era una palabra más tibia. Así que usé maschi porque además es la palabra que los niños italianos usan en la escuela, i maschio e le femmine, y dejan de usarla cuando crecen, salvo para usarla de forma despectiva, como para expresar un cierto machismo. Entonces tenía ese doble sentido. Pero es porque este es un libro que viene a hablar sobre masculinidad.

¿El hecho de que los cuentos sean viajes de descubrimiento personal fue pensado o fue algo que apareció a medida que escribías?

Fue pensado. Cuando creé Niñas rebeldes, sabía que las niñas necesitaban inspiración para salir y descubrir el mundo. Y cuando empecé con Hombres del mañana, me di cuenta que los varones necesitaban inspiración para descubrirse a sí mismos. Que faltaba un retrato de personajes masculinos que pueden navegar sus emociones, sus mundos interiores, con la misma valentía con la que inspiramos a los chicos a explorar el mundo exterior. Que sean pioneros en ese sentido, que exploren un espacio al que otros hombres todavía no han viajado. El concepto era ese porque a veces tenemos esta idea de que los hombres más emocionales son más débiles, más temerosos, menos masculinos, entonces quería cambiar eso y decir “esos son los pioneros”.

Con Niñas rebeldes me pasó que la gente venía y me decía “encontramos esta historia sobre esta mujer increíble en el libro”, y muchas veces eran personajes que no aparecían. Me di cuenta que el libro les había dado como un par de lentes para ver el trabajo de mujeres que antes de haber leído no lo veían. Y la misión de este libro es similar: los hombres que navegan sus corazones ya están acá, no hay que inventarlos, pero hay una cultura que celebra la masculinidad cuando abraza esta noción de fuerza y dominación, como este liderazgo fuerte que en realidad no lo es, que los invisibiliza.

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Pensando en la evolución de este proyecto y en los cambios sociales y culturales que se dieron en la última década, con la aparición de ciertos movimientos conservadores que encontraron sobre todo eco en los hombres, ¿sentías que así como hace algunos años era necesario un libro como Niñas rebeldes para dar nuevos ejemplos a las mujeres, ahora era necesario hacer uno para hombres para incluirlos en esa transformación, como que en cierta manera habían quedado olvidados en el cambio?

Creo que nos negamos a tener la conversación sobre la masculinidad. Y cuando nos negamos a ocupar un espacio, no se queda vacío. Entonces lo que pasó fue que el espacio fue rellenado por una retórica llena de odio, de misoginia, un intento estructurado de usar como arma esta sensación de confusión de los hombres, y usarla para el rédito político y el ascenso de movimientos antidemocráticos. Entonces lo que intenté con el libro fue decir “entiendo que esta es una conversación difícil, pero no podemos dejar ese espacio vacío porque le hace un daño profundo al tejido de nuestra sociedad, nuestras democracias. Me arriesgué a quedar aislada por el juicio de mis colegas activistas feministas. Tenía el riesgo de que me señalaran, de que dijeran “a qué viene esta mujer lesbiana a hablarnos sobre varones, ¿qué puede saber?” Hubo muchos aros de fuego que tuve que saltar, pero siento que este libro es el final de lo que empecé con Niñas Rebeldes. Si te soy honesta, pienso que este puede ser el último libro para niños que escribo. Ahora quiero escribir otras cosas. No sé si va a ser el último, pero por ahora no tengo planes de hacer otro libro infantil, pero sentía que si dejaba el proyecto sin dirigirme a los varones, habría sido deshonesta con el público.

¿En quién pensás cuando escribís estos cuentos?

En los adultos que quiero que esos niños sean. Por supuesto que también pienso en los niños de mi vida, y en lo que los divierte, pero pienso sobre todo en poner los cimientos para que se conviertan en adultos equilibrados. Entonces trato de escribir para ayudarlos a tener una buena relación consigo mismos, y para que la niñez no sea un lugar del que pasen la vida tratando de escapar, sino que sea un lugar al que puedan volver como adultos.

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Has contado en entrevistas que detrás de estos cuentos hubo un trabajo de investigación intenso. ¿Cómo fue?

Largo. Me llevó mucho tiempo porque fui a investigar la formación de la identidad masculina desde los puntos de vistas sociológicos y psicológicos. Leer mucho para entender por qué el patriarcado persiste y qué necesidades psicológicas están detrás de su construcción. Entender la estructura que quiero que superemos reconociendo la validez de esas necesidades para tratar de ofrecer una respuesta diferente. Yo no estoy interesada en pelear contra el patriarcado, yo quiero que quede obsoleto.

¿Necesitamos un nuevo canon de historias infantiles?

No sé si lo hay, y honestamente no creo que lo precisemos, porque la idea de un canon es una idea colonial. Es lo que te permite decir qué está bien y qué está mal, qué es lo bello y qué es lo feo. Y los humanos hemos usado los cánones para dominar narrativas que percibimos como inferiores. Entonces la gente dice ¿qué hacemos? ¿Quién nos dice si algo tiene valor o no? Y ese es el mundo postpatriarcal que tenemos que navegar. Creo que ese es el desafío de un mundo postcolonial. Especialmente con la multiplicación de herramientas creativas y de plataformas donde la gente puede crear. Si hay un aspecto positivo es que hay espacio para crear y desafiarnos a nosotros mismos para apreciar cosas que hasta ahora no habíamos apreciado.

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