Decir que Jackie Rodríguez Stratta era el crítico de cine de Subrayado sería un error. Él mismo se habría ofendido. Nunca se consideró crítico, se sabía un fanático del cine, y lo era de verdad. Admirable en su entusiasmo, en la manera de contar una película o de relatar sus aventuras por los festivales, tenía una pasión que se contagiaba. Escucharlo era un placer, una charla que siempre terminaba en una anécdota y una risa.
Ese fanatismo lo convirtió en el único periodista uruguayo invitado por los grandes festivales del mundo. Viajaba con su amada Esther, una mujer bellísima y de una personalidad luminosa. Jackie no hablaba inglés, pero ella sí, y con una naturalidad encantadora. Había sido azafata de Iberia y dejó todo por acompañarlo. Fue su traductora, su asistente y su compañera inseparable. Donde Jackie conseguía una entrevista o una acreditación imposible, allí estaba Esther para hacerlo posible.
Jackie era un hombre bueno y, como los hombres buenos, también era generoso. Siempre reconocía a Esther en cada logro y agradecía tenerla a su lado.
Fue un buscavidas en el mejor sentido. De joven fue fotógrafo y hacía publicidad en las transmisiones de fútbol con un eslogan que todavía suena a otra época, “Si de fotos se trata, Rodríguez Stratta”. Su pasión por el cine lo llevó a fundar una agencia de publicidad y durante los años setenta manejó la promoción de las grandes distribuidoras. Llenaba páginas enteras en los diarios con avisos financiados por los estudios de Hollywood y le fue muy bien.
En los ochenta, cuando el video empezó a cambiar los hábitos del público, lanzó un suplemento sobre estrenos y novedades en el diario El Día. Fue un éxito, con publicidad de las distribuidoras y de los videoclubes más grandes. Luego vino la televisión y, con ella, una rivalidad amable con Daniel Lucas, el crítico de Telemundo. No era enemistad sino una competencia fraterna entre dos figuras queridas que lograban algo insólito, hacer que una película triunfara o fracasara en la taquilla con solo una recomendación. Qué época aquella, cuando la televisión todavía podía crear leyenda.
Hace algunos años murió Esther y cada vez que me encontraba con Jackie su nombre aparecía inevitablemente. En algún momento su voz se quebraba, como si todavía le hablara. Una parte importante de él se había ido con ella, aunque siguió activo casi hasta el final, fiel a su pasión de siempre.
A Jackie le gustaban los finales felices de Hollywood. Los defendía con la convicción de quien cree que la esperanza también es una forma de arte. Pensarlo ahora junto a Esther es imaginar el final que él habría elegido, una historia de amor que no termina, solo cambia de escenario y sigue, luminosa, en otro lugar.