Creo que en mi caso tuve suerte por el jurado. Hace un montón que escribo y publico, y mandé la novela con la intención de que sea finalista, de que le iba a poder poner una faja o algo para atraer lectores...
¿Te gustan las fajas en los libros?
Siempre que implique comida para mi familia, sí, me gustan. Mis libros tienen repercusión, pero en algún punto es acotada y me interesaba darles un espaldarazo. La mandé con la idea de que, en general, el fantástico no gana premios. Es una especie de ley universal. Realmente fue una sorpresa. Yo soy muy afortunado, porque a los que escriben género en general los tienen en un rinconcito, son los raros. Mucha bola no les dan, por más de que haya escritores de género tradicionales en Argentina y muy canónicos. Pero yo nunca tuve problemas para publicar. A lo mejor porque me muevo también en una especie de límite que es medio como el de las películas de A24. Es terror, pero no tan terror. Un terror que tiene un trabajo estético y que pretende ser una cosa más, entre grandes comillas, artística. Tuve suerte por eso. Y obviamente que hay en Argentina, con la Enriquez, Schweblin, Bazterrica y demás, escritores que fueron como punta de lanza para que el mercado le eche un ojo a eso que está pasando, que es muy interesante. Mucha gente de mi generación escribe género. Me parece que se le perdió un poco el miedo a hacer literatura, entre comillas, barata.
¿Cómo se te ocurrió someter a la dictadura argentina bajo la lupa de una historia del estilo Cementerio de animales?
En realidad, lo primero que tenía en la cabeza era La pata del mono, de W. W. Jacobs, que para mí es el mejor cuento de terror de la historia, y Cementerio de animales, que es una reescritura de La pata del mono. En principio quería trabajar la idea de padres que no aceptaban la muerte de un hijo. Entonces escribí lo que en la novela terminó siendo el capítulo donde ellos reciben instrucciones para hacer un ritual. Y no me bastó, me parecía que quedaba corto. Entonces escribí un capítulo antes y otro después. Fue como una especie de explosión con un centro ciego. Ahí fue apareciendo esta figura que es un poco la del zombi, la del fantasma, que ronda la novela, y que me parecía que maridaba muy bien con la dictadura, o por lo menos con la percepción que yo tenía de la dictadura en términos de cargar de fantasmas. Por más que en los años del kirchnerismo haya habido una reparación histórica, sentía que estábamos cargando esos fantasmas en la espalda. Lo más difícil fue escribir dentro de una tradición. Siempre que aparecía en mis talleres el tema les decía a mis alumnos "no escriban una novela sobre la dictadura". Porque es muy difícil, porque ya tenemos muchas novelas, muchas películas, un acuerdo social muy establecido. O por lo menos en esa época. Después empezaron a salir del closet otras miradas que estaban escondidas, y el acuerdo un poco se rompió. Pero hasta ese momento abordar ese tema era bastante difícil. La solución que encontré fue escribir un libro trabajando un poco de forma irrespetuosa, entre comillas, con la figura de las madres de Plaza de Mayo, o al menos no con la primera idea que se te viene a la mente cuando pensás en ellas. Y por otro lado, cuando tuve que escribir sobre un centro clandestino de detención, que era el momento de mayor horror y el momento donde el horror lo hacías de taquito, lo narré como si fuera un hotel donde la gente usa pantuflas, juegan a las cartas y aprenden poesía.
Tus novelas suelen ser corales. ¿Qué te interesa de la multiplicidad de voces, de mostrar como todo el panorama de ese horror que se está viviendo de forma colectiva?
Me gustaría dar una respuesta intelectual, pero es la forma en la que puedo escribir novelas. Esa es la verdadera respuesta. De haber una más sesuda, sería que las primeras novelas de género, Frankenstein, Drácula y Dr. Jekyll y Mr. Hyde, son novelas fragmentarias porque consideran que lo que están trabajando no puede ser narrado con un narrador omnisciente clásico. Entonces, lo que hacen es trabajan con género epistolar, con la escena, y uno tiene que ir armando la historia a partir de lo leído. O sea: filosóficamente estaría representando la falta de unidad, el cuestionamiento de qué es la realidad. Pero la verdad es que a mí me sale así. Empecé siendo cuentista y me aburro fácil. Además tengo mis lecturas de los veintipoco que son, qué se yo, Faulkner, o la gente del Boom, o a Puig, autores que trabajan de un modo muy delicado la forma. Quise mezclar eso con el terror, que en general es un género muy tradicional. Los escritores de terror trabajamos sobre mitos, sobre historias que ya se contaron. Siempre son las mismas. Lo que cambia son las formas. La maestra rural es una novela que escribí después de leer Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, que fue una experiencia poética sublime. Me pregunté: ¿qué tal si cuento una historia que está cerca de la ciencia ficción con el pulso de Los detectives salvajes?
¿Ya existe una mitología Lamberti? ¿Sentís las señas de identidad de tu universo literario?
Bueno, soy del interior de Argentina, del interior de Córdoba, de una ciudad que se llama San Francisco, y siempre lo escribo como San Ignacio. Es un lugar donde aparecen extraterrestres, resucitados, es un despelote esa ciudad. Me gusta meter todo ahí porque es la excusa para hablar del lugar donde nací y volver a la infancia. Pero no sé. Cuándo tuve la idea de la novela le pregunté a Mariana Enriquez por mensaje si me podía dar algún libro para que tener bibliografía de hechizos para investigar. Y me mandó 350 libros. Está demente. Obras completas de Satán, tomo 1, 2 y 3, Alesteir Crowley, toda la mitología satánica. Estaba más entusiasmada ella que yo. Primero me dijo "lo que querés hacer no se puede hacer en términos mágicos, pero esto te va a servir". Y uno de los que me mandó es un libro de hechizos, uno de los primeros, que se llama La clave de Salomón, que es un libro destinado a mujeres, a brujas. Y cada capítulo del libro está titulado con una instrucción del tipo "para santificar los cuchillos", "para sacrificar el cordero", y uno de ellos era "para hechizar un cazador", que literalmente era para que las mujeres que vivían en los pueblos pudieran conquistar a los cazadores que pasaban por allí. Lo tomé como título porque me encantó y porque quería trabajar una figura que no fuera el diablo.
Me imagino que si leíste los al menos el 30% de los libros que te recomendó Enriquez quedaste en una burbuja de hechizos y rituales paganos.
Sí, detrás mío aparecían fantasmas, desaparecían cosas. Creo que quedó medio maldita la casa, pero en general cuando investigo leo un montón, me meto y después uso muy poco. El lector quiere que haya algo de ese mundo que estás trabajando, pero que tampoco seas un bodrio y le metas 20 páginas de teoría general de los hechizos. Tiene que servir para la historia que estás contando, que para mí es lo primero. Acá usé sobre todo la atmósfera que da leer esos libros.
¿En la investigación para la novela entró el cine también?
Sí, hay una película muy buena que se llama A Dark Song. Son dos personajes, una mamá y una especie de médium, que alquilan una vieja mansión para hacer una especie de hechizo y que ella se pueda comunicar con su hijo que fue asesinado. Y la película es eso. Me hubiera encantado escribir una novela que sea solo un ritual, pero me quedé corto y se me fue para otro lado, pero esa película me gustó mucho porque es muy sobria. Y después este año salió una que se llamaba Bring her back.
Estaba a punto de decirte que si la habías visto porque hay una similitud muy grande entre las historias.
Estoy iniciando juicio. Lean mi libro y después véanla. Hay algo ahí. Yo creo que no me conocen, ni saben de mi existencia, pero me robaron (se ríe).
Hay mucha literatura y películas sobre traer de regreso al que se fue.
Es que lo que trabaja esta película es la imposibilidad de una madre por aceptar la pérdida de un hijo, y eso es súper universal. Lo trabajan los griegos, es parte de la cultura, más allá de Cementerio de animales, de La pata del mono. Siempre es una metáfora. Yo en la novela digo que no existe la locura, sino que el mundo es como lo vemos. Si hay palabras para nombrar algo es porque ese algo existe. Los padres de Luisito, que es el desaparecido de la novela, están modificando el mundo con sus rituales y accediendo a una especie de realidad que no es la realidad ordinaria. Eso me gusta, porque creo que en un punto la idea del género fantástico es conectarnos con otra forma de vida que no es esto de despertarnos, mirar Instagram, desayunar, esta vida medio vacía en la que todos transcurrimos. Hay una forma de vida donde hay un orden y un cosmos que es, entre comillas, primitiva y ritual. Lo que construye el género fantástico es eso: el acceso a otro relato sobre el mundo que tiene más sentido que los relatos que contamos ahora. Porque la vida tal cual es no tiene el menor sentido.
Varias veces te he leído diciendo que la locura es una de las cosas que más miedo te dan. Que es algo que te genera terror. Eso está presente en Para hechizar al cazador. En la novela, por ejemplo, se lee: "No existe la locura, no existen las alucinaciones, existe la mente y la mente es el mundo. Y él me dijo, no Griselda, sí existe la locura, el mundo es una cosa y la mente es otra. Yo le dije, ya vas a ver que no, y se lo demostré. Él al final tuvo que darme la razón." ¿De qué otras formas sentís que atraviesa tu obra?
Bueno, soy argentino, así que tanto miedo no me puede dar la locura. Estoy blindado a la locura, vivo la locura (se ríe). La locura nos rodea, nos abraza, nos lleva a dormir en la noche.
Es un buen momento para preguntarte si Argentina es el caldo de cultivo ideal para generar una trayectoria en el terror.
Es muy difícil escribir sobre el presente. Creo que poca gente lo logró de forma muy lúcida, como Fogwil con Los Pichiciegos, que vio la guerra de las Malvinas con un nivel de lucidez con la que todavía hoy no la vemos, o Roberto Arlt, que eran escritores del presente, de la mugre, del momento. Pero en general creo que no conviene agarrar, no sé, lo que está pasando en Twitter y con eso hacer una novela. No creo que funcione, siempre tiene que haber una elaboración. Creo que lo que hoy estamos escribiendo, inconscientemente, en realidad está hablando del futuro. Porque el cine y la literatura de terror hablan del futuro, lo que pasa que no nos damos cuenta. Son como profecías que no entendemos hasta que suceden. Hasta que es demasiado tarde. Porque uno no hace una tesis cuando escribe una novela, uno se pone en contacto con el mundo de los sueños. Uno no termina de entender todas las implicancias simbólicas de lo que está haciendo. Hay una lectura posible, pero después vienen los lectores y te sorprenden gratamente con sus propias lecturas.
¿Sos un tipo miedoso?
Fueron cambiando mis miedos. Cuando era chico tenía esto, que ahora heredaron mis hijos, de tenerle miedo a una puerta entreabierta y no saber qué hay del otro lado. Mi hijo me manda a cerrar la puerta porque sabe que hay algo del otro lado. Y yo le digo que sí, hay algo del otro lado, está bien que tenga miedo. Cuando sos grande pasan por otro lado los miedos. Pero la locura es algo que está dando vueltas siempre. No porque me vaya a volver loco en cualquier momento, pero sí porque creo que el mundo entero, más allá de Argentilandia, está girando hacia la ruptura de los límites entre lo falso y lo real. Inteligencia artificial, no sabés si algo que ves pasó o no pasó. Todavía tenemos advertencias sobre eso, pero falta poco para que dejen de existir. Y eso es una forma de la locura.