Me cuesta mucho reconocer dónde están las ganas del próximo libro. Hay un tiempo allí para ver hacia dónde voy. Yo escribo mucho a diario, pero en general flotando, sin saber a dónde voy, tomando notas, registrando hechos u otras cuestiones. Me gusta pensar la idea de la escritura como una práctica más o menos cotidiana. Es un tiempo que suele ser bastante largo y de incertidumbre, estoy viendo qué pasa, disponiendo los materiales sobre la mesa. Hasta que aparece un proyecto. Yo soy bastante lento para escribir, suelo demorar al menos un par de años.
¿Esa incertidumbre es incómoda? ¿Te cuesta?
Depende del día (se ríe). Creo que con el tiempo me acostumbré a la incertidumbre. Y me acostumbré a no tener proyectos. En general, cuando estoy en esos momentos también suelo estar en otras cosas. Construyendo mi casa, obsesionado con algún tema que no dejo de leer, o con la huerta. Tampoco es que sin la escritura tengo el día en blanco. Así que convivo bastante bien con la incertidumbre. Siento que es parte del proceso. Es cierto que también hay momentos donde gana la desesperación. A veces encontrás el rumbo allí y a veces no, y tenés que seguir flotando sin saber a dónde vas hasta que aparece algo claro.
En Los llanos, la escritura y el trabajo manual se vinculan y retroalimentan. ¿También te sucede lo mismo?
En mi caso, necesito estar haciendo algo más que escribir y coordinar talleres. Ambas son actividades en las que estás sentado frente a la computadora. Para mi salud psíquica necesito hacer algo que me exija poner el cuerpo en el paisaje de alguna manera. Porque la escritura muchas veces es solo cerebro. Hacer otras cosas me estructura el día y la cotidianeidad. Por otro lado, se retroalimentan. Porque a lo mejor termino escribiendo de la huerta o del burro que se le escapó al vecino. Tal vez no sea un tema que a priori me interese pero tiene que ver con lo que pasa en mi día.
Entonces la escritura como práctica sale de una necesidad.
Sí, es una necesidad. Lo sentí sobre todo cuando escribí los cuentos de Un cementerio perfecto, que es mi libro anterior a Los llanos. La estructura del cuento es como un mecanismo de relojería, por más que el cuento no lo sea, y es muy precisa, por lo que sentí que mi escritura se había vuelto un poco claustrofóbica incluso para mí mismo. Me llevó un tiempo reconocer que para mí la escritura es también un hábito contraído del cual no me puedo escapar y que necesito ejercerlo más o menos a diario desde un lugar de libertad. Para mí, escribir es una forma de procesar lo que sucede en mi experiencia, en el mundo. A veces se trata de explorar nuevos territorios y posibilidades de escritura, y a veces simplemente tratar de bajar al teclado la última sesión de análisis, tratar de organizar ciertas cosas.
¿Los llanos y lo que pasó después con ese libro cambió en algo tus procesos de escritura?
No, más bien esa novela fue una suerte de consecuencia de haber cambiado el hábito de escritura. Cuando estaba escribiendo cuentos fue que llegó esa sensación de que la relación que tenía con la escritura no iba más. Si yo seguía escribiendo de esa forma, no iba a escribir más.
¿En ese momento dejaste de considerarte un cuentista?
Nunca me interesó mucho la etiqueta del cuentista. A mí me gusta mucho leer cuentos y me salía escribirlos naturalmente. Pero de la misma forma también esa naturalidad se empezó a anquilosar y a volverse algo cada vez más rígido. Reconocí que necesitaba escribir más en libertad, que tenía que darme la posibilidad de hacerlo sin rumbo, en la incertidumbre. Creo que todos esos movimientos sutiles fueron imperceptibles pero me permitieron encontrar el camino hacia Los llanos.
El paisaje, sus transformaciones y lo que le hace a los personajes es algo consistente en tu obra. ¿Qué te interesa a la hora de mapear el terreno en el que se mueven tus historias?
Me obsesiona bastante la relación entre las palabras y las cosas a las cuales esas palabras nombran. Tengo curiosidad innata por saber cómo se llaman las cosas. Cuando estoy en un paisaje más o menos natural, poco intervenido por el hombre, que son los que me interesan más, en los que me siento más cómodo e intrigado, me surge naturalmente la curiosidad de saber cómo nombrarlo, y a la vez el desafío de cómo narrarlo. ¿Cómo se pone en palabras lo que va sucediendo en la banquina de una ruta a lo largo de varios kilómetros? Son cosas que naturalmente me generan curiosidad desde lo subjetivo, lo arbitrario y lo personal.
Y entiendo que también está el hecho del paisaje como espejo de los personajes.
Bueno, eso siempre está. Es una figura retórica antiquísima, ¿no? La idea de que de alguna manera el interior del personaje o la subjetividad propia del ser humano puede reflejarse en el paisaje.
Los llanos salió en 2020, por lo que entiendo que fue escrito antes de la llegada de la pandemia. De todos modos, posteriormente hubo una tendencia en la literatura regional a escaparle a las ciudades, a mapear nuevos territorios más rurales, en ocasiones de forma romantizada, y en otras no. ¿Qué creés que queda de esa tendencia? ¿Se sostiene o mutó?
Creo que se sostiene en el tiempo. Creo que aparecieron otras posibilidades y modos de vida que requieren o habilitan la posibilidad de ser puestos en palabras. Eso apareció y está siendo narrado. La literatura argentina de los 90 y principios de los 2000 era muy urbana, pero incluso antes de la pandemia ya aparecieron posibilidades de escribir el interior del país por lejos del lugar común folclórico o del regionalismo. Eso se sostiene. Por otro lado, siempre es un riesgo caer en lo folclórico. La pandemia en Argentina trajo esa suerte de migración que en algunos casos se sostuvo y en otros no. Mucha gente volvió a vivir en el interior o alejándose de los grandes centros urbanos, y se empezó a organizar en modos de vida que en determinados casos tiene que ver con retomar ciertos modos del pasado. Creo que es algo que está y que nos habla, que nos interpela. Últimamente, un poco por coincidencia, tuve una racha lectora de novelas post apocalípticas, y en esas novelas la ciudad aparece casi siempre en ruinas y el interior como un espacio a explorar. Un espacio que genera la posibilidad de ser autosustentable, que guarda una idea de libertad, de ciertos tópicos que aparecen relacionados, pero que se siguen sosteniendo.
¿Qué espacio tiene la lectura en tu vida ahora, en este período entre libros?
Siempre leí bastante porque lo disfruto, pero desde que asumió Milei leo muchísimo más, porque necesito escaparme de la realidad y ponerle límites. No puedo estar todo el tiempo enganchado en las redes sociales escandalizado o preocupado. Entonces leo mucho más. Al principio, cuando tomé esta decisión de bajar el tiempo en redes y leer más, leía de todo, lo que caía en mis manos. Hoy, más allá de que uno se va armando caminitos de lectura, trato de alternar, leer en inglés, en traducción, literatura nacional, latinoamericanos, españoles. Soy variado y me dejo llevar por el deseo.
Y no te domina la ansiedad externa de leer lo que hay que estar leyendo.
No. O no tanto. A la agenda de novedades la sigo. Pero tengo la sensación de que en Argentina el nivel de novedades se ralentizó en los últimos años, así que no ocupa tanto tiempo de lectura. Incluso ahora estoy más cerca de las novedades. Antes, cuando era más joven, si había un libro que estaba leyendo todo el mundo dejaba pasar un par de años antes de leerlo para hacerme el raro. Si ahora todo el mundo está hablando de ese libro, y está circulando en mi grupo de amigos, lo pongo inmediatamente en la lista. Porque ahora tengo tiempo, estoy leyendo mucho, y además siento que es una forma de sostener una conversación, ¿no? Me parece que estar pegado a la novedad, sin que eso te lime la cabeza, es una forma de formar parte de una conversación y de poder charlar. Si no, leer es algo muy solitario. Siempre está bueno tener a alguien para poder hablar.
Hay un posteo de hace años de Rosario Bléfari en Facebook que se hizo viral y que va un poco por ese lado. Dice que leer a las personas de tu época te hace parte de tu generación.
Sí, tiene que ver con eso, también. Igual a mi generación, por ejemplo, no la considero dentro de las “novedades”. La voy leyendo en base a los autores que me interesan, y sobre todo para ver qué está pasando con nosotros, qué estamos escribiendo, cómo estamos escribiendo. Me genera curiosidad en general. Me refería al hablar de novedad a lo que nos llega traducido, por ejemplo. Hace unos días me preguntaban si iba a leer lo nuevo de Ocean Vuong, y sí, sé que lo voy a leer. Pero no estoy desesperado por ir a buscarlo a la librería. En algún momento se cruzará conmigo. En un año o dos, o a lo mejor en un mes alguien me lo presta. Pero no formo parte de la desesperación.
¿Y qué pasa con la publicación? Hay una tendencia del mercado literario que pone al frente la urgencia por publicar, en medio de un ecosistema donde las novedades duran cada vez menos. ¿Te alcanza esa presión?
No sé si no me alcanza. Relativicemos: uno siempre quisiera escribir más. Eso viene por default, es estructural. Siempre quisieras haber escrito más. Pero creo que tiene más que ver con una especie de presión biográfica subjetiva de no perder el tiempo, de qué pasa si me muero mañana y escribí solo esto. A ese tipo de presión por ahí soy muchísimo más susceptible. A la presión del mercado no, porque tampoco tengo a nadie que me esté llamando cada dos días pidiéndome un nuevo libro. Un amigo que es artista visual dice que la forma ideal de organizar el tiempo para él es seis meses muy encerrado hacia adentro produciendo obra, y seis meses hacia afuera haciendo circular esa obra, acompañándola, dando entrevistas, presentándose a proyectos. Me parece una buena respiración. Hay algo de sístole y diástole. En su caso tiene una forma anual y en mi caso es más extensa. El momento de estar para adentro, conviviendo con la cotidianeidad de la escritura de un libro, las idas y vueltas, como la propia escritura repercute en tu cuerpo, qué sucede después de una primera aproximación a un tema. Por otro lado está esa idea del Fomo, ¿viste? (Ndr: Fomo es Fear of missing out, miedo a perderse de algo) Uno siempre tiene la idea de que se está perdiendo algo. Es muy fácil dar el pasito a la desesperación de quedarse atrás, de perderse de algo, de que se olviden de vos.
Sería como un Fomo vinculado a la producción.
Sí. No es para nada difícil caer en esos lugares. No soy tan susceptible, pero ahí está la posibilidad.
Si hay algo que has trabajado en buena parte de tu obra es el concepto de la soledad. ¿Cómo se narra la soledad?
No es un tema impuesto a priori, fue apareciendo. Para que la soledad exista tiene que haber un borde, una especie de límite hasta donde llegan los otros. Ese límite siempre me pareció muy tentador para poner en palabras. Hay un lenguaje de lo propio, de ese límite hacia adentro, que me interesa explorar para ver si a algún otro ser humano también le pasa, para ver si podemos expandir los límites de la puesta en común. Porque la soledad me parece una experiencia inherente al ser humano. Lo que pasa es que con la vida contemporánea, por el ritmo de las cosas y las demandas del trabajo, tenemos un nivel de aceleración que hace que pasemos por encima de los momentos de soledad. No los vemos. Y para mí es un territorio fecundo. Es ese lugar donde no hay acceso al otro y donde el otro no tiene acceso a mí, y es bueno ponerle palabras a eso, sobre todo porque también puede ser un lugar terriblemente oscuro. Siempre digo que no es lo mismo la soledad que uno elige que la soledad impuesta. No es lo mismo elegir estar solo que que te dejen solo, o que no puedas tener el tipo de compañía que querés tener. Pero los dos tipos de soledad, una más luminosa y otra que puede ser terriblemente oscura y dolorosa, merecen ser puestas en palabras. Las dos merecen ser compartidas. En ese sentido, el libro me parece el dispositivo ideal.
Es un puente entre soledades.
Sí. También puede impulsar una lectura colectiva, pero también está esta posibilidad: la unión entre un lector solitario y un autor que escribió en soledad. Y la compañía que hay allí.