No sé. La música estuvo siempre, el dibujo también. Pero creo que llegó antes el dibujo. Dibujaba con música y dibujaba para músicos. O dibujaba tapas de discos o me ponía hacer escenografía para Guillermo Peluffo. Él también empezó pintando, tenemos una relación con esto bastante parecida.
¿Se conectan en algún punto ambas disciplinas?
Para mí no hay dibujo sin música. Sí hay música sin dibujo. Cuando empecé a hacer música dibujaba algunas boludeces para Buenos Muchachos y cosas así, pero muy esporádicas. Volví a dibujar cuando me fui a Buenos Aires, en 2005 o 2006. Ahí tengo como algunos baches. Como iba y venía tanto, no me acuerdo qué pasó allá y qué pasó acá. Acá venía a tocar y allá dibujaba. Pintaba casas y en los ratos libres dibujaba.
¿Cuál es el momento en qué sentiste que te tomabas en serio el dibujo?
Antes de tomarme en serio la música, me tomé en serio el dibujo. Yo había estudiado años en el taller de Clever Lara, después con Nelson Ramos, e hice la UTU de dibujo y pintura. Yo quería ser pintor. Pintor de cuadros. Pero no entendía cómo funcionaba. Y cuando apareció la música, el trabajo en equipo me llevó a ese lugar. Empecé a bocetar, colgué los dibujos en un bar, después los saqué, los regalé. Cuando empecé a dibujar en Buenos Aires hice una exposición que se llamó Animales y después paré. Un día, Pablo Ferrajuolo de Chillan las bestias me dijo que quería hacer unas litografías de Quiroga para un libro que había editado. Pudimos ir a ver el taller, me pareció increíble y terminé haciendo un retrato de Quiroga ahí. Hice también ilustraciones para los cuentos Yaguaí y La gallina degollada. Quedé enamorado. Hice diez copias de cada una, después las presenté en Montevideo en Pocitos Libros y me contactaron de la galería Ciudadela. Fui, me dijeron que la cosa estaba difícil, que no se vendía arte, pero la verdad prefería que estuvieran ahí colgadas a tenerlas guardadas en mi casa. Y pasó que se vendieron. Eran dibujos chicos, tenían salida muy rápido y me fue bárbaro con ellos.
Pedro Dalton
Foto: Leonardo Carreño
¿En ese momento tenías algún modelo a seguir?
Cuando entré al taller de Clever Lara el mundo de la plástica se redimensionó y se transformó en una cosa enorme. Todo me afectó. Todas las corrientes tienen grandes exponentes, algunas cosas me gustan más, otras menos, pero en general todas son buenas para mí: lo abstracto, lo figurativo, con tinta, con pluma, con óleo, acrílico, grabado. Fui imitando a todo el mundo para encontrar mi lenguaje. La voz propia viene después. Empecé copiando a Rembrandt, porque en el taller de Clever para practicar tinta china y pluma usábamos sus obras. Era un huevo. Rembrandt es el uno.
¿Rembrandt es tu faro?
Uno de ellos. Y Goya. Goya es imponente. Yo no amaba el arte, pensaba que hablar de pintura era de viejo. Clever me fue mostrando que tenía que aprender a ver, él me enseñó a entender la diferencia que hay entre Van Eyck y Rembrandt. Empezás a ver, a entender, y no se termina. Ambos son ídolos míos hasta hoy. Así como también es un ídolo mío Alberto Breccia, el ilustrador de cómics, que me parece un artista impecable.
¿Cómo se trabaja con textos ajenos, en este caso de Quiroga, Arlt o Baudelaire?
Siento que recién estoy aprendiendo. En el primer libro que salió, que es el de Quiroga, entendí que tenía que hacer una ilustración de cada uno de los catorce cuentos. Cuando empecé con Baudelaire cambió la pelota, porque no podía ilustrar setenta poemas. Lo que pasó fue que encontré riqueza en que no tenía por qué resolver todo en un solo dibujo. Y ya con Arlt apliqué directamente eso: dibujé pensando en pasajes.
En Quiroga hay una materialidad más clara, más imágenes y texturas. Con Baudelaire es más difícil, te abriste más a la abstracción. ¿Cómo te funcionó eso?
Lo que hice en Baudelaire, y no tanto con Quiroga, es que investigué bastante la época, cómo se vestían, las calles de París del siglo XIX, me metí en ese mundo. Después me di cuenta de que si hubiera hecho lo mismo con Quiroga, con la parte de la selva y todo eso, hubiera sido un libro mucho más rico en sus ilustraciones, porque la magia está en ver cómo veían ellos y por qué describían de esa manera. Muchas veces el tema de la ropa jugaba un rol importante, y a mí eso me importa. Todos mis animales están vestidos elegantemente, por ejemplo. Y las caras también son importantes.
La cara de Baudelaire es muy particular. Y la de Quiroga. La de Arlt no está tan clara.
De Arlt hay dos fotos. Quedé sorprendido cuando las vi. Tiene una muy buena cara, igual. Tiene cara de escritor que no vive de la escritura. Porque él era cronista. Y nunca pudo parar ni siquiera para corregir sus cosas, escribía y dejaba. Escribe prácticamente como si estuviera transcribiendo un juicio, de corrido. No tenía tiempo.
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¿Cómo era tu relación con la obra de Baudelaire antes del dibujarlo?
Nunca lo había leído. Me lo propuso Pablo Ferrajuolo para editarlo en Piloto de Tormenta, me dijo "creo que te va a copar". Y lo leí, empecé a coparme, empecé a mirar fotos. Empecé a recordar las películas que había visto, las películas de Vincent Price basadas en Poe, entré en esa imaginería, esas ciudades mugrientas tratando de ser elegantes, ciudades decadentes y oscuras. Baudelaire era súper humanista. Era un maldito pero también re buena gente, con un corazón de oro. Él está del lado de los que merecen respeto.
Si quisieras inaugurar una tradición de libros ilustrados con personajes similares, deberías ir por Poe.
Es el que estoy haciendo ahora. Para eso le pedí ayuda a Martín Fernández, editor de Estuario, porque los cuentos de Poe están desperdigados. Lo que estuvimos buscando y hurgando con los estudiosos de su obra es que hay cuentos que se repiten en varios libros, como una selección natural de sus textos. Hice la selección de los que había a partir de una edición de obras completas que tengo con hojas de biblia, marqué las páginas y empecé a leer. Lo había leído de adolescente y no tenía el recuerdo de la forma en la que aplica las matemáticas en la resolución de los enigmas. La parte detectivesca, más que el horror. Le apasiona, es muy complejo y denota una inteligencia que no sabía que tenía. Lo recordaba más emocional, no tan inteligente en esos aspectos.
Otro personaje con una vida complicada, como Baudelaire y Quiroga.
Es parte de una época también. A mí me gusta esa época. Me divierto dibujándola. Baso mis dibujos actuales, los que no tienen nada que ver con la literatura, en esas épocas también. Me atrae ese mundo por los decorados, los empapelados antiguos, las puertas, los pestillos. Yo camino por la Ciudad Vieja y saco fotos con el celular de puertas, de ventanas, de pestillos.
En ese sentido, ¿qué te parece la estética de la vida de hoy?
Aburridísima. Hoy caminaba por la calle y pensaba: no sé quién está haciendo cosas buenas en arquitectura hoy, seguramente los hay, pero me apabulla ver que encontraron un método y que lo que hay en plaza es todo igual. Están todos con las maderitas en las ventanas, las puertas de los garajes con líneas verticales de hierro, todo igual. Nada tiene personalidad. Es feo. Las cosas nuevas que veo, por más ostentosas que sean, no me parecen agradables. Y después hay cosas re locas, carísimas y para unos pocos. Pero están destruyendo barrios transformándolos en lugares absolutamente anónimos. Por la plata. Todo bien, son fuentes de trabajo. ¿Pero no se le puede poner un poco de onda? Falta carácter. Y está saliendo carísimo eso. Vamos a tener una ciudad a la que nadie va a querer venir. Por qué, ¿A ver qué? ¿Cuándo vas a Europa qué vas a ver? ¡El patrimonio cultural que tiene!
Pienso que en esa búsqueda de imágenes en internet que hacés para tus dibujos hoy tenés muchas chances de cruzarte con imágenes creadas con inteligencia artificial. ¿Te preocupa su incidencia en el arte?
Es como todo. Cuando está bien usado, me rinde. Cuando está mal usado, es como que esté hecho mal y a mano. Si no me gusta, no me gusta. También pasa que las cosas se repiten tanto que empieza a ser siempre lo mismo. Eso aburre. Nosotros hicimos un video de Chillan las bestias con IA y me gustó. Me parece que era interesante probarlo, pero sé que más adelante me va a aburrir. Estuvo bueno hacerlo ahí porque dentro de cinco meses va a ser un embole. Pero bueno, el planeta viene en decadencia hace miles de años, así que no es de ahora y por esto. Yo me cago de risa. Para mí, que exista todo. Yo no lo uso y listo.
¿Sos muy fetichista de los materiales?
Sí, obvio. Me gusta tocarlos, tenerlos. Los compro en Tristán Narvaja, en casas de antigüedades. Tengo un arsenal de plumas. Ahora conseguí una marca nueva internacional. Estoy deseando que lleguen, porque me mandé a traer unos plumines muy finitos niquelados, que logran un trazo muy fino. Necesito saber si logro conseguir esa línea fina. Le presto mucha atención al tema. El otro día comentaba con mi profe de canto que hoy en día grabar es una pavada. Le ponés un micrófono a la interfaz, o como se llame, y te grabás un disco entero. Entiendo la practicidad, pero a mí lo que me gusta de grabar son las perillas, los canales, las luces, los micros, todo eso es grabar. Y creo que puedo emocionarme tanto con un solo micrófono como con la otra situación, pero igual: necesito lo otro. Si no, no tiene gracia. Si no, me quedo en mi casa. Y con el dibujo me pasa lo mismo. Porque además el dibujo que yo hago lo puede hacer cualquiera, por eso tengo que disfrutar el proceso. Tengo el privilegio de poder vender, pero en realidad si no vendiera lo haría igual. Porque me gusta. ¿Y cómo me gusta hacerlo? Con pluma, tinta china, el frasquito, la lámpara, la hoja con determinada textura. Así me gusta.