Una ruta. Larga, larguísima, eterna. Una ruta que se pierde en el desierto, entre subidas y bajadas, como una versión extrema del Puente de la Barra. Un auto que la recorre con el motor rugiendo al límite y el cuentakilómetros rebotando en el límite superior. Va como un carro de montaña rusa. Tensión, adrenalina, miedo, felicidad. Todo mezclado. Una de las secuencias climáticas de la película Una batalla tras otra es el mejor resumen de la experiencia que se vive al verla.
La película, que se estrenó en Uruguay el pasado jueves y apunta a ser una de las jugadoras fuertes de los Oscar del año que viene, llegaba precedida por dos factores que podían resultar atractivos para el público.
Por un lado, el más “masivo”: el papel protagónico en manos de Leonardo DiCaprio, uno de los actores que todavía siguen poniendo gente en las butacas solo con su nombre y que hoy se cuentan con los dedos de una mano (y hasta capaz sobra algún dedo).
Por otro, un dato que quizás le importa sobre todo a la gente que va a ir a verla a Cinemateca: es la película más reciente del cineasta Paul Thomas Anderson, otro representante de una especie en riesgo, la del director-autor, que en un Hollywood cada vez más corporativo tiene poco margen de acción si, como en el caso de Anderson, las inversiones en sus proyectos no suelen tener una retribución del mismo calibre en taquilla.
Embed - Una batalla tras otra | Tráiler oficial | Doblado
Anderson, director de Magnolia, Petróleo sangriento y El hilo fantasma, y un hombre que parece incapaz de hacer algo que no ronde la categoría “obra maestra”, trae con Una batalla tras otra una de sus épicas que juntan el drama familiar, la comedia absurda, los vistazos al costado menos amable de Estados Unidos y la presencia de un protagonista que se siente de alguna manera como una persona fuera de época y que no puede tener una vida ordenada.
Eso le pasa a Bob Ferguson, el personaje de DiCaprio en esta historia. Pero le lleva un rato llegar ahí.
Cualquier parecido con la realidad (no) es pura coincidencia
Adaptación libre de la novela Vineland del elusivo autor estadounidense Thomas Pynchon, Una batalla tras otra empieza en un escenario que no es demasiado distante a algunas escenas que por estos meses se ven allá en el norte: las fuerzas policiales y militares capturan y encierran a inmigrantes ilegales. Contra esas acciones del gobierno actúa el grupo revolucionario French 75, que también comete actos de sabotaje y asalto contra bancos, servicios públicos y políticos antiaborto.
Uno de sus miembros es Ghetto Pat (DiCaprio), que entabla un fogoso vínculo con su correligionaria Perfidia (Teyana Taylor). Por otra parte, el capitán Steven Lockjaw (Sean Penn), uno de los responsables de la persecución contra los inmigrantes, desarrolla una obsesión (en más de un sentido) con ella. La caída de Perfidia a manos de la policía marca tanto la debacle del French 75 como la necesidad de Pat de huir y empezar una nueva vida en la clandestinidad junto a la hija de ambos.
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Salto a 16 años después: el mundo sigue igual, pero Pat ahora se llama Bob Ferguson, su hija se llama Willa, y ambos son residentes de Baktan Cross, una localidad que funciona como santuario para los inmigrantes ilegales. Bob cambió las latas de pólvora por las de cerveza y ya no usa su encendedor más que para prender pipas y porros. La marihuana lo tiene tan paranoico como sedado, todo el día tirado en su sillón viendo películas viejas en un outfit con reminiscencias al Dude de El gran Lebowski.
Pero el pasado toca (o más bien revienta) la puerta cuando Lockjaw, con ganas de entrar a una logia secreta de supremacistas blancos, viaja a Baktan Cross con una excusa abajo del brazo y un rifle en la mano para borrar algunas huellas de su pasado que le conviene que sus nuevos amigotes no conozcan.
Leonardo DiCaprio, el único héroe en este lío
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La persecución demencial que empieza con la llegada de las tropas de Lockjaw a Baktan Cross no escasea en acción hermosamente filmada (como es costumbre en el cine de Anderson), un pulso implacable de thriller y unas pinceladas magistrales de comedia. También la película se permite ir a la ternura más cálida, en una historia sin héroes claros, donde todos tienen sus defectos, sus momentos de patetismo y nadie está libre de pecado, y donde hasta incluso el mote de “protagonista” puede ser adjudicado a varios personajes.
Si bien Bob Ferguson parece a priori ser el centro de la historia, en su intento de reunirse con Willa luego de que los dos empiezan por separado su fuga, de a poco queda claro que la adolescente también está ante un viaje de maduración y descubrimiento; pero también el capitán Lockjaw, tan siniestro como lamentable, tiene un recorrido que involucra al espectador en su destino.
Más allá de esa dispersión, sin embargo, Una batalla tras otra jamás pierde el foco de sus temas y su relato. El centro de todo es el vínculo padre-hija de Bob y Willa, la carrera de ese padre para recuperar a su niña (una carrera accidentada para un hombre que lejos está de ser un personaje de Liam Neeson), pero también la cuestión de traer hijos a un mundo tan caótico y deprimente como este, y qué se les transmite una vez que uno tomó esa decisión.
El foco tampoco se pierde por el ritmo magistral de la película, que a pesar de una duración que puede ser intimidante en la previa —dos horas cuarenta—, se siente como mucho más corta.
A eso también ayuda el universo peculiar que crea Anderson, con tropas de skaters-ninjas, las peculiares reuniones de la secta supremacista, la demente burocracia de los French 75 y los memorables escenarios donde transcurre esta saga, desde un convento en las montañas californianas hasta un dojo de artes marciales.
Pero esos escenarios no sería nada sin los personajes que los habitan. DiCaprio confirma que es uno de los mejores actores de Hollywood con este padre atolondrado y falopero, tan sobrepasado por la situación como implacable en su intención de proteger a su hija, un hombre vencido por el paso del tiempo. DiCaprio “vende” todo eso, y encima regala algunos picos de comedia en sus interacciones con sus viejos camaradas revolucionarios que bien valen por sí mismos el precio de la entrada.
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Sean Penn se luce en su rol, con un personaje muy físico, tan peculiar en su andar como en sus gestos faciales, feroz, patético y solitario a partes iguales. Chase Infiniti, la actriz debutante que encarna a Willa, es todo un descubrimiento y una personalidad magnética en pantalla —Paul Thomas Anderson, que desarrolló este largometraje durante años, dijo que la película estaba esperando a que la actriz de 24 años naciera y llegara a la edad necesaria para el papel—, y la ronda de aplausos cierra con el sensei Sergio, interpretado por Benicio del Toro, un líder comunitario y maestro de artes marciales que es un ser de luz en medio de la vorágine.
Una batalla tras otra es, a esta altura del 2025, una de las mejores películas del año. Un western semi distópico y con un corazón palpitante en medio de la acción, los tiros y las correrías frenéticas de sus personajes, que es el amor filial. Una película que removerá los corazones de los espectadores que sean padres o madres, pero que no hace distinciones al momento de trasmitir su magia. Es una ruta que vale la pena recorrer.