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31 de agosto 2024 - 5:00hs

A Gómez lo internaron el lunes. Unas horas después estaba en la calle, como en los últimos 15 años de su vida. La panadera le arrimó unos bizcochos de ayer, la señora que vende café le convidó un americano bien cargado, y la vecina de la ventana de rejas blancas lo saludó como es rutina: “¿Cómo anda, don Gómez?”.

Gómez es uno de los diez apellidos más repetidos en las guías telefónicas de Uruguay. Pero Gómez —este hombre de 76 años que durante las noches grita por el delirio que le produce el alcohol— no es uno más. Para la estadística oficial es una de las primeras personas que vive en la calle que fue derivada a una mutualista a la fuerza, desde que esta semana empezó a regir la internación compulsiva. Para los vecinos de las tres cuadras a la redonda por las que se pasea este reconocible veterano, es parte de la identidad de su paisaje urbano. Es su identidad. Es Gómez.

La poetiza Zelda ya lo decía:

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Todo hombre tiene un nombre / que Dios le dio / que sus padres le dieron.

Es un rara avis que se ha acoplado al vecindario —el mismo en que dice haber habitado previo a su jubilación— con una naturalidad que no suele repetirse en los sin techo. Hasta el Ministerio de Desarrollo Social, que lo tenía relojeado desde “hace años” y que lo ha intentado convencer muchísimas veces para que duerma en un refugio, parecía haberse acostumbrado. Hasta que una llamada bañó a la rutina de realidad.

—Gómez no anda bien.

Se le habían juntado algunos días sin comer y estaba más flaco que de costumbre. Por las noches vociferaba con más delirio que nunca. Caía rendido sobre la baldosas sin abrigarse, pese a la edad y el invierno. Cada vez olía peor. En la parroquia de la zona intentaron bañarlo, pero las éscaras de las piernas no le dejaban quitarse el pantalón agujereado. Y un médico tomó la decisión: debía ser hospitalizado.

Gómez no quería, pero tampoco tuvo fuerzas para desplegar resistencia. Lo llevaron el lunes a la emergencia de la mutualista privada de la que es socio —sí, hay hombres de la calle que pagaron sus impuestos y son parte del Fonasa—, lo evaluaron (ya no el médico de la calle, sino del prestador), pidió irse, y lo dejaron libre.

Todo hombre tiene un nombre / que su altura y su sonrisa le dieron / que sus vestiduras le dieron.

“La internación no es la solución, porque lo importante es que pasa el día después de la hospitalización”. A la catedrática de Psiquiatría Sandra Romano, el debate —y el chisporroteo mediático— sobre la nueva ley internación compulsiva le parece estéril. “Porque la internación involuntaria ya existía desde antes y, en la práctica, el partido se juega en qué atención y rehabilitación a largo plazo se les ofrece a las personas”.

El temporal de Santa Rosa, pronosticado para este viernes y sábado, amenaza con poner la vida de Gómez en peligro. El equipo de salud mental del Ministerio de Desarrollo Social va en su búsqueda otra vez. La internación compulsiva fracasó y ahora intentan convencer al hombre a que acceda a trasladarse a un centro cerca de su barrio y “más amigable” que un hospital.

Todo hombre tiene un nombre / que las montañas le dieron / que sus murallas le dieron.

El paradigma cambió. Hubo un tiempo en que la sociedad apartaba a quienes no quería ver. Los encerraba tras los muros de loqueros, que luego fueron manicomios, que más tarde se llamaron hospitales monovalentes. O en colonias psiquiátricas, bien lejos de la vista del resto de los mortales. Como si el ocultar y excluir limpiara culpas y enmendara el horror.

Ahora —un ahora que tiene más de tres décadas, que incluye una norma tras la salida de la dictadura, una convención en Caracas, una nueva ley de salud mental, y una convicción de que la discapacidad no es solo del sujeto sino de los apoyos que les da, o no, su sociedad— los Gómez “son parte de lo que la sociedad tiene que hacerse cargo y buscar la forma de integrarlos a la comunidad”. La psiquiatra Romano no lo duda: “Pese a que no hay consenso entre los psiquiatras, la experiencia internacional muestra que las internaciones deben darse en unidades especializadas dentro de sanatorios generales, y deben plantearse residencias con acompañamientos, hospitales de día, casas de medio camino”.

Y es entonces que al Estado lo interpela el propio estado de las cosas. En menos de una semana de internación compulsiva, fueron hospitalizadas 11 personas. Más de la mitad volvió a la calle menos de 24 horas después (incluyendo un enfermo respiratorio que fue compensado y medicado).

“La internación compulsiva nos habilita el traslado. Los hospitales, sin embargo, no tienen los mecanismos para retener a la gente si se quiere ir. No es viable poner un policía custodiando a cada persona. Lo ideal sería que esté internado el tiempo que los médicos lo consideren y una vez dada el alta, Salud Mental del Mides coordina la respuesta, la derivación a una casa de medio camino, a un acompañamiento”. La directora nacional de Protección Social, Fernanda Auersperg, no oculta el desafío. Pero dice que “mucho antes de la ley de internación compulsiva se viene construyendo una red de atención comunitaria”.

Todo hombre tiene un nombre / que el zodíaco le dio / que sus vecinos le dieron.

La señora que vende café sabe poco de Gómez. Jamás pudo corroborar si es verdad que el hombre fue jugador de Danubio, como dice haber sido, o que tuvo su “buen pasar” hasta que el alcohol, sumado a otras patologías de salud mental, lo fue marginando por varios gobiernos.

En Uruguay se cuentan con los dedos de una sola mano los prestadores de salud que tienen un sanatorio propio con espacio destinado a salud mental. La ley aprobada en 2017 lo establecía, pero jamás se reglamentó.

“Estamos todos de acuerdo en que los manicomios, como se les llamaba, tienen que cerrar. Pero se aprobó una ley con letra muerta: sin presupuesto ni nada”. Auersperg critica el tiempo que Uruguay perdió.

La psiquiatra Romano, en cambio, prefiere alejarse del ruido político de unos contra otros, o de si la internación compulsiva es solo un maquillaje para que los vecinos no vena por un ratito a aquellos marginados que al rato volverán a la calle sin una solución.

“Porque es sencillo: en Argentina un estudio mostró que el costo de atender a una persona en el viejo modelo es mucho más caro que bajo el nuevo paradigma, pero para eso hay que invertir en la transición”.

Todo hombre tiene un nombre / que sus pecados le dieron / que sus deseos le dieron.

Gómez quiere que lo dejen en su barrio, con sus afectos visuales. Con los bizcochos de la panadería, le banquito en la puerta de la ferretería, el saludo de la vecina.

¿Tiene derecho? ¿Quién debe velar porque Gómez no ponga en riesgo su vida? ¿Y si pone en riesgo a los demás? ¿El Estado está preparado para garantizar la recuperación? ¿Para la dignidad humana? ¿Para hacer frente a los Gómez del país (de los internados a prepo, nueve eran de Montevideo, uno de Durazno y otro de Treinta y Tres)?

Los Gómez —y los otros tantos cuyo nombre se desconocen— interpelan.

Todo hombre tiene un nombre / que el mar le dio / que su muerte le dio.

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