Un hombre llega corriendo a la escuela de Las Higueras, un barrio de la capital de Durazno que, de tan nuevo, muchos le siguen llamando “El Realojo”. Toma aire tras la corrida y con la fuerza que le queda grita:
—¡Cierren la escuela más temprano, porque en un rato se van a cagar a tiros!
El “rato” son unas pocas horas y entonces repiquetean las balas. Muchos son tiros al aire, con un sonido que, con el correr del tiempo, se fue haciendo costumbre para los vecinos del departamento más céntrico de Uruguay.
Después —meses después— otro joven llega a la misma escuela y no grita. Trata de pasar desapercibido. Pide que lo dejen entrar, que lo vienen persiguiendo, que se quiere escapar por la puerta del fondo.
Más tarde vino un aparente silencio. Dejaron de meterse con la escuela. Algunos padres de alumnos cayeron presos. A otros los mataron. Pero la paz, la verdadera paz, está lejos de llegar. En Durazno los heridos de bala y los homicidios se dan a un ritmo que no condice con su geografía.
En menos de lo que dura un embarazo a término, Durazno ya superó este 2025 la cantidad de homicidios que había registrado en el récord de 2023. Eso —en una población que apenas sobrepasa los 62.000 habitantes, de los cuales dos tercios viven en su capital— los convierte en el departamento con mayor tasa de violencia letal.
En números: Montevideo, que concentra a más de la mitad de los asesinatos del país y cuenta con la cárcel más poblada, viene teniendo este año 12 homicidios cada 100.000 habitantes. En Durazno trepa a 16 cada 100.000.
Y en los últimos tres años, Durazno es, en promedio, el departamento con mayor tasa de delitos vinculados a armas de fuego (duplica a Montevideo y Maldonado).
¿Cómo se explica que en el centro de Uruguay, alejado de las fronteras y los puertos, haya tamaña violencia? La Policía viene siguiendo —y ya ha atrapado a varios integrantes— de dos grupos criminales cuya rivalidad va más allá de la puja territorial.
Entre “Los Boris” (en nombre del líder preso Boris Oliveira) y “Los Muñoz” (por el apellido de uno de los uruguayos que se asoció con un dominicano) hay “sed de venganza”. Esa es la manera en que los investigadores explican el nivel de violencia de grupos que, a priori, están más cerca del microtráfico que del “gran narco”. Manejan armas, dinero (este mismo año en uno de los allanamientos una de las bandas perdió más de un millón de pesos) y drogas que se coordinan desde la cárcel de Montevideo. Pero sobre todo tienen un prontuario de que uno mató a la madre de Fulano, entonces se la fueron a dar, y como una bola de nieve fue instalándose la ley del “ojo por ojo”.
Los tatuajes de muchos de quienes caen presos lo expresan: “Desde el cielo me guiás”. No es una frase con connotación religiosa (más allá del concepto celestial), sino un recordatorio del familiar muerto a quien hay que vengar. Al precio que sea.
No son los únicos grupos criminales del departamento. La Policía sabe de al menos cinco. Pero estos dos son los que han manifestado mayor violencia y, tras el asesinato este año de la madre de uno los líderes presos, hubo un empuje de la crueldad.
En un momento hasta la Unidad de Víctimas de Fiscalía intentó realojar a un hombre cuya vida corría peligro. Pero se comprobó el vínculo directo a una de las bandas y, por protocolo, no se actuó.
El Ministerio del Interior (como lo habían pedido las autoridades departamentales en el período pasado) quiere instalar una unidad de la Guardia Republicana en el centro del país. Y Durazno parece ser el lugar a priorizar.
Esa especie de fuerza de choque, que muchas veces actúa con uniformados camuflados y llegados de distintos lados del país, evita la presión que puede recaer sobre los policías locales en un pueblo donde “todos se conocen”.
Pero hay otra razón. Más allá de la violencia letal concentrada en el pequeño espacio que quedó entre la vieja y la nueva ruta 14, la capital del departamento está atravesada por la ruta 5, una de las principales arterias si se quiere mover droga o armas desde Montevideo a Brasil (o viceversa) pasando por la frontera seca de Rivera.
El politólogo Juan Pablo Luna ya lo viene advirtiendo en distintas entrevistas: el control de esa ruta puede ser protagónico teniendo en cuenta la magnitud del mercado brasileño.
La Policía todavía no encuentra una conexión directa entre los pequeños grupos duraznenses y las bandas brasileñas de mayor porte como el PCC (Primer Comando Capital). Pero no descartan que incluso los pequeños clanes familiares tercericen servicios como también lo haga alguna fracción en Montevideo.
La génesis de la violencia no tiene una fecha precisa. Algunos dicen que se dio por casualidad acorde se incrementó el consumo problemático de drogas y la mayor presencia de armas. Otros hablan de la cárcel local —que recibió a presos de otros departamentos— como una “verdadera escuelita del crimen”.
Unos presos les fueron enseñando a los lugareños. Las familias se vieron tentadas por oportunidades sin medir costos. Algunas visitas se acercaron a los barrios de la zona para no viajar desde tan lejos y así fue creciendo un entramado que, sin haber grandes narcos, sacudió por los niveles de violencia.
En Rivera, más allá de las particularidades que tiene la frontera y ahí sí la presencia de grupos de otros países, alrededor de la cárcel de Carancho terminó habiendo un barrio fundado por muchos familiares que iban a visitar a los presos. Y es hoy una de las zonas más calientes de ese departamento.
En la escuela de tiempo completo el ambiente parece tranquilo. En la zona no. Va más de un homicidio por mes en un lugar que, por su tamaño, equivale a que en Montevideo haya un asesinato por día.