Espectáculos y Cultura > Entrevista Federico Ivanier

"Puedo hacer otras cosas para llegar a fin de mes, pero soy quien soy porque escribo"

El autor, que acaba de publicar la novela Nunca digas tu nombre, reflexiona sobre la competencia, los prejuicios hacia la literatura juvenil y su conexión con el lector
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01 de septiembre de 2020 a las 05:00

En 2013, Federico Ivanier se tuvo que sacar el pasaporte. Hacía tiempo que venía coqueteando con la situación, lo pensaba y lo volvía a pensar, pero en ese momento se decidió: cuando le preguntaron por su profesión, dijo “escritor”. No usó el “sociólogo” o el “profesor” que otra veces lo habían sacado del paso; abrazó de manera oficial una manera de entender el mundo que siente como propia desde la pre adolescencia, y lo hizo poniendo todos sus libros publicados frente al escritorio de la empleada que le tomaba los datos. Por las dudas, recuerda. Por si alguien no le creía. 

Siete años después, Ivanier (47) está de estreno. Y se sigue considerando un escritor. Su última novela, Nunca digas tu nombre (Criatura, $460), llegó a librerías hace algunas semanas y ha tenido una larga –y merecida– exposición en los medios. La historia es una aventura que sucede en ocho horas, que se basa en una experiencia propia y que juega de manera hipnótica con la segunda persona, un recurso tan inusual como provocador. Asociado generalmente a la literatura infantil y juvenil –su Martina Valiente, por ejemplo, ya es todo un ícono literario nacional– Ivanier prescinde de las etiquetas en esta novela que pueden leer tanto adolescentes, como adultos. Porque el placer que genera y su trama, que el autor dice haber pensado y trabajado con precisión milimétrica, no conoce de edades ni prejuicios. 

¿Cómo sigue el recorrido de los libros una vez que se publican? ¿Es de fijarse en qué lugar están en las librerías y cosas así?

Con los primeros libros sí. El mercado, además, estaba distinto, entonces era más fácil que los libros tuvieran visibilidad, que quedaran más tiempo en las vidrieras. Nunca fui, de todos modos, de andar preguntando por ellos en las librerías, o de acomodarlos en el estante o una mesa. Si estaban, estaban, y si no estaban, no estaban.

¿Ni siquiera tenía el impulso de hacerlo?

El impulso está siempre, pero me moriría de vergüenza. No tocaría jamás un libro mío en la librería. Incluso hoy, que el mercado ha cambiado, hay una cantidad enorme de novedades, los espacios se han reducido y no siempre tu libro tiene mucha visibilidad. Y por eso he tratado en los últimos años de no pasar por las librerías para no preocuparme.

¿Estos cambios en el mercado han cambiado sus concepciones sobre las estrategias a tomar cuando se publica un libro?

Soy muy malo con las estrategias de venta y siempre estoy muy atrás de lo que se está haciendo hoy. Sin embargo, para este libro sí hicimos un trabajo de visibilidad importante. Lo que sucede es que con las redes sociales nos terminamos de engañar y no hacemos una campaña como se tiene que hacer, que es a través de los medios y las presentaciones. Si bien ese espacio sigue existiendo, está claro que las ventas de todos los autores uruguayos de literatura infantil y juvenil se han resentido en el último período, y creo que tiene que ver con que antes la gente lograba ubicar al libro rápidamente por que se enteraba a través de esos canales.

¿Esa es la razón, entonces, por lo que las ventas han bajado? ¿Cuánto influye la competencia con, entre otras cosas, las pantallas?

En realidad no me animaría a afirmar que se venden menos libros. De hecho, no tenemos ningún estudio que nos diga cuántos se venden, quiénes los leen, dónde los compra la gente, qué interesa. No hay ninguna evidencia científica de nada, pero tenemos impresiones. A lo que me refiero cuando digo que las ventas se han resentido, es a que nos enfrentamos a una competencia contra la que es muy difícil luchar. No por la calidad de nuestros textos, sino por un sistema de venta que funciona, que importa libros y los rodea de una cantidad de plata que acá no tenemos. Me pasó a mí con Música de Vampyros, un libro que iba a publicar en el momento en que la saga de Crepúsculo ya estaba acá, pero que todavía no era el fenómeno que terminó siendo. Mi libro además era muy distinto, solo tenía en común que había vampiros. Cuando estaba por entrar a imprenta, me dicen que no podían sacar el libro porque estaba por llegar la película. Que Estados Unidos se quería hacer una estrategia en conjunto con la editorial y que le habían dado muchísima plata para promocionar la saga. Y desde la editorial me dijeron que si mi libro se publicaba en ese momento, iba a quedar sepultado por toda ese marketing. Crepúsculo, que para ese entonces había vendido 400 ejemplares en un año, vendió diez mil en un mes. Diez mil libros en un mes acá es una fortuna, y contra eso no podés luchar jamás. Por eso en Uruguay competimos de igual a desigual. Texto a texto no tenemos problemas, pero perdemos porque no tenemos los medios para promocionarnos frente a esa estructura armada que viene desde afuera. Por eso acá nos jugamos a que la gente se entere de que el libro salió. Y por eso es difícil también plantearse económicamente ser escritor profesional.

¿Escribir para adolescentes y niños tiene una cuota de responsabilidad mayor que escribir para adultos?

No lo siento así; confío mucho en el lector y en sus posibilidades. Que tenga menos experiencia vital que yo no quiere decir que no pueda entender ideas complejas si encuentro la manera de ponerlas a su alcance. En la literatura siempre estás buscando eso, y siempre el lector es un desafío. La literatura infantil y juvenil, además, está cargada de un montón de fantasías y prejuicios: que los niños no leen, que les gusta esto y no lo otro, que tenés que intervenir en lo que leen o alcanza que lean aunque sea cualquier cosa. Desde un comienzo escribí porque lo quería hacer y elegí ese público de once o doce años en adelante porque creo que intelectualmente son imponentes y porque me conectaba con el lector que fui a esa edad. Para mí esa etapa fue fermental, definió quién soy. Reconectar con quien fui, pensar cómo los libros me acompañaron y poder producir cosas que acompañen a otros adolescentes ahora me funcionó.

Eso es cierto: los libros que lees en la adolescencia son los que te acompañan siempre.

Eso me pasa mucho con Martina Valiente. Lectores que hoy tienen veintipico me mandan fotos de la vieja edición de Alfaguara y siguen recordando la historia. Es divino que los haya atravesado así, que los haya acompañado, que siga siendo un recuerdo válido. De alguna manera, cuando escribís un libro establecés un diálogo con alguien aunque nunca te veas cara a cara. Y es un diálogo íntimo, incluso si no sabés lo que el otro tiene para decir. Es un diálogo abierto, y no siento una responsabilidad sobre él, pero sí un gran deseo de compartir, de que ese libro signifique algo para el otro, que le ensanche su mundo. No es una responsabilidad; es un fuego que tengo intacto desde que me imaginé por primera vez como escritor. Me podré enojar por el mercado, pero es secundario a esa pasión que siempre ha estado ahí. Puedo hacer otras cosas para ganarme la vida o llegar a fin de mes, pero yo soy quien soy porque escribo.

¿Cómo recuerda su infancia y adolescencia lectora?

Mi madre era maestra destituida en la dictadura. Y en ese momento de extrema represión, miedo y donde la palabra era peligrosa, me dio libros. Mi padre también; él me regalaba libros de Ásterix, que si lo pensás es sobre una aldea que resistía, chiquita, ante el invasor, que era un poco el juego que tenías que hacer en dictadura: encontrar tu aldea y resistir. Porque de hecho hasta hablar era peligroso. Y estaba coexistiendo un sistema de tortura y violación a los derechos humanos que tenía que ver justamente con la palabra del otro. Desde ahí, los libros se constituyeron en algo muy significativo, no eran para mí un simple lugar de escape. Nunca los vi así, al contrario; los veo como una revinculación con la realidad. Y así funcionaron. Mi madre me compraba un libro por mes y me llevaba a bibliotecas. Y en la adolescencia empecé a canjear libros y a consumir lo que había en Tristán Narvaja. Recuerdo con mucho amor ciertos libros, leí mucho a Stephen King, Ray Bradbury. Me gustaba lo terrorífico, lo fantástico, la ciencia ficción.

En esa etapa el vínculo con los libros es especialmente fuerte.

Sí. En la adolescencia buscás una conexión con el mundo, entender lo que te pasa a vos y a tu alrededor, buscás algo que los libros te dan. El lector adulto también busca, pero lo hace desde un lugar mucho más intelectual, creo que un poco menos apasionado. Eso no quiere decir que sea un mal lugar, porque la experiencia se va acumulando. Es como el amor; nunca volvés a enamorarte de la manera en que lo hacés en la adolescencia.

En Nunca digas tu nombre escribió la historia en segunda persona. ¿Cómo fue aproximarse a esa manera de narrar tan inusual?

Está buenísimo el poder de la segunda persona. No creo que se sostenga en cualquier novela, ni tampoco en una novela larga. Creo que necesita de una novela breve, o ser una parte de la historia, porque puede resultar agotador. Acá sabía que la segunda persona era potente y fue una delicia recorrerla y viajar con ella. Tenía que ser muy precisa, tenía que pensar cada coma y palabra. Ahora la novela va a salir en México y me pidieron que por cómo queda maquetada agregue cosas, algo que nunca me pasó. Estoy sufriendo porque el texto estaba cerrado, estoy muy seguro de todo lo que está ahí escrito, de su ritmo, de su respiración. Ha sido un proceso complejo.

La segunda persona te acerca al lector de manera poderosa. ¿Qué tan cerca se ha sentido a lo largo de su carrera?

Todo lo cerca que pude estar. Nunca me guardo nada, nunca estoy en pose. Para mal o para bien, con las virtudes o defectos que tenga, todo lo que tengo lo pongo en mi escritura. Hay ciertas novelas que te piden más, esta me pedía muchísimo. Nunca fui tan cuidadoso como en Nunca digas tu nombre, y por eso mi deseo es que se pegue a la piel del lector.

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