Hubo un momento, imposible de definir con exactitud, que los inmigrantes de países en guerra o empobrecidos no solo aumentaron sino que comenzaron a elegir otras rutas hacia las naciones más ricas.
La geopolítica es como un castillo de cartas, se mueve una y se mueven todas. El líder libio Muamar Gadaffi era una especie de "aliado" de Europa para evitar que miles de migrantes provenientes de África y Medio Oriente se colaran en las fronteras de la Unión Europea. Pero Gadaffi es historia.
Luego de la Primavera Árabe, las costas libias se llenaron de inmigrantes. A esto se suman las constantes noticias de pateras repletas de inmigrantes que se hundieron en el Mediterráneo, convertido desde hace años en tumba de inmigrantes.
Fue así que quienes escapan a la guerra, las purgas religiosas o la pobreza, comenzaron a elegir rutas terrestres hacia la esperanza. En el primer semestre del año unas 79.000 personas cruzaron desde Turquía a Grecia para seguir hacia los países prósperos del norte, según Fontex, agencia que controla las fronteras europeas. Los migrantes dicen que la de los Balcanes es la ruta más económica; cuesta entre US$ 1.000 y US$ 4.000 según la calaña del contrabandista de turno.
La mayoría de los refugiados que intentan ingresar a Europa por este país provienen de Siria, afectada por una guerra que cumple cuatro años y que costó la vida ya a más de 250.000 personas.
Turquía está desbordad de refugiados y según la ONU, el año terminará con más de 1.9 millones personas en esa situación.La mayoría de los migrantes llegan con Turquía como trampolín hacia Alemania u otros países desarrollados.
La siguiente parada de los migrantes suele ser Grecia. Llegan desde la costa turca vía alguna de sus islas, como Lesbos o Kos, a las que viajan en botes rudimentarios o nadando con chalecos salvavidas.
Autoridades griegas han confirmado que en el primer semestre de 2015 se quintuplicó el número de migrantes. Grecia les da papeles, pero son muy pocos los que quieren quedarse.
El viaje continúa generalmente en ómnibus y la siguiente parada es la frontera con Macedonia.
Los migrantes suelen cruzar esta frontera caminando, a través de Gevgelija, pueblo al sur de Macedonia que se vio en la portada de las malas noticias.
Pueden estar ahí cuatro días, pero la mayoría se toman antes un tren o un ómnibus a la frontera con Serbia.
Una periodista de AFP relató en su diario de viaje el esfuerzo físico y el agotamiento al que deben someterse en este tramo del viaje.
Los migrantes suelen caminar los últimos kilómetros hasta el poblado serbio de Tabanovce. Marchan bajo "cualquier clima, atravesando montañas y vadeando ríos, a veces sin comida ni agua durante días; los desafíos son inmensos. El agotamiento, el dolor y el hambre se cobran su precio físico y psicológicos sobre los migrantes", dice un reciente informe de Amnistía Internacional.
En Serbia son conducidos en ómnibus a campos de recibida en la frontera con Macedonia y son registrados en la ciudad de Presevo, donde se les habilita a viajar hacia Hungría en no más de tres días. Los que tienen dinero van en taxi o buses y los más pobres en trenes o caminando por las vías del tren
Miles pasan las noches al descubierto, en los parques o puentes de la ciudad.
Hasta hace poco la frontera con Hungría no tenía escollos físicos pero el gobierno está construyendo una pared de más de cuatro metros y se han instalado alambres de púas.
Una vez que son registrados por las autoridades, viajan gratis en tren a alguno de los centros de refugiados que se han instalado.
Los que no quieren ir a un campamento de refugiados toman trenes hacia Austria o Alemania. Unos 70 migrantes murieron en manos de traficantes de personas, ahogados en un camión que fue abandonado en una carretera austríaca.
Alemania ha recibido a los migrantes, pero allí deben buscar vivienda y trabajo, aunque muchos van a centros de acogida donde se les provee de documentación y salud.
"Abandonamos nuestros países para huir de la opresión pero en el camino nos damos cuenta de que hemos perdido toda nuestra dignidad y humanidad", dijo a AFP Mohamed, un ex estudiante proveniente de la ciudad siria de Homs, al bajar de un autobús en Belgrado.
"Aquí somos como fantasmas", explicó Ahmed, un iraquí de 27 años, padre de un pequeño de cuatro meses. Antes de emprender su camino hacia Europa con su esposa Alia vendió su tienda de ropa en Bagdad.
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