Se apoyan mutuamente en cada campaña electoral. Es frecuente verlos juntos, abrazados y sonrientes. En las fotos siempre muestran una actitud ganadora. Ambos jefes de partido ganaron protagonismo político durante las crisis de sus países. Uno de ello, llegó muy lejos, al puesto de primer ministro; el otro, desde una dura prédica contra los políticos tradicionales, se convirtió en diputado y fue ganando terreno en varios gobiernos locales.
Pero esa idílica postal para cualquier líder parece haber llegado a su fin para Alexis Tsipras, primer ministro de Grecia y número uno de Syriza, y el legislador español Pablo Iglesias, el principal referente de Podemos, que sufrieron un duro revés en las elecciones europeas y en comicios de sus respectivos países, realizados en simultáneo el domingo pasado.
Dos referentes de una izquierda europea radical que fueron ganando fuerza y visibilidad por el enojo ciudadano que despertó la crisis, particularmente en los países del Mediterráneo, pero que hoy están en declive.
Ninguno de los ellos esperaba que los resultados dejaran mal parados a sus partidos de izquierda radical, luego de haber vivido ascensos notorios en el tablero político europeo de los últimos tiempos.
Ambos comparten puntos estratégicos en sus programas, como acabar con la austeridad, renegociar la deuda o condicionar el pago para poder inyectar más fondos a la economía, subir los impuestos a los sectores más pudientes, nacionalizar empresas y la banca, crear más puestos públicos y salirse de la OTAN.
Pero estos partidos se diferencian en muchos aspectos, ya que mientras Syriza nació como una coalición de diversos grupos de izquierda y ha ganado espacios paulatinamente, en el caso de Podemos no ha sido así. No es una coalición de partidos y su subida ha sido vertiginosa en España.
Desde sus inicios, Podemos se inspiró en el éxito que tuvo Syriza, que llegó al poder en 2015. Tanto Tsipras como Iglesias pertenecen a una generación de líderes jóvenes que sedujeron a poblaciones devastadas por las crisis, aunque también exigentes a la hora de ver resultados.
Tsipras sufrió un tropezón electoral en las elecciones europeas, pero también en comicios municipales y regionales, convocados a la misma vez. El revés en las urnas ante una reconocida dinastía política de derecha lo obligó a convocar a elecciones anticipadas para el próximo 7 de julio.
Como si supiera que iba a sufrir electoralmente el desgaste que supone el ejercicio del gobierno, el primer ministro griego había animado acuerdos políticos con candidatos independientes y así intentar ampliar su base política. Incluso había aprobado ciertas medidas populistas. Pero los nueve puntos de ventaja que obtuvo el partido conservador Nueva Democracia (33% frente a 24% de Syriza) en las elecciones europeas –un panorama similar en los comicios municipales y regionales, aunque falta una segunda vuelta–, es una demostración de que los electores le cobraron factura.
Tsipras es la cara visible de un tercer rescate –que está siendo vigilado muy de cerca por los acreedores– que lo obliga a cumplir con un ambicioso plan fiscal para consolidar un superávit primario en las cuentas públicas, además de enfrentar problemas en la seguridad pública que la derecha supo capitalizar muy bien. A las promesas de izquierda incumplidas por el líder griego, se sumó el rechazo de electores nacionalistas a un acuerdo para solucionar un largo conflicto con el país vecino, que pasó a llamarse Macedonia del Norte, lo que permitió levantar el bloqueo para su ingreso a la Unión Europea.
El declive de Podemos fue muy evidente en las elecciones municipales de España, aunque se creía que iba a conquistar más de seis escaños en las parlamentarias europeas. Después de su exitosa irrupción electoral en 2015, reivindicando el legado del movimiento anti austeridad de los “indignados” de 2011, Podemos obtuvo un 10% de los votos en las europeas, cuatro puntos menos que en las legislativas españolas de finales de abril.
Fue en los comicios municipales donde el revolcón fue más visible. Solo o en coalición, fue uno de los grandes derrotados al perder la mayoría de las alcaldías que gobernaba desde 2015, como Madrid, Coruña, Zaragoza y Barcelona, la capital catalana.
Cayeron casi la totalidad de los “ayuntamientos del cambio”, conquistados hace cuatro años por asociaciones ciudadanas animadas por Podemos. En Madrid, la alcaldesa de izquierda Manuela Carmena fue la más votada pero será destronada por el conservador José Luis Martínez-Almeida con el apoyo probable de los liberales de Ciudadanos y la extrema derecha de Vox. En Barcelona, la activista anti desahucios Ada Colau perdió por un puñado de votos ante el candidato independentista catalán Ernest Maragall. Algo similar sucedió con los alcaldes de Zaragoza, Coruña o Santiago de Compostela.
Los únicos supervivientes son el alcalde de Cádiz, José María González, del ala más izquierdista y crítica con la dirección de Podemos, y su colega de Valencia, Joan Ribó, integrante de un partido de izquierda local.
Los analistas apuntan a las peleas internas y a las escisiones en el partido para explicar esa gran derrota, reconocida por el propio Iglesias, uno de los pocos dirigentes que ha dado la cara. “A la izquierda no nos funciona cuando nos dividimos y cuando nos peleamos entre nosotros”, lamentó Iglesias. Las disputas internas han sido tan duras que un articulista de La Vanguardia, Enric Juliana, escribió: “Podemos ha sido víctima de una sobredosis de Juego de Tronos”, en referencia a las intrigas del poder de la aclamada serie de HBO.
La politóloga Carmen Lumbierres cree que el partido de Iglesias pagó el costo de haber ganado fama por su espíritu antisistema, pero que con el tiempo se ha ido comportando en “un partido tradicional” más. Aunque en las caídas de Tsipras e Iglesias pesan dinámicas propias, también es cierto que coinciden con un marco general de declive de la izquierda radical europea. En Francia, Italia y Alemania, algunos partidos de esta ala ideológica también están perdiendo protagonismo luego de una fase inicial de entusiasmo.
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