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El flagelo de la aftosa: las imprevistas bondades de una crisis

Después de una década de una ganadería libre de aftosa sin vacunación, Uruguay sucumbió ante el virus que azotaba a los países vecinos
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22 de enero de 2017 a las 05:00

El cambio de siglo fue un momento de especial incertidumbre para Uruguay. La agricultura todavía no estaba planteada como una actividad exportadora a excepción del arroz, que venía muy golpeado por la devaluación brasileña.

En la ganadería la condición de Uruguay libre de aftosa sin vacunación generaba una situación de novedad que prolongaba el marco favorable que 10 años antes había dado la habilitación de la exportación de ganado en pie. Pero los nubarrones aparecían en el horizonte y se acercaban. La aftosa estaba en Brasil, en Paraguay y –aunque los argentinos lo negaran– también al otro lado del río Uruguay.

El primer caso sobrevino en noviembre de 2010 desde Brasil, muy cerca de la frontera, y dejó a todo el agro tambaleando aunque se mantuvo la esperanza de que el hecho quedara ahí.

Pero a medida que avanzaba el 2011 los reportes de vacunaciones nocturnas en Argentina, tratando de ocultar la epidemia, se volvían más y más frecuentes. Se debatió cerrar los puentes y evitar la llegada de automóviles provenientes de Argentina, algo que condenaba al fracaso al turismo y, en particular, a la semana de la cerveza de Paysandú.

Finalmente se dio lo más parecido a una cobertura de guerra –perdida–, y la aftosa invadió por el litoral oeste; se intentó una trinchera en la ruta 5 que fue, obviamente, sobrepasada por los virus, a los que poco les importaban las rutas o las barreras imaginarias.

Siguió la parálisis del agro en un país que ya estaba paralizado por las crisis de Argentina y Brasil y los esfuerzos desesperados de los productores por buscar alternativas a la imposibilidad de exportar carne y lácteos. Muchos productores intentaron diversificaciones que no se sostuvieron, como la venta de carne de ñandú. Eran tiempos desesperados.

Pocos podían esperar que este fuera el comienzo de un salto cualitativo para la ganadería a través de la trazabilidad y el reconocimiento del país como habilitado a exportar a Estados Unidos, Canadá y México, aun vacunando. Y que a partir de allí vendría una cadena de logros en materia de mercados y una avalancha de inversiones, particularmente desde Brasil. Poco tiempo después, a esto le seguía un auge agrícola así como la llegada generalizada de inversores desde Argentina y el resto del mundo, y la concreción de las papeleras.

Los de la aftosa eran días de extrema calma en las carreteras uruguayas, donde no había casi transporte de productos y la gente común medía mucho el gasto en combustible que implicaba hacer viajes de esparcimiento. Y, en contraste, eran días de mucho nerviosismo en las redacciones de los diarios, intentando contar focos de aftosa, evaluar consecuencias y averiguar sobre las negociaciones febriles que se mantenían para sostener mercados.

Ese cimbronazo fue a la vez un galvanizador de muchas de las ventajas que Uruguay tiene como productor de alimentos. Hasta los años 1990, cuando Uruguay tenía una ganadería cerrada, sin exportación en pie y sin un rumbo claro, había gente que vacunaba y gente que no lo hacía. Gracias a la apertura y al trabajo de veterinarios y políticos visionarios el país quedó libre de aftosa sin vacunación, y a partir de ese proceso se configuró una cultura de cumplimiento sanitario inédita. Antes del año 2000 la trazabilidad era una estrategia cuestionada, a la que muchos veían como una "barrera no arancelaria" y un "costo que no genera ingreso". La emergencia de la crisis de la aftosa generó una ganadería del siglo XXI, donde las bases de datos son la llave que abre mercados, y se demostró la capacidad de control y la conciencia de los productores para respetar estrategias sanitarias.

El cambio de vientos llegó con la habilitación de Estados Unidos y Canadá a mediados de 2003, un envión de expectativas y recuperación de precios que impactó en el conjunto de la economía uruguaya. Siempre vale la pena recordarlo para seguir construyendo ventajas competitivas, sin que sea necesario padecer crisis como aquella.

Nadie podía imaginar en 2001 que al terminar la década, en 2010, Uruguay cobraría inusitada fama internacional al ubicarse entre los cuatro mejores equipos del mundo ni que en todo el globo se admiraría la marca Uruguay y que la carne uruguaya conquistaría China, su actual mercado.

Un envión de rebeldía ante las fosas horrendas del rifle sanitario, que tendrá –15 años después– a Uruguay recibiendo al mundo en un congreso de la carne en noviembre, el que será un implícito galardón que el planeta le da al pequeño país que emergió de la crisis sanitaria a base de transparencia y profesionalismo.

Una historia que tiene héroes muy concretos en los grandes veterinarios que eran tan sólidos científicamente como avezados negociadores para que el país se levantara de ese revolcón y diera un salto de calidad.

La aftosa es, en mi opinión, la noticia más importante del agro uruguayo de estos 25 años, y vista en perspectiva histórica tuvo muchas más facetas positivas de las que podían suponerse en aquel terrible año 2001.

Esta nota forma parte de la publicación especial de El Observador por sus 25 años.

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