Daniel Quevedo en la actualidad con un cuadro de Peñarol de cuando él jugaba

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Daniel Quevedo, el ladero de Morena al que Goncalves le hizo tirar una camiseta de Nacional

El exfutbolista que marcó una época en el fútbol uruguayo, falleció este lunes
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28 de junio de 2022 a las 11:41

*Esta nota fue publicada originalmente el 6 de noviembre de 2021

Se crió sin su papá en Pozo del Tigre, un pueblo que tenía poco más de mil personas. Ahí, en la provincia de Formosa, en Argentina, con el Río Salado y cerca de la frontera con Paraguay, con mucho tereré. Las canchas de tierra fueron las primeras que atestiguaron la presencia de Daniel Quevedo, un futbolista que haría historia en Peñarol.

Su mamá Isabel Quevedo y su abuelo, Mártires Quevedo, fueron quienes se encargaron de criarlo. “Mi abuelo fue mi padre”, cuenta Daniel a Referí desde San Salvador de Jujuy, en Argentina, donde vive desde hace años.

“En mi pueblo, no había otra cosa que jugar al fútbol. Se hacían torneos provinciales y los clasificados iban a jugar las finales a la capital (de Formosa) y no la conocíamos (se encuentra a 263 km de su pueblo) y llegar era una cosa de locos. Llegábamos empujando el camión en el medio del barro y era al revés de lo normal, nos bañamos para poder entrar a la cancha. Esa tarde hice cinco goles”. Recuerda que, por aquellas épocas, los clubes robaban jugadores a otras instituciones, entonces “los directivos querían que me quedara en Formosa y pusieron custodia en el hotel para que no me molestara nadie para que no fuera un dirigente de otro lado”. Y eso que aún era un adolescente.

Daniel Quevedo y Julio César Giménez, dos grandes futbolistas de Peñarol de la década de los años de 1970

Su abuelo era empleado del matadero “y sacábamos a los terneros afuera y jugábamos en el matadero porque ahí había tierra o barro, pero no piedras como en las canchas que a veces jugábamos”.

Dice que de chico no los dejaban “entrar al baile porque éramos menores. íbamos a ver las milongas por los alambrados y nos peleábamos con alguien por un lugar. Una noche estaba muy oscuro y se dio un haz de luz y alguien me dice: ‘¿Qué hacés acá Daniel?’. Y yo vi quién me estaba preguntando y le contesté: “No, ¿usted qué hace acá?’ ¡Era el cura del pueblo! Éramos amigos porque me llevaba a jugar al equipo de la iglesia, aunque yo no iba nunca a misa. ‘Tenés que venir a misa’, me decía. ‘Sí, voy el domingo’, le contestaba yo y no iba nunca. ‘El que no viene a misa no juega’, replicaba a los gritos el cura. Un domingo dijo ‘No vi a Daniel’, pero un amigo le respondió que yo había estado y él no me había visto. No era verdad, pero pude jugar”.

Como su abuelo era el encargado del matadero, aprendió a faenar reses de chico, le enseñó a manejar los cuchillos, a destripar un novillo. “Le daba una mano a él. De ahí me iba a la cancha a jugar”.

Recuerda que hizo la primaria, pero no pudo ir al liceo porque había que trasladarse a la capital, Formosa, por eso sostiene que “el fútbol me dio todo”.

El primer pasaje de Quevedo por Peñarol: arriba: Mario Zoryez, Rodolfo Sandoval, Walter Corbo, Nelson Acosta, Hugo Fernández, Mario González; abajo: Daniel Quevedo, Julio César Giménez, Fernando Morena, Ramón Silva y Alberto Santelli

Luego de haber jugado pocos partidos en Lanús y en Gimnasia de Jujuy, llegó el interés de Peñarol cuando aún era presidido por Gastón Guelfi en 1972.

“Tenía todo arreglado para pasar de Gimnasia de Jujuy a Newell’s Old Boys. Pero me llegó la oferta de Peñarol y mis amigos me decían que era campeón de América y del mundo y me hicieron cambiar de idea y me fui a Montevideo. Hubo un lio bárbaro porque Newell’s decía que yo le pertenecía y no dejaba que mi pase se hiciera de Argentina a Uruguay, pero era mi decisión. Mi mamá viajó conmigo a Montevideo para ubicarme, en un hotel en 18 y Yi. Tenía una gran imagen de lo que era Peñarol, conocía todo el fútbol”, explica.

Según Quevedo, además de Guelfi, “(Washington) Cataldi y (José Pedro) Damiani eran gente que nos trataba muy bien. A veces los dirigentes los usan a los jugadores de fútbol, pero a nosotros nos trataban muy bien”.

Ondino Viera fue el primer entrenador que tuvo en los aurinegros, luego algunos partidos a Néstor “Tito” Goncálves y después llegó Juan Faccio.

“Ondino era un gran técnico, me mimaba, me hablaba despacito y te iba formando, cosa que me sirvió mucho. Uno se da cuenta después”, cuenta.

Daniel Quevedo con sus dos hijos y sus dos nietos en la actualidad

Cuando comenzó a jugar en Peñarol, jugaba con la camiseta número 9 “porque yo era 9”.

Pero no fue el mejor inicio. Ni él podía creer los goles que erraba en los distintos partidos y el hincha lo comenzaba a mirar de reojo. Sin embargo, en aquel 1972, terminó siendo el goleador del equipo con 18 goles.

Si bien Daniel conocía lo que era Peñarol desde su pueblo, hubo algunos temas que fue conociendo en Montevideo.

Tenía un ídolo que era Luis Artime quien había jugado en River Plate argentino, del cual Quevedo es hincha.

Su primer clásico contra Nacional fue por la Copa Libertadores de 1972, el 21 de abril e ingresó en el segundo tiempo por Luis Alberto Díaz.

Cuando terminó el partido (1-1) con goles de Omar Caetano de penal y del propio Artime, Quevedo se acercó al goleador tricolor.

Daniel Quevedo en sus dos pasajes por Peñarol; fue uno de los ídolos carboneros, ganador de cuatro títulos del Campeonato Uruguayo

“Usted es mi ídolo mío, y fíjese lo que son las cosas, nos encontramos en una cancha de Uruguay. Le pedí la camiseta y cuando llegué al vestuario, entró un ídolo antiguo de Peñarol, Tito Goncálves, me agarró la camiseta y la tiró al baño. ‘Esta camiseta no puede estar en el vestuario de Peñarol’, me dijo con aquel vozarrón que tenía. Yo no sabía qué hacer, era nuevito. Mis compañeros me hablaron enseguida: ‘Tranquilizate, nosotros cometimos el error porque no te transmitimos lo que era el clásico entre Peñarol y Nacional. Después fuimos amigos con Tito y me pidió disculpas”, explica.

En Peñarol, hizo siete goles clásicos, el primero de ellos, a Manga. “Hacerle un gol a Manga era tremendo, pero le hice, aquel Peñarol no perdía”.

En su habitación de Los Aromos estaba con Julio Giménez y el Indio Olivera.

En enero de 1973, llegó Fernando Morena a Peñarol. Y unos meses después, lo hizo Hugo Bagnulo como técnico.  Dice Quevedo que un periodista le preguntó al entrenador, “¿van a jugar los dos?”. Y él le dijo que obviamente. Allí fue que me puso de puntero. Hicimos una dupla bárbara con Fernando, fue un momento inolvidable”.

Bagnulo fue quien encontró la forma de que Quevedo fuera Quevedo. Comenzó a deslumbrar como puntero derecho y dejó la 9 para calzarse la 7. Obviamente que la 9 fue para Morena.

Daniel Quevedo en su primera época de Peñarol; muchos niños querían tomarse una fotografía con él en el Centenario

“Tengo un recuerdo enorme de don Hugo. Me formó, me enseñó como ser buena persona, buena gente. Es un recuerdo inolvidable para mí. Uruguay y Peñarol fueron todo para mí. La dupla que formamos con Morena fue tremenda, no había con qué darle, no nos ganaba nadie”, comenta.

Con el paso del tiempo, se compró su casa que quedaba entre Buceo y Malvín y se quería quedar a vivir en Uruguay, pero al final la familia le pidió que volviera a Argentina.

“Tenía mi casa a dos cuadras de la rambla donde empieza Malvín. Era como un recreo y tenía la playa enfrente. Disfruté de la playa porque en mis pagos no conocía el mar. Era hermosa”, recuerda.

Pero vuelve a hablar de aquella dupla formidable que formaron con Morena. “Lejos, fue la mejor sociedad que tuve. Jugar con Fernando era tremendo, tenía un egoísmo sano, gambeteábamos con Julio Cesar Giménez y se la pasábamos a él y era gol. Cabeceaba como los dioses. Yo la metía al área y era gol, como fuera, era una fiera. Lo recuerdo con mucho cariño. Hicimos historia en Peñarol, ganamos el tricampeonato uruguayo”.

Esa dupla con Morena fue importante en muchos partidos, incluyendo los clásicos. En el encuentro número 100 entre Peñarol y Nacional el 20 de abril de 1975, Quevedo abrió la cuenta ante la salida del arquero tricolor Nilson Bertinat y tras la igualdad de Darío Pereyra de penal, apareció Morena en la hora para marcar el 2-1 del triunfo.

El equipo de Peñarol que ganó el clásico 100 por el Campeonato Uruguayo; arriba: Mario Zoryez, Carlos Peruena, Walter Corbo, Nelson Acosta, Hugo Fernández, Mario González; abajo: Daniel Quevedo, Lorenzo Unanue, Fernando Morena, Ramón Silva y José Cruz

En el Uruguayo de 1975, Morena tuvo la posibilidad de romper el récord de José Pedro Young, un ex Peñarol también, quien había convertido 33 goles en 1933.

Esa tarde, todos los manyas esperaban el gol de Morena para que superara esa marca y el 9 batió el récord con un cabezazo ante Héctor Santos. “Lo fuimos a saludar todos. Era un jugador tremendo. Fue una tarde que siempre recuerdo. A él lo recuerdo y lo quiero mucho”.

Pero había más para la fiesta. Llegó una obra maestra de Quevedo, quien estaba extrañamente por izquierda y desde la mitad de la cancha sobre la raya, tomó la pelota y realizó una jugada casi imposible. Llegó a la raya de fondo, siguió eludiendo jugadores y cuando entró al área, sin ángulo para patear, pero él se tomó del palo del arco de la Ámsterdam y convirtió un golazo.

“Lo recuerdo todos los días ese gol. Me tomé del palo, luego de que todos pensaran que se la iba a dar a Fernando, me dejaron solo y definí”, dice.

Fernando Morena gana por arriba ante la salida del arquero de Liverpool, Héctor Santos y bate el récord de José Pedro Young convirtiendo su gol 34 en el Uruguayo de 1975; luego, en 1978, se lo volvería a batir a sí mismo llegando a 36 tantos

Tras el partido, conoció al Tigre Young quien recibió de regalo la camiseta de Morena. “Entró a la cancha y estuvimos todos con él. Un señor muy educado”.

En aquellas épocas, los grandes del Uruguay viajaban a giras por Europa y otros continentes para recaudar fondos para pagar los sueldos. Peñarol fue el primer club extranjero en ganar dos años seguidos la Copa Teresa Herrera en 1974 y 1975 y Quevedo tuvo mucho que ver.

“La ganamos dos años seguidos y fue inolvidable porque enfrentamos a Barcelona de Johan Cruyff y le ganamos. Él y Neeskens venían del Mundial de Alemania en el que habían sido figuras con Holanda. ‘¡Vamos a jugar contra Cruyff!’, decían algunos compañeros. Y yo contestaba: ‘Y bueno, vamo’ arriba. ¿Cuál es el problema?’. Les ganamos 1-0. El Hugo Fernández le arrimaba a Cruyff. A mí me emocionaba Cruyff, era un fenómeno. Y yo le decía a Hugo: ‘No le pegues más’. Y él me respondía: ‘Lo tengo que mantener así, sino me mata, no lo paro más y me pinta la cara’, me decía”.

Luego en la final vencieron a Borussia Mönchengladbach -que tenía tres campeones del mundo un mes antes con Alemania: Vogts, Bonhof y Heynckes- luego de ir perdiendo 2-0. “Yo hice dos goles, fuimos al alargue y Fernando puso el 3-2. La segunda al año siguientes se la ganamos a Cruzeiro por penales. No patee en la definición porque yo no pateaba penales, no me tenía fe”, explica.

El equipo de Peñarol que ganó la primera de las dos Copas Teresa Herrera conseguidas, en 1974: Hugo Fernández, Mario Zoryez, Nelson Acosta, Walter Corbo, Voltaire García y Mario González, arriba, en tanto abajo aparecen José Cruz, Julio César Giménez, Fernando Morena, Ramón Silva y Daniel Quevedo

El nivel que mostró allí hizo que Málaga lo contratara junto con Voltaire García, “el Peca es un hermano de la vida, él sabe cómo lo quiero”.

Pero sigue recordando anécdotas con Peñarol, y sobre todo, enfrentamientos clásicos.

“En un clásico que ganábamos 1-0, terminaba el partido y Montero Castillo me pegó un codazo en el pecho delante del juez (Ramón) Barreto. El árbitro lo vio, pero enseguida me dijo: ‘Daniel, no lo echo porque mañana va a salir en los diarios que ustedes ganaron porque eché a Montero Castillo’”, recuerda.

Las salidas después de los clásicos en el Centenario, a veces eran complicadas. “Salíamos por donde estaba la hinchada y te rompían toda la ropa de cariño, era una locura lo que sentían por nosotros. Entonces, empezamos a salir por una puerta secreta en un remise”.

Su gran rendimiento en Peñarol llevó a que desde la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), buscaran nacionalizarlo para que defendiera a la selección uruguaya.

Así lo cuenta Quevedo: “Tenía que haberme nacionalizado, me llamaron de la AUF para que lo hiciera, pero al otro día salíamos de gira con Peñarol. ‘Cuando venga solucionamos los papeles’, les expliqué, pero tuve la ‘mala suerte’ que me vendieron a Málaga y me quedé en España”.

Jugando para Málaga de España, abajo aparecen Daniel Quevedo y con el número 8, otro uruguayo, Voltaire García

Y agrega: “Hubiera sido muy lindo jugar con la celeste. Cuando me acuerdo lloro (se emociona). Estoy feliz de haber vivido tantos años en Uruguay”.

Le fue muy bien en España con Málaga. Hizo varios goles. Volvió a Argentina y se hizo la presentación el plantel en el estadio.

“Bajé del avión y me fui al estadio y fue un quilombo. Anunciaron que llegaba yo, teníamos a un yugoslavo de técnico y me agarró y me dijo de todo, que tendría que haber viajado un día antes. ‘Maestro, vengo de Argentina que está lejos’ le contesté’”.

Luego de jugado el Uruguayo de 1978 que terminó en agosto, volvió a Peñarol. “Estaba Dino Sani de técnico y yo venía mal de mi rodilla que me habían operado. Estaba prohibido festejar los goles fuera de la cancha por una nueva regla. Tiré el centro y vino un gol de Fernando, salí porque me pasé en la carrera y me expulsaron. Pedí una audiencia en la AUF para explicar por qué había salido y me entendieron y no me suspendieron”, dice. 

Pese a que no fue la mejor versión de Quevedo, le alcanzó para ganar un nuevo título de campeón uruguayo en 1979, su número cuatro luego del tricampeonato logrado en 1973, 1974 y 1975.

El segundo pasaje de Quevedo por Peñarol; arriba: Domingo Cáceres, Jorge Fossati, Víctor Hugo Diogo, Nelson Marcenaro, Lorenzo Unanue, Mario Zoryez; abajo: Daniel Quevedo, Mario Saralegui, Ruben Paz, Ildo Maneiro y Washington Olivera

Recuerda a su vez un clásico de la Liguilla jugada en diciembre de 1978 en el que ingresó por el Pepe Cruz para jugar el segundo tiempo y en pocos minutos, “una fuerte plancha de Rodolfo Rodríguez, (el arquero tricolor), me sacó de la cancha. Me abrió la pierna con los tapones de aluminio y tuve que ir al hospital”.

Años después del regreso a su patria, en abril de 2016 en Jujuy se hizo una movida ya que debido a que tuvo un problema de salud, se necesitaban donantes de sangre.

“La gente hacía cola para donar sangre para mí. Los médicos tenían que echarlos porque ya no necesitaba más. El cariño de la gente es tremendo”, dice.

Daniel tiene dos hijos, Sebastián y Santiago y dos nietos, Leandro y Martina. “Te cambian todo. Viven en Salta, pero a veces cuando quieren venir me dicen: ‘Abuelo, queremos comer asado, mirá que el domingo vamos’”.

Daniel Quevedo hoy vive en San Salvador de Jujuy, en Argentina y tiene grandes recuerdos de sus pasajes por Peñarol y por Uruguay

Quevedo fue el compinche de Morena. Tras una asistencia suya, el máximo goleador clásico con Peñarol (27 goles), convirtió el primero contra Manga y esa tarde de diciembre de 1973 fueron campeones uruguayos y terminaron con la posibilidad de que Nacional consiguiera su segundo quinquenio.

“Le agradezco lejos a la vida por todo lo que viví. Mi materia pendiente sería poder volver a Uruguay para saludar a varios amigos que dejé por ahí”, dice Quevedo. Quizás pronto se le pueda dar.

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