Lento, anunciado, a destiempo y de forma grosera. No se trata de un defensor expulsado por una falta, sino del tacto que tuvo la dirigencia de Peñarol para despedir a Pablo Javier Bengoechea como entrenador.
Pero si hay algo que no cambió en esta película fue la coherencia de sus actores, porque Bengoechea se fue de Los Aromos como llegó –con humildad, respeto, ganas de trabajar y adhesión a los colores- y porque el club volvió a dar desde lo institucional una muestra de grosería y destrato con los ídolos de la casa.
La salida del entrenador fue obscena y de una falta de respeto que, a esta altura, no asombra a nadie. Bengoechea llegó a Los Aromos como entrenador, saludó a los funcionarios como un día más y enfrentó a la prensa ya destituido. Lo mandaron al muere ante la nube de cámaras y micrófonos. Sin anestesia, sin aviso previo, sin la más mínima señal de cortesía.
De todos los que se sacaron la foto el 23 de diciembre de 2014, cuando lo nombraron en el Palacio Peñarol, no había nadie. Algunos de los fotografiados se enteraron por la prensa y no daban crédito de lo ocurrido, otros prefirieron callar y no dar la cara en el mal momento. Quiso las vueltas del destino que los únicos tres que se presentaron en Los Aromos (Ignacio Ruglio, Pablo Sciarra y Andrés Sanguinetti), no posaron sonrientes para salir en la tapa de los diarios.
Bengoechea llegó como el bombero de una dirigencia que se jugó la ropa con Diego Aguire y cuando el autor del famoso gol de 1987 pegó el portazo, el hombre que tiene una estatua en Los Aromos entró en escena. Pero ni eso le agradecieron. El destrato fue máximo.
El 24 de noviembre y en diálogo con el programa radial 100% Deporte, Juan Pedro Damiani confirmó a Bengoechea como el entrenador para el Clausura y la Copa Libertadores. El 8 de diciembre, entrevistado por el canal VTV, el presidente volvió a ratificarlo en el cargo.
Si hay algo que cualquier entrenador que pasa por un equipo grande quiere evitar, es una ratificación en el cargo, señal inequívoca de que la picadora de carne está encendida y los proyectos están a un click de la papelera de reciclaje.
Los caprichos de la pelota le pegaron una bofetada al riverense, ganador nato de clásicos en su época como jugador y coleccionista de resultados negativos como entrenador. Pero agarrarse de ese detalle para tirar su proyecto por el excusado, es la muestra de miopía que evidencia las carencias del proyecto deportivo del club.
Peñarol perdió el foco. Está construyendo un estadio magnífico y apuntó a profesionalizar el club en áreas de gestión, pero le falta coherencia para determinar los proyectos deportivos.
Quizás por confundir los significados de las palabras "procesos" y "resultados", Peñarol sea de los equipos más perdedores de la última década y Bengoechea, en el análisis global, está exento de culpa.
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