Herreristas, wilsonistas y mercenarios: ¿habrá reacción?

La explicación de Juan Sartori sobre su desembarco en la política es que luego de haber conquistado una fortuna, ahora quiso hacer algo bueno para el país. Para ello, tenía varias vías para hacerlo, pero busca ser presidente de la República y como era un desconocido y no tenía experiencia fue subestimado a inicios del año. Pero ahora genera preocupación no solo en filas blancas sino también en dirigentes de otras colectividades, a los que les pesan más sus convicciones democráticas que el interés corto de lo que puede generar en problemas para los blancos.

En realidad, saliendo de la simplificación inicial, las tres expresiones político-electorales de este partido eran hasta inicio de abril:

-una de raíz herrerista, de inspiración liberal, que ha crecido con la incorporación de otras expresiones blancas y nacionalistas, y que está representada por “Todos”, que lidera Lacalle Pou;

-una de raíz blanco-radical, continuadora del nacionalismo independente, la UBD y el wilsonismo, representada por Alianza Nacional de Larrañaga, y otros que se armaron rancho aparte, como los intendentes de “Mejor País” o la “Esperanza” de Verónica Alonso;

-y una tercera, nueva, desconocida, que no tiene historia ni ideas, y que es un “combo” de Míster Simpatía con Rico Mc Pato, y que atrae dirigentes que se dejan tentar por el dinero o la promesa de una banca o puesto.

Las urnas mostrarán que a unos les fue mejor que a otros, y la historia recordará a los que pusieron precio a su “fichaje” con una triste imagen, pero también con un pícaro apodo que identifique al conjunto de personas convertidas en “bienes transables” de la acción partidaria.

Los dirigentes políticos se ponen a prueba en las difíciles; es cuando pueden demostrar su capacidad de liderazgo, su reacción ante la adversidad, su serenidad para analizar el escenario y tomar decisiones.

El partido que está para liderar una coalición que logre en noviembre quebrar la supremacía del Frente Amplio, enfrenta el impacto de un fenómeno inesperado que genera una amenaza no menor. Muchos blancos no ven al empresario Juan Sartori como una amenaza para su partido ni para la democracia, por lo que no hay una reacción conjunta. 

No entienden, o no quieren entender, que el daño se produce ahora, cuando aceptan negociar su pase por plata o esperanza de cargos.

¿Esto es nuevo? Siempre hubo acuerdos que involucraron compartir financiamiento de campaña o distribución de posibles cargos, pero eso se hizo en esquema de corrientes de ideas. De Sartori no saben nada, solo saben que es multimillonario.

No plantea ideas (crear empleos no es una idea; quitar “trabas burocráticas” tampoco), ni levanta banderas partidarias o expresiones ideológicas: pone el queso y espera que los ratones entren a la trampera.

No vivió en Uruguay, no votó nunca, cayó al país sin conocer casi nada de la realidad nacional, para desplegar una simpatía natural junto al desembolso o insinuación de desembolso de dinero para captar voluntad de punteros partidarios “comprables”, relativamente “baratos”.

Como si se tratara de una operación bursátil, primero compró “acciones baratas” y luego fue apuntando un poco más alto, pero siempre en el sentido de prostituir la política.

Sartori ha querido comparar el pago de transporte y comestibles con lo que hacen “todos los partidos”, pero también hay una diferencia sustancial. En un caso, un partido asume el costo de traslado y asegura que la gente esté cubierta y protegida, y otra muy diferente, es tentar con el viaje gratis, y el refresco y comida gratis, para la ida y vuelta. Hay que ver los anuncios previos al acto del Palacio Peñarol.

La promoción es muy diferente: no convoca a un acto y asegura cubrir esos gastos, sino que ofrece un viaje y comida gratis, a cambio de bancarse un acto por un rato.

Su desembarco a fines del año pasado encontró resistencia entre algunos dirigentes, pero indiferencia en la amplia mayoría, porque si bien siempre hubo desvíos de conducta, nunca se vio a la sociedad uruguaya como permeable a un derroche de conducta lupanaria.

Pero el movimiento sartorista creció, porque la inyección de dinero fue grande, porque el precandidato tiene una simpatía natural, un descaro a prueba de fuego y no se sonroja al desnudar su ignorancia ni se inquieta si se lo desprecia, pero también porque la sociedad uruguaya ha mutado.

¿Cómo reaccionan los dirigentes? ¿Pueden hacer algo por bien del fair-play republicano y evitar que estos procedimientos sean aceptados como válidos y menoscaben la esencia de la democracia representativa?
Los dirigentes del Partido Nacional enfrentan un tiempo en el que están a prueba y la historia los juzgará.

Unos dirán que lo hicieron porque querían hacer política y no tenían recursos, otros porque sentían que quedaban fuera del Parlamento, otros porque no vieron que era tan ruin venderse de esa forma. Pero la argumentación de necesidad no exime la condena.

Una responsabilidad similar le cae, o caerá, a aquellos que juegan a un “perfilismo” que genera divisiones y favorece el aterrizaje de estos fenómenos.

Los blancos no tenían una disposición estatutaria que impidiera que alguien que nunca perteneció a esa colectividad se afiliara en setiembre y se postulara en diciembre a la Presidencia de la República.

Pero sí pueden evitar que en base a su dinero llegue a posiciones insospechadas. 

¿Cómo? Una, es no aceptando sus billetes. Otra, es explicando la gravedad del caso a correligionarios que bien intencionados se tientan con la simpatía del empresario.

Y otra forma es entendiendo que si los que son de una misma corriente de pensamiento se dividen en dos o tres facciones, eso favorece al empresario a mejorar posiciones.

Ya creció más de lo que todos pensaban y si los blancos no reaccionan, podrá seguir haciéndolo. No parece nada fácil que lo pueda hacer como para ganar la interna, pero... ¿y si gana? 

En ese escenario pueden pasar dos cosas. Una es que haya reacción ante un fenómeno así, y la gente le dé la espalda al Partido Nacional para no arriesgar tanto con un paracaidista sin credenciales democráticas ni apego al país.

Otra, es que siga de largo, y como la elección se resume en continuidad o cambio, y el oficialismo anda bastante afectado, se convierta en presidente. En ese caso, más allá de la incertidumbre de un gobierno de tal naturaleza, la lección sería que en Uruguay se puede llegar a ser presidente poniendo plata.

De la misma forma que al inicio clasificamos tres expresiones electorales en este partido, hoy los blancos pueden diferenciarse según la forma de hacer política entre “principistas” y “galopines”. Los últimos, ya se vendieron, pero entre los principistas, ¿habrá una reacción de responsabilidad? ¿Estarán a la altura de las circunstancias?