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La emoción de los uruguayos al ver a la celeste

Noelia González, periodista uruguaya radicada en California, cuenta cómo vivió la hinchada celeste el partido ante Jamaica
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14 de junio de 2016 a las 17:20
Especial para Referí desde Santa Clara

¿Por qué pintarse la cara de azul y blanco si el partido está perdido? ¿Para qué llevar la bandera, ponerse la camiseta; hacer del lunes una fiesta? Si Uruguay ya está afuera de la Copa América, lo mismo que Jamaica, el oponente, ¿para qué cantar "Soy Celeste"?

No pude preguntarle a cada uruguayo que, como yo, fue al Levi's Stadium de San Francisco, en California, el lunes de tardecita, pero imagino que el sentimiento era bastante parecido al de esos que a 9 mil kilómetros miraron el partido a través de la pantalla. La selección uruguaya se despedía de la Copa América 2016, la primera disputada en Estados Unidos, donde la población latina crece y se impone, sobre todo en el estado de California.

El partido estaba condenado desde el comienzo y aun así nos importaba el resultado, porque tres derrotas consecutivas eran demasiado. Porque todavía quedaba una oportunidad para redimirse. Por eso la tribuna del estadio californiano estaba llena de orientales vestidos de celeste, que hicieron "la ola", cantaron "celeste soy yo" y que hasta el último minuto pidieron por Luis Suárez como un capricho, aunque este nunca salió a la cancha.

Los uruguayos que fuimos al partido veníamos de diferentes latitudes. Algunos habían viajado desde Uruguay solo por el campeonato y, de paso, vacacionar. Otros, como yo, eramos los expatriados, uruguayos a veces con acento que delata el inglés, gente que se fue del país a estudiar o a trabajar y lo extraña, y lo extraña como nunca cuando ve más de los suyos vestidos para festejar.

Creo que para estos uruguayos en especial, los que nos fuimos, el partido del lunes tenía todavía más sentido. Solo luego de vivir en este país por dos años –oriunda de Maldonado, me fui en 2014 para estudiar en Berkeley, California, y ahora trabajo en San Francisco- logro entender un poco más cómo se entibia el pecho cuando la celeste sale a la cancha y todos alientan en español. Y lo que duele, al mismo tiempo, ver a un pedazo de Uruguay estando lejos.

Entre medio de tacos mexicanos, barbacue, hot dogs, papas fritas, y toda clase de snacks –menos choripán y tortas fritas- la gente miró el partido desde las butacas rojas. En orden, sin hacer mucho escándalo, en parte porque el partido no ameritaba; en parte porque el solo hecho de gritar una "mala palabra" desde la tribuna conlleva el riesgo de ser escoltado afuera por policías, como le pasó al joven estadounidense al que, en medio de la borrachera, no le importó que le advirtieran en inglés: "No podés decir la palabra con 'F'".

Sí, estoy segura de que para los uruguayos que vivimos en Estados Unidos partidos como estos tienen un gusto distinto. Por supuesto que importa que la selección se vista de blanco y no de celeste, y que nos parece raro no sufrir con un partido, no luchar contra la ansiedad por necesitar un gol en la hora, no hacer las cuentas para ver si nos da, algo que nos acostumbramos a hacer desde que tenemos memoria futbolera.

Pero quizá a los que estamos lejos nos llega al corazón celeste un poco más, porque vivimos en un país donde "fútbol" es "fútbol americano", y nuestro fútbol en realidad se llama "soccer" y no pincha ni corta porque en realidad lo que importa es el básquetbol, el fútbol americano, el béisbol.

O porque en este país "Maracaná" no significa nada y Luis Suárez es uno más (o a veces, "el que muerde"). O porque estamos acostumbrados a escuchar a los estadounidenses llamarse a sí mismos "americanos", sin importar que América es un continente y no un país, y donde muchas veces se olvida que América Latina se extiende mucho más allá de México, con una diversidad inmensa que nos incluye a nosotros, a Uruguay, un país difícil de pronunciar en inglés, y que se confunde con Paraguay demasiado a menudo.

Fui al partido con cuatro amigos estadounidenses y un amigo chino. Una de mis amigas, de ascendencia mexicana, nunca había visto un partido de "soccer" en directo. Mi amigo Tailai, de China (Larry para nosotros), me preguntó quiénes eran esos con la cara pintada de celeste y blanco.

Me senté al lado de un estadounidense veterano de apellido Armstrong, que estaba en primera fila solo porque había pagado casi 4 mil dólares para ver todos los partidos de la Copa, y "no le quedó otra" que ir. Se acordaba de que en 2014 Uruguay había quedado eliminado del Mundial en Brasil al perder contra Colombia, un partido que me tocó ver para El Observador desde la pantalla gigante de la Intendencia de Montevideo, semanas antes de partir.

Ese fue un partido sufrido, que hizo llorar a unos cuantos, porque tuvimos esperanza de ganar hasta el último minuto. Pero en el partido de ayer no tenía sentido sufrir. No había motivos para acumular rabia, para pensar en todo lo que se hizo mal y fantasear con los cambios que Oscar Washington Tabárez no hizo a tiempo.

El partido de ayer contra Jamaica fue de fútbol porque sí, sin condiciones, sin casi nada en juego pero con todo en la cancha. Claro que todos nos preguntamos qué hubiera pasado si hubiésemos jugado así contra Venezuela, contra México. Pero no importa. Uruguay festejó tres goles y los celestes que estábamos adentro del estadio gritamos y aplaudimos al unísono con otros compatriotas. Y esa fue otra victoria.

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