Oscar Sarroca no olvida la mirada de un matrimonio angoleño que conoció a comienzos de la década del 2000, casi al final de la guerra civil en el país africano. El hombre parecía confundido, a través de sus ojos se preguntaba qué hacía ahí, qué pasaría en el futuro, pero sobre todo qué le daría de comer a sus hijos.
La familia llegó hasta un campamento para desplazados con lo puesto y unos pocos objetos que pudieron rescatar antes de abandonar su casa para acudir a un lugar que brindara seguridad, al menos por el momento. Esa fue una de las situaciones más duras que recuerda Sarroca durante su trabajo por 26 años en el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de Naciones Unidas (ONU), que a principios de octubre de este año ganó el Nobel de la Paz.
Sarroca -72 años, ingeniero agrónomo- se retiró hace diez años y regresó a Uruguay, país del que se fue a estudiar un posgrado en Bélgica en 1981 y lo llevó a vivir junto a su esposa y tres hijos en Guinea-Bisáu, Nicaragua, El Salvador, Italia, Angola y Madagascar por su trabajo como director de las oficinas locales del PMA.
El programa ganó en 2020 el Nobel de la Paz por sus esfuerzos para combatir el hambre, la contribución para mejorar las condiciones para la paz en áreas afectadas por conflictos y por prevenir el uso del hambre como una herramienta para la guerra.
Según valoró Sarroca en diálogo con El Observador, en los últimos años aumentaron los conflictos y el PMA “tuvo que prestar colaboración en operaciones para tratar de llegar a acuerdos entre las partes”. Asimismo, advirtió que los recursos destinados a las situaciones de este tipo son mayores a las emergencias alimentarias y el desarrollo.
La primera experiencia de trabajo de Sarroca en el programa fue en Guinea-Bisáu, el país más pobre en el que le tocó intervenir en un proyecto para poblaciones rurales con inseguridad alimentaria. La situación era tal que ni para los trabajadores de las agencias de la ONU y sus familias era fácil conseguir alimentos, y debían importarlos de Senegal.
La familia de Sarroca se adaptó a las circunstancias, a pesar de que varios insumos “para la vida básica” fueron difícil de conseguir.
El uruguayo también rememoró que durante su experiencia en Nicaragua, El Salvador y Angola fue testigo del fin de conflictos armados prolongados durante décadas.
Al finalizar la guerra civil en Angola en el año 2002, vivió una de las situaciones extremas que más recuerda cuando visitó a un alcalde por una ruta que en teoría era segura.
Por ese entonces las carreteras angoleñas volvieron a ser transitables, algo riesgoso durante el conflicto por las minas antipersona instaladas por los bandos civiles. Sin embargo, al regreso los ocupantes del vehículo vieron un auto dado vuelta que había tocado una mina antipersona, por lo que ellos podían haber sufrido consecuencias similares en caso de activar un explosivo. “No me traumé ni pensé en no volver a salir. Entendí que era horrible lo que pasó pero seguí haciendo lo que debía”, señaló.
El hombre explicó que el programa “ayuda a combatir la inseguridad en alimentación y nutrición,” y eso no implica “solo actuar contra el hambre”, sino en fases previas. “Ayudar para que el tobogán de la inseguridad alimentaria se detenga y se pueda combatir esa hambruna”, apuntó.
El PMA trabaja en coordinación con agencias de ONU como Unicef, la Organización Mundial de la Salud y la ONG Médicos Sin Fronteras. Además coordinan con los gobiernos y con embajadores para recibir donaciones que aporten al programa, que se financia puramente con esos ingresos.
Hay mucha gente con problemas de alimentación y los mecanismos, sobre todo estatales, no son suficientes
Cuando Sarroca llegó a Uruguay se tomó un tiempo para descansar, disfrutar de sus nietos, estudiar carpintería y un año de Historia en la Facultad de Humanidades. Además colaboró con el Hogar La Huella en Las Piedras, en donde viven cerca de 20 niños y adolescentes huérfanos a los que el Instituto Uruguayo del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) no pudo encontrarles una familia.
Apenas comenzó la pandemia el 13 de marzo, Sarroca y otras personas que ayudan a ese hogar se movilizaron para buscar colaboraciones de empresarios. “Llegaron tarde, vinieron varios y ya ayudé a muchos”, fue, según contó, una de las respuestas que recibió. De esta forma, el ingeniero sintetiza la situación que dejó la pandemia en Uruguay respecto a la alimentación.
“Hay mucha gente con problemas de alimentación y los mecanismos para atender esa problemática, sobre todo estatales, no son suficientes para atender el problema”, señaló, y agregó que las iniciativas de la sociedad civil “son muchas pero nunca suficientes”.
Para el ingeniero agrónomo, aunque los recursos sean “los mismos que el año pasado”, la pandemia hizo que “se agrave la situación” y la demanda de alimentos aumenta. “Hay medios para mejorar la situación, pero va a tener consecuencias, ya que esos gastos prioritarios van a significar que se corten de otro lado”, sostuvo.
En 2019 el Programa Mundial de Alimentos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) brindó ayuda a 100 millones de personas en 88 países. Los esfuerzos del programa se enfocan en la asistencia frente a emergencias, la rehabilitación, la ayuda para el desarrollo y las operaciones especiales. Dos tercios del trabajo es en países afectados por conflictos, donde las personas tienen tres veces más probabilidades de sufrir desnutrición que los habitantes de países sin conflictos, según un informe elaborado por el organismo de la comunidad internacional.
Los países que reciben más ayuda son Yemen, Congo, Nigeria, Sudán del Sur y Burkina Faso. El tamaño de las misiones depende de la situación del país. Por ejemplo, la de República Democrática del Congo congrega a cientos de personas, y en la de Guinea-Bisáu trabajaban menos de diez.
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