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La intimidad de la histórica noche de River Plate en Pacaembú

Qué les dijo el profe Arismendi para salir a calentar, la arenga antes de entrar a la cancha, el llanto de Mauro Da Luz, la foto histórica, los abrazos en el vestuario y la cena final
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28 de febrero de 2019 a las 05:00

River Plate viajó a Brasil en el más absoluto anonimato. El silencio del aeropuerto era un claro síntoma. Cuando llegaron a San Pablo la gente preguntaba quienes eran. Nadie daba nada por el darsenero. El empate en Montevideo, en el juego de ida por la Copa Sudamericana, dejó flotando en el ambiente la clara sensación de que su suerte estaba saldada.

En Pacaembú era la cita. A su frente Santos. El de la historia. El de Pelé. El de Neymar.

Para el común denominador de la gente, por más que le buscara la vuelta, no había chance.

El equipo brasileño, que si bien no tiene el poder económico de otros clubes, abrió la billetera y salió al mercado.

Armó un cuadro para meter miedo. El plantel cuenta con Dodô (ex Roma e Inter), el uruguayo Carlos Sánchez, el mundialista costarricense Bryan Ruiz (ex PSV, Fulham y Sporting Lisboa), el paraguayo Derlis González, Gabriel Barbosa (ex Inter y Benfica), Jonathan Copete (ex Vélez), Bruno Henrique (ex Wolfsburg), y la nueva joya Rodrygo, un chico de 17 años que fue adquirido por Real Madrid.

Por si fuera poco, le agregó un condimento extra, un técnico que va con el paladar del club como el argentino Jorge Sampaoli.

Ahí no anduvo con chiquitas el presidente José Carlos Peres. Pocos días después del arreglo, el diario Globo Esporte reveló que Santos –que venía de finalizar décimo en el torneo brasileño- le ofreció un contrato por dos temporadas con un salario de US$ 260 mil mensuales. De esa manera el argentino se convertía en el técnico mejor pago de toda la liga embolsando en total U$S 6.240 millones.

“Santos es sinónimo de jóvenes talentos, fútbol ofensivo y una magia histórica y única. Nada mejor para comandar ese potencial que un técnico experimentado, de nivel internacional y con ideas nuevas”, anunció José Carlos Peres el día que el tatuado y mediático Sampaoli desembarcó en el club de Pelé, Santos.

A la cancha River Plate

El partido reunía condimentos especiales. Se jugaba en el mítico Pacaembú, un viejo escenario porque la cancha de Santos está siendo sometido a arreglos. Pero con una particularidad: era a puertas cerradas debido a los incidentes protagonizados por sus hinchas en la eliminación de la Libertadores del año pasado.

Antes de salir a calentar el plantel darsenero recibió la visita del cuarto árbitro del partido Germán Delfino, entró al camarín para avisar: “Muchachos, este partido es sin público, se escucha todo, tengan cuidado con lo que gritan y sobre todo con los insultos”.

Minutos después el preparador físico Eduardo Arismendi armó el sector del campo donde les tocaba calentar. Antes de que salieran a la inmensidad de la cancha reunió a los jugadores. Habló, breve pero conciso.

“Muchachos, dos premisas: no hay mañana; y la segunda, hay que jugar por la gloria. Lo económico no importa, esto es por la gloria. ¡Vamos arriba!”.

El equipo calentó con la motivación a flor de piel. Jugarían por la gloria.

Cuando terminaron, el profe volvió a dar una mensaje. “Lo hago habitualmente cuando termino la entrada en el calor, los junto y es un poco para darle final a la tarea y para que nos fuéramos al vestuario con una consigna”, reveló Arismendi a Referí.

Entraron y ahí esperaban las camisetas colgadas cada una en su lugar. La mayoría cumplió el ritual de siempre. Ese que de tanto repetir se transforma en cábala.

Luego habló el técnico Jorge Giordano. Y arrancaron rumbo a la cancha. Sabían que iban a sufrir. Antes de entrar fue el turno de unos de los mayores, del referente, el Flaco Juan Manuel Olivera dio el mensaje final.

Los jugadores levantaron los brazos al cielo en medio de un estadio silencioso, sin el atronador aliento de otras noches de gloria del Santos.

“Sí, fue raro salir a un estadio grande, vacío, aparte no habíamos hecho reconocimiento”, reveló el profe Arismendi.

Y mientras todo quedaba pronto, los dirigentes se acomodaban en un lugar detrás del banco pero en los más alto del estadio.

Llegaron a Santos sin recibir ninguna caricia. Los dirigentes del club paulista nos los invitaron a cenar, como se estila la noche previa al partido. Es más, el presidente Willy Tucci reveló a Referí que habían llevado una plaqueta para entregar a modo de homenaje pero no apareció nadie para entregársela.

“En el entretiempo llegamos hasta el palco del presidente de Santos y se la entregamos. Luego, en el segundo tiempo, vino al palco nuestro y nos trajo una camiseta de Santos de regalo. Quedamos en vernos y seguir conversando”, dijo Tucci a Referí.

El partido es historia conocida. River empató 1-1 y logró el milagro. Un solitario remate al arco le sirvió a Mauro Da Luz asegurar la clasificación y poner a resguardo al equipo del posterior empate conseguido por el venezolano Soteldo.

Locura en Pacaembú

Cuando el árbitro argentino Mauro Vigliano pitó el final del partido la cancha fue una locura. El rojo y blanco invadió el verde terreno. Abrazos, jugadores de rodillas, colaboradores llorando de la emoción.

Hasta que de pronto el profe Arismendi se encontró con Mauro Da Luz y se confundió en un abrazo interminable. El profe le habló y el chiquilín lloró desconsoladamente.

“¿Qué le dije? …había fallecido la abuela, estaba complicado y se le caían las lágrimas al chiquilín. Le dije que disfrutara que esos son momentos únicos, que habíamos logrado el objetivo de alcanzar parte de la gloria. Era muy poco el porcentaje que decía que íbamos a pasar de ronda. Y le dije que disfrutara porque estos resultados se dan una noche pero al otro día el mundo sigue andando”, contó el preparador físico darsenero a Referí.

Da Luz, producto de las inferiores del club, un jugador al que definieron con una velocidad inusual, fue convocado para hablar para la televisión.

No pudo contener la emoción. No hilvanó una frase y lloró.

La foto de la historia

En medio de toda la locura los dirigentes bajaban interminables escaleras para llegar al vestuario. Ese puñadito de uruguayos que estaba en Brasil quería compartir la felicidad con el plantel.

En la cancha, entre abrazo y abrazo apareció alguien que pidió registrar el momento en una foto.

“Y nos sacamos una foto todos juntos, como el testimonio del festejo. Yo creo que sí, que esa foto forma parte de la historia del club. Es un triunfo histórico. Yo estuve tres veces estuve en este club y sé lo que es una victoria de estas para River”, dice Tucci.

Celular en mano el gerente deportivo Leonardo Rumbo tomó la foto de la historia. Todos juntos. Jugadores y entrenadores, unidos por la misma felicidad. Atrás de ellos un fotógrafo de la Conmebol registró ese momento único.

En el vestuario esperaban los pocos dirigentes que viajaron, entre ellos el presidente Tucci con sus hijos.

“Es un momento que no se me va a borrar jamás. Estar ahí, con mi hijos, abrazar a cada uno de los jugadores. Esto me lo llevo para siempre. Al primero que encontré fue a Jorge (Giordano). Nos dimos un abrazo. Y enseguida nos pusimos todos a cantar”, contó a Referí.

En el repertorio no podía faltar: “Que bomba señores, que bomba es River Ple, jugando la globa, siempre cortita y al pie…”

La noche se hizo larga. El plantel volvió al hotel. Cenaron en la intimidad de un salón comedor donde volvieron los recuerdos y las anécdotas. Y luego cada uno se fue a su habitación con la sensación del deber cumplido. Fue tiempo de celulares, de charlas con los familiares, de razonar un poco más sobre el monstruo al que habían eliminado.

Sacando cuentas

Cuando la locura paró. Café de por medio, los dirigentes sacaban cuentas. Les tocaron US$ 375 mil de premio por lograr la clasificación. Sirve para salvar una parte de un presupuesto que el propio presidente darsenero reveló a Referí “no llega a los US$ 2 millones anuales”.

El futuro rival lo determinará la bolilla del sorteo. La cancha en la que jugarán como locales no está clara. Saben que tendrán que salir del Franzini por exigencias en la capacidad. “Veremos, puede ser el Centenario o el Campus, no lo tenemos claro”, dijo Tucci.

Y agregó que aún no vieron un peso del dinero que les corresponde cobrar por jugar la Sudamericana debido a que la Conmebol liquida 15 o 20 días después que termina el último partido.

Pero esa noche poco y nada importaba el dinero. “Hay cosas que con plata no se compran. Lo que vivimos quedará para siempre en nuestra memoria. Fue la gloria”, sintetiza el profe Arismendi.

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