“Los gobernantes buscan lo mejor para su proyecto y en el camino se equivocan”. Franco espera las propuestas antes de cualquier decisión.
La plaza —el ágora en sentido griego, pero también virtual como Instagram o Tik-Tok— mide el pulso del sentir juvenil. Maia, Agustín, Gianni, María Pía y Franco llegan a la plaza Líber Seregni —equidistante del oriente y occidente de la capital uruguaya— desde distintos orígenes y formaciones. Entre ellos está el universitario y aquel que no acabó el liceo. Está la que se quiere ir del país y la patriota. Está el informado y el que no. Pero los cinco coinciden en algo: si mañana fueran las elecciones nacionales, ninguno tendría definido su voto.
Para los jóvenes del otro lado del Río de la Plata la consigna no es ficción: este domingo eligen a su próximo presidente. Nada —salvo las urnas— da certeza de quién será el próximo mandatario de Argentina. Pero las encuestas previas, esas mismas que muestran una paridad entre Javier Milei y Sergio Massa, evidencian que el electorado está “cortado” por la edad: los más jóvenes a favor del libertario y los más adultos en apoyo al peronista. ¿La juventud se está derechizando?
La misma pregunta se hicieron los cientistas políticos españoles, luego de que las encuestas revelasen que el mayor caudal de votos de Vox era cosechado entre los votantes que no superaban los 25 años de edad.
O en Grecia, donde los jóvenes sacaron a relucir su rebeldía apoyando este mayo a los partidos más radicales y menos tradicionales.
¿Y en Uruguay?
El Observador accedió a un adelanto de los resultados de LAPOP, una de las dos encuestas de opinión pública más grande del continente, la que revela que hay menos jóvenes uruguayos autoidentificados con la izquierda (descendió de 36% a 30% en los últimos cuatro años), pero también hay menos que se autoperciben de derecha (bajó de 15% a 11%). ¿Cómo es posible? En la escala del 1 al 10, en que el 1 es la extrema izquierda y 10 la extrema derecha, los electores entre 18 y 25 años se colocan cada vez más en los números del centro.
La sola posibilidad de que un encuestado sea capaz de situarse en una posición dentro de esa escala, dice la literatura politológica, hace valedera la clasificación izquierda y derecha. Se trata de un binomio que, según los libros de Historia, nació de “casualidad”: cuando las puertas de la asamblea se abrieron, en el comienzo de la revolución francesa, los delegados más progresistas y seculares se sentaron a la izquierda, mientras que los más conservadores lo hicieron a la derecha. Y así tuvo génesis la distinción que sigue en pie tres siglos después.
Entonces, ¿los jóvenes uruguayos no se están derechizando? La respuesta es más compleja que aquella que cabe en una escala. Ante una pregunta similar sobre el fenómeno Milei en Argentina, la estudiante Victoria Liascovich, votante de Massa, desmintió en el programa De acá en más que los jóvenes sean más de derecha: “Preguntás, ‘¿aborto legal sí o no?’ Y responden que sí. Preguntás, ‘¿Libre portación de armas sí o no?’ Y responden que no. Preguntás, ‘¿educación sexual sí o no?’ Y responden que sí. Preguntás, ‘¿A quién votás?’ Y responden a Milei. Lo que está pasando es que no coincide ideología con el voto”.
Este divorcio entre el voto y la ideología, y más aún entre el voto del joven y la tradición de sus padres, viene sedimentándose poco a poco. En la elección de 1999 y la siguiente que llevó a la izquierda por primera vez al poder, el politólogo Felipe Monestier estimó que siete de cada diez hijos de frenteamplistas votaron por el partido de sus padres. En los últimos comicios, en que la centro-derecha retornó al gobierno, solo la mitad de los hijos de frenteamplistas apoyaron al partido de coalición de izquierda.
La investigadora Lucía Selios lo explicó así: “Cuando un partido está mucho tiempo en el gobierno deja de ser encantador entre los jóvenes”, y encima los que votan por primera vez pueden cuestionar lo que hicieron por los jóvenes aquellos que están en el poder. Ya no son hijos de aquellos que eran jóvenes en la dictadura, ahora son los nietos.
Inés Guimaraens
María Pía no sacó la credencial.
“Mi abuela vota a Lacalle Pou, mis padres al Frente y yo a ninguno. Por algo hay políticos presos por explotación sexual, otros dan pasaportes a narcotraficantes… no me interesa votarlos”. María Pía está tan descontenta que, mientras fuma un porro en la Seregni, reconoce que sus amigas le insisten que vote, que su aporte suma, que “a la democracia hay que cuidarla”.
¿Democracia?
Cuando al dictador chileno Augusto Pinochet le preguntaron por la democracia, respondió: “Soy democrático, pero a mi manera”. En su discurso, como suele suceder en los regímenes autoritarios, el énfasis estaba puesto en el orden, en la mano dura, en ceder en libertad para resolver los problemas de la gente. Y parte de ese relato, reconoce el sociólogo Marcos Baudean, “es el que se repite cuando la democracia liberal parece no dar respuesta a las necesidades y es el que atrae a muchos jóvenes; pasó en los años 30 del siglo pasado con la consolidación de los fascismo tras la Gran Depresión, pasa ante el aumento de la violencia…”.
Los nuevos resultados de la Encuesta Mundial de Valores, que en Uruguay realiza la consultora Equipos, da cuenta de estos cambios de valoración entre los jóvenes de 15 y 24 años.
El divorcio con los partidos políticos —con la “casta” al decir de Milei— no es exclusivo de los jóvenes. “En América Latina es una tendencia creciente en el conjunto de la sociedad por el fracaso de los políticos para lograr el bienestar y la seguridad, incluso en momentos de prosperidad económica”, reconoce Baudean, quien es investigador y docente en la Universidad ORT Uruguay.
Eso se traduce en que los jóvenes, por ejemplo, dudan si prefieren la libertad o la seguridad. O que Franco diga, con una pisca de indignación, que “los primeros empleos en el país están muy mal pagos”. O que Maia entienda que los gobernantes no toman en cuenta “la salud mental”. O que Gianni se enoje porque “no existen políticas reales para jóvenes”.
La Encuesta Mundial de Valores lo muestra en las prioridades:
¿Cómo es posible que la inseguridad, otrora problema que asustaba más a los veteranos que a los jóvenes, ahora desvele a los más chicos? “Es razonable desde que creció el delito, pero sobre todo desde que adolescente y jóvenes son víctimas frecuentes”, explica el sociólogo Baudean. Hoy “un joven camina por las calles con mucho dinero encima: su celular vale mucho, sus auriculares, su reloj inteligente…”.
Inés Guimaraens
Agustín y Maia no saben a quién votar.
Cuando Maia se junta con sus amigas, dice, de política se habla poco. Pero "los femicidios y la violencia" son parte de los tópicos que suelen estar sobre la mesa. De hecho, en los últimos meses, entre ellas hablaron "del caso Penadés, del acoso sexual...".
Lo mismo le pasó María Pía, la chica de 20 años que no quiere sacar la credencial porque se niega a votar. O a Gianni, la joven que está pensando en irse del país en busca "de conocer el mundo".
Las encuestas de opinión pública no mostraron un cambio significativo del electorado respecto a la imagen del gobierno tras la imputación del exsenador nacionalista Gustavo Penadés. Los analistas incluso comentaron en los canales de televisión que se trata de un caso que afecta más a la persona que al gobierno o un partido. Y que, en todo caso, a los políticos solo se les puede achacar el no haberse dado cuenta antes o el haber defendido en público a un señor acusado de 22 delitos sexuales.
Todavía no está claro cómo afectará, si es que afectará, el ocultamiento de información a la Justicia por el caso Marset. O la renuncia de dos ministros. O de la mano derecha del presidente de la República. Pero a los jóvenes consultados, por lo pronto, les importa "poco y nada".
Inés Guimaraens
Franco prefiere la libertad a la igualdad.
“A mí me preocupa que mi hermana de 15 años tiene miedo de salir sola a la calle”, dice María Pía. “Y a mí que cada uno gane según su esfuerzo y según lo que sepa”, comenta Franco.
¿Mi hermana? ¿Mi esfuerzo?
¿Son pobres por su culpa?
“Entre libertad e igualdad me quedo con la libertad”. La respuesta en la plaza Seregni es casi unánime.
En el Uruguay de la igualdad, de ayudar al más necesitado, de naides es más que naides, en el que Artigas dijo que "los más infelices serían los más privilegiados", algo parece estar cambiando. Cuando en los años 90 los uruguayos consideraban que lo que faltaban eran oportunidades y políticas para revertir la pobreza, con el auge económico tras la crisis de 2002 fue instalándose la idea de que facilidades sobran y que lo que escasean son voluntades para trabajar y salir adelante.
Así lo viene demostrando la Encuesta Mundial de Valores y, según Baudean, “los jóvenes se formaron en esa sociedad en que la pobreza es vista como un resultado individual y no social”.
La mayoría de quienes votarán por primera vez en las elecciones nacionales de 2024, por ejemplo, nacieron después de la crisis de 2002. La mayoría vivieron tres cuartas partes de su vida habiendo un Ministerio de Desarrollo Social y sus polémicas aledañas. La mayoría vio caídas de pobreza, mas no de la infantilización de la misma.
Inés Guimaraens
Gianni quiere irse del país.
Maia toma mate a la sombra de un árbol en la Seregni. “Para mí la meritocracia no existe. Hay que dar oportunidades a la gente, pero no hay que dar todo servido en bandeja de plata”. Agustín acepta un mate de su compañera, pero no comparte su idea: “No le daría tanto énfasis a la igualdad. Si bien está bueno que se pueda ayudar y todos salir adelante desde una misma línea, sabemos que no es lo que pasa”.
¿Eso es ser de derecha? No lo sabemos. Ya lo dijo el escritor escocés J. M. Barrie: “No somos tan jóvenes como para saberlo todo”.